Macky Chuca (cantante y escritora).
Esta argentina nacida en Buenos Aires en 1973 y residente en Palma desde hace 11 años es un Empire State mallorquín: una figura de la que vanagloriarse, una protagonista con entidad auténtica del paisanaje isleño. Cantante de Mostros, nuestra banda de punk rock con el mejor directo del género, se estrena oficialmente en la literatura con los relatos de La reina del burdel, con el que ha entrado por una puerta suficientemente grande: con él ha ganado el VIII Premio Cafè Món. Publicado por Sloper, la editorial ha lanzado ya una segunda edición del libro tras agotarse la primera con celeridad casi punk.
-Acabas de publicar tu primer libro. Ya eres escritora. Así que primero, una pregunta fácil: ¿por qué escribes?
-Margaret Atwood dedica seis páginas en Negociando con los muertos a enumerar todas las razones de por qué se escribe: por devolverle algo al mundo, por venganza, porque uno siente un llamado profundo del interior o porque no se sabe hacer otra cosa. Yo me pondría entre “porque es una de las cosas que mejor me sale” y “porque siempre estoy escribiendo dentro de la cabeza”. Hay periodistas que dicen que toda la vida es articulizable.
-¿Qué cliché te gusta menos: “literatura femenina” o “literatura punk”?
-¡Los dos! Me enfadé cuando oí a Bobby Flores, de la famosísima radio Rock & Pop de Buenos Aires, decir que no había nada que le diera más rabia que leer un libro y darse cuenta de que lo había escrito una mujer. ¿Se supone que una debería esconderlo, olvidarse de esto, intentar parecer un señor? ¿O que hay temas masculinos y temas femeninos? Me encantaría llegar a un denominador común humano más allá de los géneros, sobre todo si escribiera algo muy elevado, filosófico. Pero como no es el caso, como lo mío es muy carnal porque no sirvo para las abstracciones, creo que el género pesa pero no como lastre, sino porque está ahí, porque somos diferentes, porque lo de “viva la diferencia” puede ser un cliché pero no está quemado todavía.
-Precisamente sobre lo carnal: muchos de tus relatos tratan del amor, el sexo, el deseo. Así que otra etiqueta podría ser “literatura carnal”.
-Depende de si está permanentemente en la cabeza de uno. En mi caso, no sé si tanto. Mi hermano, sociólogo, joven y que lee poca ficción, me dijo: “Tu libro es anticabeza. Como carne. Tus personajes lo sienten todo en el cuerpo”. Los personajes sienten las cosas en el cuerpo, las respiran de alguna manera. No sé explicarlo mejor. Es una mierda tener que hablar sobre lo que uno escribe porque para eso uno escribe. Todo lo que diga está manoseado porque la idea original está ahí, en el libro, no aquí, en cuatro palabras.
-Justamente era la siguiente pregunta: ¿los escritores no deberían dar entrevistas porque se supone que todo lo que tienen que decir está en sus libros?
-Como escritora creo que sí, como lectora no. A Rodrigo Fresán le debo una mirada sobre eso: el escritor que lee y que está todo el tiempo tratando de descubrir las tuberías de lo que está leyendo. Pero yo no leo así. Uno es un lector que escribe, que disfruta y, si el truco aparece, se hace el boludo y trata de no darse cuenta de que descubrió el truco porque lo que quieres es disfrutar. Como lectora me gusta que mis escritores favoritos me despejen dudas o me cuenten en qué momento vital estaban cuando escribieron. Como persona que escribe es un coñazo absoluto.
-Una de las cosas que más conecta con el lector, y no necesariamente el femenino, es el arquetipo de mujer que utilizas: sufre y es herida, pero no es ni soberbia ni autocomplaciente, no es implorante y tampoco recurre a la autocompasión. ¿Hay un leitmotiv consciente en ello?
-De autocompasión puede que quedara algo en los años cuarenta, y ni siquiera: de la Scarlett de Lo que el viento se llevó, quien detrás de sus encajes y su moño lo tenía todo bastante bien puesto. No sé de dónde viene esta imagen del sexo débil. En un texto sobre prostitución que me pidieron desde Radio 3 sí hablaba de la mujer frágil, pero no conozco mujeres frágiles.
-Tus personajes parecen llevar interiorizado aquel presupuesto de que la felicidad no puede depender nunca de terceras personas.
-Interactúan pero luego se lamen sus propias heridas. Y la autocompasión es un tipo de literatura cuando uno tiene 16 años, del tipo “la vida me engañó”, “pobre de mí”, etc. Por otro lado, cada vez más creo que el libro se llama La reina del burdel como podría haberse llamado La reina del carnaval porque todos los personajes llevan una especie de disfraz que se les está desmontando a pasos agigantados. Son muy autónomos y autosuficientes porque llevan una máscara muy pulidita, pero están todo el tiempo emparchando, tratando de remendar.
-La palabra “burdel” debe ser una elección muy consciente. Casi podría estigmatizar el libro.
-De hecho, mi propuesta era Bordello Queen, que es un tema del próximo disco de Mostros, pero lo del inglés no cuajó mucho en la editorial. Lo de “la reina del burdel” lo dice el personaje en el cuento, así que cuadra. También pudo ser Las chicas estás huecas, que es el título de otro cuento del libro. Pero lo de “Chuca”, “hueca”, “chica” era una cacofonía delirante.
-Otra cosa que llama la atención es el formato: el cuento muy breve. ¿Por qué?
-Porque no sirvo para otra cosa. El cuento es complicado y muy guapo, es muy bello poder mantener esa tensión. Pero mantenerla en una novela… He escrito cosas más largas que me parece que no funcionan. Aunque sí hay una historia que me persigue hace años que sé que da para más que un cuento. Una cosa no es más valiosa que la otra aunque exista eso de “¿llegarás a ser novelista?”, como si fuera una cucarda que uno tiene que colgarse. Hay gente como James Salter, que publica un libro de cuentos cada 10 ó 15 años absolutamente perfectos, que no tienen una coma de más, y sin embargo sus novelas, aunque son muy buenas, no llegan al mismo nivel. Borges tampoco publicó nunca ninguna novela.
-¿Entonces no aspiras a la narración de 300 páginas?
-No necesariamente. Sí aspiro a contar esa historia que sé que en algún momento será más larga que un cuento. Pero igual me quedo en la nouvelle. No creo que haya una literatura que sea más válida que otra. Y la forma se encuentra, te topas con ella. Lo pide la historia.
-Has conservado los modismos argentinos en tu escritura. ¿Es una voluntad de estilo, sólo añoranza o ahí están y punto?
-Ahí están y punto. El personaje pide. Hay cuentos en los que los personajes hablan de determinada manera, son un poco más líricos y pausados; hay cuentos en los que el protagonista es evidentemente argentino y se maneja en ese código un poco más delirante. Y por otro lado, ya soy híbrida: después de 11 años aquí ya hablo como hablo, y creo que es importante que un escritor escriba como habla. No por el artificio, sino que es como me sale. Cada vez más empieza de una manera automática, muy surrealista, de vomitarlo todo, y después ya se limpiará. Pero cuando se limpia, lo hace la forma pero no el lenguaje. Permanecer con el primer pensamiento, con la primera palabra que aparece, también es importante. Tiene un fulgor del momento que me parece que hay que conservar y no estropearlo con el diccionario de sinónimos.
-Y por supuesto: ¿qué hay de mallorquín en tu literatura?
-(duda) Ahora no lo sé… a ver… pensando en los cuentos rápidamente… es que hay muchos que son muy argentinos… ¡El mar! Hay un par de cuentos que hablan del mar. Puede ser un Océano Atlántico pero… Sí, el mar.
-¿Con qué libros descubriste la gran literatura?
-Fue todo muy precoz: estuvo la biblioteca de mi tía Martita, que está en los créditos porque me leyó un cuento de Poe a los cuatro años con la luz apagada. Ella quería que yo conociera toda la literatura. Igual se apresuró. Aprendí a leer muy pequeñita. Entré al jardín de infantes sabiendo leer, y la profesora se iba a fumar dejándome leyendo cuentos a los niños. Yo podía ir, robar libros y leerlos. También según qué poesía. En casa había un libro de poesía de los de tipo Arts&Craft, tipo Christina Rossetti, Shelley, etc. Lo que he leído era todo muy anglófilo: Joyce, Faulkner, Conrad, enormidades que estaban dando vueltas por ahí que fui leyendo en varias etapas porque las leía y no las entendía.
-Algo importantísimo para un lector: releer.
-Sí, es un placer. Tengo libros sin leer porque vuelvo y releo todo. Como con tus discos favoritos, los que no escuchas una vez, sino 500. Hay ese grado de exprimirlo. De la gran literatura leí cosas muy mezcladas. Recuerdo haber leído La naranja mecánica porque había una colección excelente de la editorial Minotauro original, y a Bradbury, Lem, Le Guin, Clarke... O Faulkner: un tomo de unos cuentos inéditos que para una niña de 11-12 años es impenetrable. Recuerdo ahora uno de un niño que juega a las puertas del burdel donde trabaja su madre.
-En tu caso es inevitable preguntarse cómo se contamina la cantante de la escritora y viceversa.
-Las letras son otro universo. Primero porque uso el inglés, que es como el rock&roll suena mejor. Es un idioma muy económico por lo monosilábico. En canciones muy rápidas puedes decir mucha cantidad de información con un montón de monosílabos interesantes que no sean “yeah, c’mon”. Mis facetas se contaminan pero están separadas porque no veo mis letras como literatura. No soy poeta. Es ponerle palabras a una canción que ya está ahí y funciona.
-Existe una tiranía del físico en lo cultural: música, cine, televisión. Se ve que ninguna mujer no es prometedora si además no es un pibón. En literatura, esa intensidad es menor por motivos obvios: no hay una exposición constante. ¿Es aún vigente la frase hecha “queda mucho por hacer”?
-No creas que en literatura es menor: en seguida salta el “la escritora, que lucía bellísima con su vestido rojo…”, pero no se dice “qué bien le queda a Paul Auster su nuevo el corte de pelo”. Por eso aún existen frases hechas como “la igualdad llegará realmente cuando haya tantas mujeres inútiles en puestos importantes como hombres inútiles”.
-Acaban de elegir como directora de la Asociación de la Prensa de Madrid, la más potente de España, a una mujer. Todos los artículos al respecto empiezan con el “Por fin una mujer…”, en vez de incidir en su categoría profesional, que se sabe que es excelente. ¿No sería mejor, para ayudar a normalizarlo, omitir la distinción del sexo?
-Es que todavía no es normal que suceda algo así. Todavía seguimos siendo una minoría total. Lo de La reina del burdel, que nació por la canción, apareció por eso. Porque hay iluminados que te gritan “¡puta!” cuando subes al escenario, o que te gritan “¿siempre con el mismo vestido?”. ¿A quién se le ocurre decirle a Loquillo que va siempre con la misma camisa negra? Por otro lado, lo fácil es colgarse de eso y usar todos tus encantos para vender el próximo disco. Defiendo la libertad absoluta de que cada uno haga lo que quiera. Si hay chicas que quieren ponerse en pelotas porque con eso venderán más discos, brillante, pero que no sea la única manera de llegar.
-Pero parece que no se puede elegir: por ejemplo, con la típica sesión de fotos en ropa interior a la que toda actriz novel parece obligada. El discurso es entonces “Hazlo porque es bueno para tu carrera”.
-Te prestas o no te prestas. Tengo claro que para mi música, para lo que a mí me interesa, de momento no me aporta nada. El día que yo piense que artísticamente salir en pelotas sirve de algo… no lo sé. PJ Harvey lo hizo, y fue en un momento en que no estaba ni con las cejas depiladas ni espléndida. Se desmarcó del molde, porque sí que hay una presión para que encajes en él.
-¿Es Argentina el país más feliz del mundo porque tras el corralito puede mirar al resto de países diciendo “nosotros ya estuvimos ahí y lo superamos”?
-Mi breve carrera académica se vio truncada dos veces por dos grandes recortes y una enorme inflación, pero aquí estamos. Lo que no era real era esa burbuja de cambiamos de coche todos los años, o vamos toda la familia a Madagascar y luego arrasemos nuestros cuartos e Ikea nuevo cada 7 de enero. Aunque tampoco creo en esta terrorcracia, en no poder gastar porque hundiremos. Si no compramos en este bar no podrán pagar su luz y su agua. Hemos salido de peores. Aquí, hace veintipico años, ya hubo más paro que ahora, aunque es cierto que había menos dinero en juego. Pero no es la crisis más grave que se ha sufrido, sólo la más nueva.
-Hace unas semanas murió Antonio Bussi, ex general durante la dictadura argentina. ¿Se está cerrando aquel periodo de manera apropiada, sana, justa?
-Cuando se está cerrando porque están todos de arresto domiciliario con 87 años no convence nada. A los que les truncaron la vida no tenían 87 años, tenían veintipico, y también están los hijos que les arrancaron en campos de tortura. Una de las claves de que el gobierno de Cristina Kirchner aguante es todo lo que están haciendo por los derechos humanos. Hay una gran herida, que si aquí duró 40 años de dictadura allí fueron 6, pero igual de sangrienta. Una píldora concentrada de dictadura. Esa gran herida de la que nunca se habló sino que se intentó tapar luego con el indulto de Menem y todas las leyes de obediencia debida que hicieron tanto daño. Es difícil hablar en la distancia. Me siento un poco impostora porque no lo estoy viviendo, pero sé por muchos amigos que es una alegría amarga.
Publicada el 9-12-11 en Diario de Mallorca