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ISSN 1989-4163

NUMERO 50 - FEBRERO 2014

Efecto L'Oreal - Tres Cuestiones Poéticas

Javier Cánaves

Efecto L'Oréal

Pienso en aquello que, asesorado o inspirado o embrujado por Félix de Azúa y Ricardo Piglia, escribió Enrique Vila-Matas: que leer rejuvenece, que uno de los mejores métodos para no envejecer es leer como si la vida nos fuera en ello. Pero no basta con leer. Si bastara con leer, resultaría demasiado fácil, hoy todos seríamos clones de Edward Cullen o Bella Swan, jóvenes pálidos sin mancha ni sustancia. A la lectura, Enrique Vila-Matas, asesorado o inspirado o embrujado por Roberto Bolaño y Juan Rulfo, le añade otro componente: la inquietud. Toda lectura, para que produzca el ansiado efecto L'Oréal, Helena Rubinstein o Estee Lauder, debe estar sazonada con los polvos mágicos de la inquietud permanente, como si en cualquier momento el autor o algunos de sus personajes pudieran saltar de la página y apretar nuestro cuello con vehemencia. ¿Nunca les sucedió? En mi cuello llevo impresas las huellas dactilares de tipos que se llaman Frank Bascombe, Daniel Quinn, Díaz Frey o Arturo Belano, por citar sólo a algunos de los propietarios de esas huellas que adornan mi cuello como medallas al valor o vidas paralelas que se confunden con la mía hasta acabar siendo la misma cosa. ¿Y por qué contaba todo esto? Como tantas otras veces, empecé a escribir sin tener muy claro qué quería decir, guiado por una suerte de destello, por esa loca voz interior que nunca supo estarse calladita. Que siga así. A ella le debo lo poco salvable de mi escritura, y perdón por este dramatismo sobrevenido, un tanto patético. 

 

Tres Cuestiones Poéticas

Leo un poema de cuatro versos que alguien publica en una red social. No tengo claro si el autor ha querido escribirlo en pretérito perfecto simple o en presente de subjuntivo. La lógica, el contexto, dicen que quiso escribirlo en pretérito (“canté”), pero la ausencia de tildes obliga a leerlo en presente de subjuntivo (“cante”). Para más inri, en uno de los versos aparece un sustantivo con su correspondiente acento ortográfico (“lágrima”, “pátina”, “máquina”, ahora no recuerdo), lo que parece incidir en la idea de que fue escrito en presente de subjuntivo, ya que, gracias a la tilde de ese sustantivo, sabemos que no es la renuncia a tildar lo que lleva  al poeta a prescindir de las tildes en los verbos del poema. Lo gracioso es que al leer el poema en “modo subjuntivo”, siendo un poema malo, tiene su gracia (a pesar de o gracias a alguna que otra discordancia). En cambio, leído el poema en su “modo pretérito”, es decir, aquel al que la lógica, el contexto, parecen remitir, además de malo y sin gracia, resulta previsible, obvio. Pienso que la ausencia de acentos ortográficos en los verbos del poema ha sido motivada por un descuido por parte del poeta. ¿Un descuido? También existe la posibilidad de que el poeta en cuestión desconozca las reglas básicas de acentuación en castellano. Esta posibilidad me lleva a la siguiente cuestión: ¿Es posible ser un buen poeta y desconocer las reglas básicas de acentuación? Seguro que sí. ¿Era un buen poeta el autor del poema del que aquí hablamos? Seguro que no.

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Ensayo respuestas para entrevistas que nunca llegan a producirse. Voy guardando frases, reflexiones de quita y pon, y no descarto, algún día, armar un libro con todas ellas. A veces me siento estupendo y, en unas pocas líneas, hablo, como si tal cosa, de posteridad y payasadas: “Con los dioses no se pacta, se compite. Uno escribe para la posteridad, por mucho que vaya a ser olvidado a las primeras de cambio. Ser olvidado a las primeras de cambio carece de importancia. Asumir tu insignificancia no te hace menos insignificante. En todo caso, evita cualquier discurso llorón: son repulsivos. Puestos a morir, muere matando o en silencio, pero sin pretender dar lástima. Narrador de cuarta fila, poeta de segunda, lo sigo intentando pese a todo. Ahora es cuando el público (inexistente) aplaude. ¿Intentar qué? Puedes jugar a responder, tiene su gracia. La cuestión crucial, sin embargo, es intentarlo, intentarlo sin saber del todo qué se intenta. Tal vez que alguien sonría con tus payasadas”. Otras veces, en cambio, me pongo o trato de ponerme académico. Creo que entonces es cuando menos creíble resulto. Aporto un ejemplo: “La experiencia y la reflexión se funden en los procesos creativos que tienen que ver con la escritura. Después llegan el oficio y la imaginación para intentar darle una forma definitiva, respetuosa en lo posible con nuestra inteligencia y sensibilidad”. Sí, ya sé, parece una reflexión más propia de Jordi Cruz que de un poeta de segunda. Quién sabe, quizá me fichen para MasterPoet.

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Yo también escribí un poema sobre Alejandra Pizarnik. Creo que todos los poetas nacidos entre la década del 40 y la del 80 del siglo pasado escribieron o intentaron escribir un poema sobre Alejandra Pizarnik. Escribir un poema sobre Alejandra Pizarnik es lo mismo que escribir un poema sobre Anne Sexton o Sylvia Plath. Se trata del típico poema escrito por un varón, un varón que quiere salvar a la poetisa suicida, un poeta varón que da el perfil del clásico gilipollas que se va de putas y se enamora de la prostituta. También lo puede escribir una lesbiana. Como Cristina Peri Rossi. De hecho, la uruguaya, en su libro Diáspora, tiene un poema titulado “Alejandra entre las lilas”. Un poema emotivo, como no podía ser de otro modo. Un poema en el que dice: Después de haberte leído entera / supe que habíamos hecho el amor / muchas veces. Todos los poetas varones nacidos entre 1940 y 1980 han querido follarse a Alejandra Pizarnik. Y a Anne Sexton. Y a Sylvia Plath. Pero tuvieron que conformarse con escribirles un poema. Poesía como sucedáneo del sexo, acto de necrofilia y vanidad. También, claro, escribir un poema sobre Janis Joplin es lo mismo que escribir un poema sobre las tres suicidas mencionadas. Responde al mismo deseo. Al mismo patrón. Se trata de un poema nacido de la frustración, pero qué poema no nace de la frustración. ¿Y qué pasa con Veronica Forrest Thomson? ¿Y qué pasa con Marina Tsvietáieva? De acuerdo, no nos pongamos tiquismiquis. Y ahora es cuando amplío mi confesión. Yo, además del poema sobre Alejandra Pizarnik, escribí sendos poema sobre Anne Sexton y Sylvia Plath. Y si no escribí uno sobre Janis Joplin fue porque mi amigo Joan Payeras se me adelantó.

 

 

Efecto L'Oreal

 

 

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