Hacer la Vista Gorda
Luis Arturo Hernández
( La visita de la vieja dama , de Friedrich Dürrenmatt, Grupo Muxicas de Orense, 16/01/2015, Teatro Principal de Vitoria, XV Bienal de Teatro ONCE Euskadi.)
Ibant obscuri sola sub nocte per umbram .
Virgilio, Eneida
“La historia de la ONCE es otra cosa. Con todo, se puede señalar que se ha visto confrontada a varias tensiones. Por ejemplo, con un Estado que quería tomar las riendas de la organización. Costó décadas, pero ganó la ONCE, sin por ello perder el apoyo gubernamental, con lo que dejaría de ser una organización sin ánimo de lucro para convertirse en un emporio.”
Javier Mina, “Los ciegos en España”, en La mirada fósil , p. 236.
La ceguera como maldición de los dioses, que tiene ya sus mayores exponentes en los destinos trágicos de los héroes griegos, desde Edipo a Tiresias, presenta una secuela , en el siglo XX, en La visita de la vieja dama (1955), una “comedia trágica” del dramaturgo suizo Friedrich Dürrenmatt, y en sus dos eunucos castrados por falso testimonio por “la vieja dama” Clara —¿o valdría decir la Parca Cloto?— Zachanassian y reducidos, de forma tragicómica, con humor negro, a lacayos de la Muerte y porteadores de un ataúd.
Y resulta significativo que, puesto a escoger una obra para su repertorio, el grupo de teatro aficionado invidente Muxicas de Orense que participa en la XV Bienal de Teatro ONCE Euskadi haya escogido una pieza, en ese sentido, tan “políticamente incorrecta”.
Si bien es cierto que en la adaptación los ciegos Koby y Loby —dúo kafkiano propio de teatro del absurdo— se confunden en Koby —“Juré en falso” […] Porque [Alfredo] Ill [en vasco morir (“¡Caramba, qué coinsidensia !”, Les Lhutiers)] me sobornó”, resulta evidente que el invidente emasculado —“Me castraron y me cegaron”— será el único interpretado por un actor ciego —con lo que conlleva de distanciamiento de su propia condición, habida cuenta de que el resto del reparto interpreta personajes videntes—, y quien, en un breve parlamento, réplica al policía, representa la gran “puesta en abismo” del espectáculo —“¿Y cómo sabes que soy policía, si eres ciego?”—: “Por la voz, por la voz; todos los policías tienen la misma voz.” Lo que conlleva priorizar el código audio ante el visual en una representación dirigida, aunque no exclusivamente, a un público invidente que, al modo de un radioteatro, oirá las acotaciones por “audio-descripción”.
Por lo demás, en su intento de integración en el mundo de los videntes la dramaturgia integrará en su teatro a ciegas al público del patio de butacas —presumiblemente ciego o deficiente visual— como personaje colectivo de la localidad de Güllen que asiste a la boda de “la vieja dama”, antes de encarar el clímax dramático en que Alfredo —quien la deshonró 50 años atrás abocándola a la prostitución y, luego, a una vertiginosa carrera matrimonial— sea sacrificado trágicamente por la cómica ambición de sus vecinos que lo “en Güllen ”, en un desenlace que de “humanista” se retrotrae a “humano” saltando lo “humanitario”, en aras del bienestar colectivo que les garantizará la venganza de Clara, un auténtico “premio gordo” al que son acreedores tan sólo por “hacer la vista gorda”.
Interpretación ésta que horripilaría a Dürrenmatt, conocida su fobia a la crítica: “Claire Zachanassian no representa la justicia, ni el plan Marshall, ni menos aún el Apocalipsis. Deberá ser solamente lo que es: la mujer más rica del mundo que, gracias a su fortuna, está en condiciones de actuar como una heroína de la antigua tragedia griega, de forma cruel y absoluta, como Medea, por ejemplo”, como afirma el autor (ed. Tusquets, 1990).
El crítico —“CRÍTICOS: (Véase X). ”X: (Véase U).” “U: (Véase CRÍTICOS)”, según los parodiaba el propio Dürrenmatt en sus “Apostillas” a la citada edición—, deficiente visual, en el anfiteatro —con binoculares— midiéndose con la vieja dama en el mirador del Hotel —“No quiero perder la visión de conjunto”—, apropiándose del discurso de la Zachanassian al policía —“¿Hace usted a veces la vista gorda? […] ¡Pues mejor cierre los ojos!”— “hace la vista gorda” ante afición y aficionados E n la ardiente oscuridad , con idéntico optimismo al de los invidentes de la institución en la citada obra de Buero.
Pues, como escribiera el notable ciego Jorge Luis Borges en “El poema de los dones”: “Nadie rebaje a lágrima o reproche/ Esta declaración de la maestría de/ De Dios, que con magnífica ironía/ Me dio a la vez los libros y la noche” (en El Hacedor ). Oscuro .