El punto de partida de La de Dios es Cristo de John Niven es tan sintomático como la singladura del filme de Kevin Smith, Red State. Ambos tienen en común el uso del humor y la violencia para tratar el mismo problema. Sin embargo, donde el director ha grabado un thriller psicológico, el escritor ha plasmado una disparatada comedia de Mel Brooks.
Niven cuenta que Dios vuelve de unas vacaciones de pesca y se encuentra con un percal considerable. El Cielo es una especie de comuna hippie, como es lo habitual, pero abajo, en la Tierra, el odio y el fanatismo se extienden por doquier: grupos con pancartas amenazadoras en funerales de homosexuales, organizaciones que apedrean a los enfermos de SIDA que se acercan a las clínicas a recibir el tratamiento, tipos lapidando mujeres,... La única solución viable es volver a enviar a su hijo. Y pese a que Jesucristo recuerda el martirio que tuvo que pasar, le es imposible rechazar los designios inescrutables de papá.
Esta novela que mezcla road-movies con marihuana, crucifijos y rock and roll puede caer en el saco de la crítica vacía y faltona, ejemplo de una radicalidad que ya no sorprende y cuya ofensa parece más una broma de niños. Ni la trama ni el análisis son complejos. El autor escocés ha trasvasado la primera parusía a una segunda en pleno siglo XXI y el tema religioso es atendido desde un punto de vista maniqueo, con especial hincapié en el catolicismo y la cienciología. Sin embargo, la benévola figura del iluminado guitarrista JC, hijo de Dios, se hace querer. Su filosofía vital es envidiable pues sigue el único precepto que en realidad lanzó su Padre: "Sed buenos".
Su contrincante, en este caso, no es un Satanás suprahumano sino un terrenal Steven Stelfox, también protagonista de la primera novela de Niven, Kill your friends. Stelfox es el resultado de llevar al extremo a Simon Cowell, el directivo de Sony que hizo de juez antipático en American Idol y que, posteriormente, creó el programa X factor. Representa la codicia y el hiperindividualismo que han acabado dominando la sociedad, escollos contra los que choca el mensaje divino de solidaridad y comunión. Desgraciadamente, como pasara dos mil años atrás, será la intransigencia y no la avaricia lo que realmente pondrá contra las cuerdas la misión de JC.
Es triste ver que hay que resucitar los textos de Locke y Voltaire acerca de la tolerancia religiosa para recuperar la sensatez en la cacareada posmodernidad. Es triste ver que personalidades como Richard Dawkins o David Attenborough tengan que saltar a la palestra a defender la teoría de la evolución frente al creacionismo en las escuelas. Tantas obras anglosajonas ironizando sobre el tema no señalan más que una creciente relevancia de algo que no debería ser siquiera significativo si todo no estuviera torcido. La de Dios es Cristo, siendo una novela ligera, es una aportación necesaria porque muestra de manera gruesa las incoherencias de estas posturas fanáticas.
Con buenos golpes de humor, cuyos ganchos más dolorosos vienen de pequeños detalles y pequeños gestos, la tercera novela de Niven se agradece. Es, sobre todo, a través del buenrollismo que destila el protagonista que el lector va despojándose de su cinismo y entra en la novela. Su bondad sin restricciones da ganas de recuperar la fe, como mínimo, en la generosidad humana.