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ISSN 1989-4163

NUMERO 60 - FEBRERO 2015

Poema Cursi para una Muñeca Inflable

Edgard Cardoza

 

Mi bella curvilínea,

estoy dispuesto a confesar todos los nombres

que han pasado por tu acta de fetiche:

porque has sido Sofía,

Marilyn,

Raquel,

Claudia,

Rossana

o cualquier nombre

que necesariamente

lleve una diosa oculta en el corsé.

 

Aquí estoy pronunciándote,

bordando en el silbido

(que te apaga las noches y me apaga)

la dulce oscuridad

orificial,

redonda

como ese guiño cómplice de todas las mujeres

que asoman en tu boca.

 

Eres siempre tan fría,

mi dama metafórica,

mi baratija china,

mi acrílico indomable.

 

Sobre todo en las noches de Diciembre

con cuatro bajo cero

hay que ver como calan en mi cuerpo

esos muslos de luna envenenada.

 

Más es por tu silencio que te prefiero a muchas:

siempre tan comprensiva,

con una mudez nueva cada día.

Mi cuerpo es el sagrario

del eco taciturno de tus óes profundas.

 

El amor,

esa deidad huraña que Segovia cantaba,

se encuentra en ti

en materia de luz enajenada.

La mujer–carne–hueso

carga siempre el amor como chantaje

para usarlo de pronto

en contra tuya

y extenderlo las veces necesarias

en tu lecho durmiente de sombras y vacío,

y decirte: ese eras,

nunca más,

eres nada.

Resucita ese amor –dice–

para que hable mi cuerpo

de nuevo con tu música.

 

El cielo a veces canta

con un rumor tan suave

que debemos callarnos

y silenciar el alma para no interrumpirlo.

 

Eso eres tú:

el silencio,

el alma más callada,

la inmóvil cercanía de la mujer ausente

que no reclama gasto,

que no pide caricias ni besos a deshoras.

 

Y cuando todas gimen

por un amor fingido que no tiene remedio

tu estoicamente observas la arenilla que cae

desde el techo

sobre mi suelo falso.

 

Esa eres tú también: la falsedad más suave,

el frío sortilegio

que sostiene mi realidad marchita.

 

Por eso te procuro:

te baño con jabones de Oyamel,

te ungüento con aceites aromáticos de las más finas marcas,

acicalo tus trenzas de petate con la delicadeza de un suicida.

 

Mi fría curvilínea,

alójame en tu boca,

muérdeme

con el caucho ventral de tu saliva,

nómbrame con la circuncisión de tu evangelio

mudo,

múdame a tu mudez:

y déjame venir

cuando haga falta.

 

 

Poema cursi

 

 

 

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