Poema Cursi para una Muñeca Inflable
Edgard Cardoza
Mi bella curvilínea,
estoy dispuesto a confesar todos los nombres
que han pasado por tu acta de fetiche:
porque has sido Sofía,
Marilyn,
Raquel,
Claudia,
Rossana
o cualquier nombre
que necesariamente
lleve una diosa oculta en el corsé.
Aquí estoy pronunciándote,
bordando en el silbido
(que te apaga las noches y me apaga)
la dulce oscuridad
orificial,
redonda
como ese guiño cómplice de todas las mujeres
que asoman en tu boca.
Eres siempre tan fría,
mi dama metafórica,
mi baratija china,
mi acrílico indomable.
Sobre todo en las noches de Diciembre
con cuatro bajo cero
hay que ver como calan en mi cuerpo
esos muslos de luna envenenada.
Más es por tu silencio que te prefiero a muchas:
siempre tan comprensiva,
con una mudez nueva cada día.
Mi cuerpo es el sagrario
del eco taciturno de tus óes profundas.
El amor,
esa deidad huraña que Segovia cantaba,
se encuentra en ti
en materia de luz enajenada.
La mujer–carne–hueso
carga siempre el amor como chantaje
para usarlo de pronto
en contra tuya
y extenderlo las veces necesarias
en tu lecho durmiente de sombras y vacío,
y decirte: ese eras,
nunca más,
eres nada.
Resucita ese amor –dice–
para que hable mi cuerpo
de nuevo con tu música.
El cielo a veces canta
con un rumor tan suave
que debemos callarnos
y silenciar el alma para no interrumpirlo.
Eso eres tú:
el silencio,
el alma más callada,
la inmóvil cercanía de la mujer ausente
que no reclama gasto,
que no pide caricias ni besos a deshoras.
Y cuando todas gimen
por un amor fingido que no tiene remedio
tu estoicamente observas la arenilla que cae
desde el techo
sobre mi suelo falso.
Esa eres tú también: la falsedad más suave,
el frío sortilegio
que sostiene mi realidad marchita.
Por eso te procuro:
te baño con jabones de Oyamel,
te ungüento con aceites aromáticos de las más finas marcas,
acicalo tus trenzas de petate con la delicadeza de un suicida.
Mi fría curvilínea,
alójame en tu boca,
muérdeme
con el caucho ventral de tu saliva,
nómbrame con la circuncisión de tu evangelio
mudo,
múdame a tu mudez:
y déjame venir
cuando haga falta.