Hablando con mi mejor amiga, comentábamos que al final la única esperanza que nos quedará es creer en la reencarnación y afirmaba ella categórica, “desde luego si existe, yo no repito país, a veces me siento extranjera entre los míos”.
Este sentir , aparentemente trivial que ambas hemos sentido en no pocas ocasiones, no es más que el reflejo de un descontento generalizado, hacia el concepto entero de sociedad, gobierno y país. Es consecuencia de la vergüenza y la angustia compartida que nos producen los hechos atroces que se suceden en nuestra realidad cotidiana. Efecto directo del estupor que nos produce lo que se considera normal y aceptable en este país. Lo que para este gobierno y probablemente para el próximo les parece un daño colateral permisible.
El concepto de ley que se aplica, la definición que se ejecuta de lo que significa ser ciudadano, me parece demasiado a menudo inconcebible.
Para ser más concreta. En este país, que no voy a llamar nuestro, se considera aceptable desahuciar a una familia, echar a unos abuelos a la calle o exponer a menores a las inclemencias de la indigencia y la exclusión social. Pero consideran legítimo insuflar millones de euros a los bancos que expolian al pueblo, para que puedan seguir cobrando sus astronómicas e injustificadas primas, sus desorbitados sueldos y para que a su vez ellos puedan embargar propiedades, arruinar familias y no conceder crédito alguno, ahogando una precaria economía.
En este país, se considera adecuado limitar el acceso a la seguridad social, a las personas que por muy diversas causas, la gran mayoría de ellas consecuencia directa de esta crisis brutal largo tiempo negada por anteriores dirigentes, en la que nos hemos visto engullidos, han dejado de cotizar a la seguridad social.
En esta sociedad, se considera admisible ahogar a autónomos y PIMES con impuestos abusivos, tanto si los mismos están teniendo ingresos o no. Pero no les importa destinar importantes cantidades de dinero público, para montar estrategias de protección para que la Infanta Cristina no se vea humillada si la hacen declarar por unos delitos, que para ella claro está no deben ser tales, puesto que toda su vida ha vivido de regalo, sin someterse a ley ni juicio sea este de valor, de moral o de ley.
Ser ciudadano de un país de lo que se considera el primer mundo, un país occidental, europeo y europeísta, debería significar algo, conferirte unos derechos que no fueran sólo teóricos.
Tener derecho a una vivienda digna, debería implicar, que con los muchos y desproporcionados impuestos sin uso definido que pagamos en este país, de manera a menudo nada equitativa, todos tuvieran unos ingresos o sin ellos acceso a una vivienda habitable y adecuada.
Tendría que significar que por el mero hecho de ser ciudadano, con trabajo o sin él, tuvieras asignada una paga variable en función de la edad, si hay hijos a cargo y alguna otra variable a considerar, pero una paga para todos.
Tendría que significar acceso a la seguridad social, especialistas y pruebas incluidas, cuales fueran las circunstancias particulares.
Debería implicar que los estudios fueran realmente gratuitos, sin recortes presupuestarios, ni prohibiciones lingüísticas y sin costes, ni en concepto de libros, ni matrículas, ni nada.
Sinceramente, me parece básico como ya he comentado en alguna ocasión, que las leyes estén al servicio del pueblo mejoren nuestra vida y nos protejan.
En la actualidad de esta sociedad a la que pertenecemos, las leyes nos expolian, nos constriñen, nos limitan y nos obligan en contra del bienestar personal, social o familiar. En escasas ocasiones nos ayudan o protegen. Sí lo hacen con las grandes fortunas, los partidos, la monarquía, los bancos y sus homónimos.
Ser ciudadano no significa nada, vivimos acosados y expoliados, ninguneados.
Vivimos esclavos de la ley.