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ISSN 1989-4163

NUMERO 50 - FEBRERO 2014

Cócteles y Fotos

Holly

Testino no siempre fue un fotógrafo anecdótico, recordado no por su producción sino por su eterna sonrisa junto a la Wintour o por haber hecho fotos a Diana de Gales o retratado a mujeres muy sexuales, descaradas, cuando Tom Ford reinaba en las pasarelas dirigiendo Gucci y Carine Roitfeld era con él uña y carne. En esa época, Testino era un fotógrafo de verdad que no sólo sacaba su cámara para inmortalizar su ego haciendo fotos a Gisele o a Kate Moss para luego publicar libros en Taschen. Que eso está bien, claro, pero no deja de ser deprimente que haya quedado vinculado a la portada de Vogue USA, sosainas total, sacando fotos a estrellas de cine en los mejores casos, actrices de más de cuarenta que aparecen con tanto retoque que es casi imposible saber si son ellas o sus nietas, o muchachas prontas a ser olvidadas tras un éxito en la taquilla en la mayoría de casos que, además, suelen aspirar a ser it girls (como Sienna Miller en la mítica portada del September Issue aquel del que hicieron un reportaje).

En los 90, Meisel molaba. Hacía editoriales como éste de Testino (1994) para Vogue París, y sus fotos tenían un halo que borran todo el atrezzo y el retoque actuales. No quiero decir que fueran perfectas o que ahora no se haga nada que valga la pena -al contrario, hay producciones de muy alto nivel y tan hermosas que casi son trágicas- pero se ha perdido el aire de una época que, aunque a nivel de prendas y de colecciones quizá fue olvidable, tuvo una impronta tan personal como los 80 o los 70 o los 40. Son los años de una mujer que bebe un poco de la iconografía de Helmut Newton para YSL pero que es más agresiva en los negocios sin ser una yuppie ochentera, porque es más sofisticada. Testino la plasmó muy bien en este editorial. Es una mujer elegante y algo hipererotizada aunque insumisa. Vestida con líneas rectas, sacadas de Calvin Klein en su mayor parte, pero mezcladas con faldas tubo, turbantes, joyería escandalosa (de marcas italianas como Gucci o Prada) y un aire de diversión desenfrenada -aunque no nociva como en los 80, con toda la coca y la prostitución y el arribismo de por medio- pero sana. Y molaba.

 

Vogue

 

 

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