Estoy en deuda con todas las presencias de esta casa. Mis fantasmas tutelares (en aparente olvido) me enseñan con su azotar de puertas o el tronido de un vaso que agita la alacena o el tropezón violento con la esquina de un mueble, que su energía dispone los espacios para que todo fluya, ¿en armonía? Algo sucede siempre fuera de nuestro arbitrio: algún foco se apaga, el teléfono suena sin voz del otro lado. He aprendido a vivir con mis fantasmas y los conozco tanto que los identifico por señales. Terraplén es un monje libertino que me aconseja alcohol todos los días y me dice que Dios es un tunante que creó el universo en una juma, que el único lenguaje que él entiende son los ojos estrábicos y el olor a barrica de cien fuegos, que el camino más rápido a su cielo son las chelas, las chelotas y todas sus cheladas. ‘Siempre debes vivir pegado al piso y en la celebración de tus instintos’.
Bataclás es un ángel comunista que me dice ‘no lo oigas camarada, pon mejor atención a tu conciencia. Lo que debes hacer con tu entusiasmo es ademar el templo del orgullo y erigir un abrazo solidario para todas las razas y los credos. Todos los hombres y todas las mujeres: eso es Dios y no existe contrafilo. Y si algún bebedizo has de tomar, que sea Vodka, no vulgar cerveza. Porque si el cielo vive, camarada, con esa pestilencia te regresan. Dos divinas sustancias, Vodka y Quina, te dejan el aliento que es un cielo.’ ‘Arcángel Bataclás –le he contestado- acepto tus consejos sobre el vodka, pero en esos asuntos del abrazo te confieso que soy de miembros chicos. Sólo me comprometo: con un buen comunismo de a cincuenta. Me construiré un abrazo complaciente hinchado de herramientas amatorias, que abarque solidario a todas las mujeres que me encuentre’.
Rompeolas es una sombra ‘bien’, de gustos exquisitos y tendencias altruistas. Pertenece a la onda ‘social club’ y su mejor consejo de fantasma es que siempre camine bien peinado. Me exige a todas horas habitar un semblante circunspecto, porque según su crianza ‘en la flema radica la doctrina que nos pudieran dar nuestros ancestros: hay que portarse serios, demostrarlo, aún en los momentos más joviales’. Mi amigo Rompeolas sólo ríe cuando yo le describo a mis amigos: un poeta simbolista de Celaya, un filósofo cuerdo obsesionado con volver manantial el suelo yermo de un pueblo que se llama Aguascalientes, un místico que reza ante un reloj y espera que broten los minutos como parto de algún Amor de arena, un Alejandro magno tan pequeño que cabe en una hoja de Coecillo, un músico del Valle de Santiago que en Salamanca ideó su Rocanrol (aunque de allá venía el vis transgénico), y un soñador del siglo diecinueve a quien Deméter dio la comisión: de surtir de poetisas el veintiuno... Rompeolas, luido amigo, presento mis respetos: y voy con mis venidas a un retorno.
Ahora me toca hablar del estratega, el fantasma del éter blanquinegro: mi espectro en ajedrez Sun Tzu Godínez, que se volvió famoso aquellos días porque una diagonal de alfil y reina le ocasionó matanga a sus caballos, y hubo enseguida jaque, pero el mate salvó de un estornudo (cierta versión defiende que el alud ocurrió al decir su nombre). A ese lance falaz se le conoce como el de la ‘Defensa de saliva’: ‘nunca te des vencido mientras te quede polvo en el estuche’... Junto al manual de reglas oficiales, mi estratega, carga una protoguía de artimañas. Sun Tzu Godínez se mueve en las dos bandas: el blanco le provoca fiebre anémica que los glóbulos negros le compensan; el negro lo seduce hasta el delirio, pero requiere el blanco, porque en aquel extremo está su sombra. Sun Tzu Godínez: sombra negra espejeada en sombra blanca... Y este duende no sólo multiplica, sino que ante el peligro inventa tablas.
Falta el ánima crédula, inocente, que en todo ve bondades, Tramontino. Para él no existen malas intenciones, la mala leche es sólo requesón producto de una mezcla virulenta que en cualquier santiamén escupió el diablo. No concibe que puede haber el caso que algún buey se orinara en la cubeta o esta probabilidad no muy remota: que sea agua de soya la tal leche... Es tan poca la fuerza de esta sombra que se deja espantar por sus congéneres.
Aunque viéndolo bien en el intento de inventariar fantasmas tutelares, podríamos ampliar nuestras tarjetas, verter las omisiones que nos rondan: talvez lo que nos falta, lo que cuesta trabajo hacer presente, es lo que nos corroe la sustancia, es lo que nos define cuerpo de ánimas. Sombras somos de lo que se va de nuestras vidas, sin reclamo, sin el menor intento de aprehenderlo. Para tales fantasmas que somos, sin tutela, quizá el único rito de exorcismo sea rebobinar el tiempo y la jaculatoria que expulse los demonios puede ungirse tan simple como un gesto: saludar a un amigo, por ejemplo.