Habías salido con tus amigas. Cuando llegaste a casa estabas pálida y temblabas como un flan.
- ¿Qué te pasa?
- Me han seguido.
- ¿Quién?
- Un hombre. Me ha estado siguiendo durante todo el trayecto a casa. Ven...
Cogido del brazo me llevaste hasta la ventana.
- …Es ese de allí.
Vi a un tipo corriente que caminaba tranquilamente por la acera. Eran más de las doce de la noche y no había nadie más en la calle.
- ¿Te ha hecho o dicho algo?
Me ha - estado siguiendo ¿te parece poco?
- Puede que vuestros destinos coincidiesen.
- Te digo que el muy guarro me ha seguido.
- No dudo de tu palabra, solo digo que si no ha hecho ni dicho nada que te incomodase, no sé por qué crees que te ha seguido.
- Las mujeres sabemos esas cosas.
- Bueno, lo importante es que ya estás en casa y todo está bien.
- ¿Cómo que está bien? ¿Acaso piensas dejar que ese cabrón se vaya de rositas?
- ¿Qué quieres decir?
- ¿No vas a bajar a decirle algo?
- ¿Qué quieres que le diga?
- No sé, eso es cosa tuya,
- ¿En serio quieres que baje?
- Si no fueras un calzonazos ya estarías abajo cantándole las cuarenta a ese desgraciado.
- Pero yo…
- Mira, ese tipo conoce donde vivo, no quiero encontrármelo otra vez, así que baja y dile que no vuelva seguirme. Y déjale claro que hablas en serio.
¿Calzonazos yo? Sentí que me ponías a prueba, querías saber si estaba dispuesto a defenderte. Mi virilidad estaba en entredicho. Bajé a la calle. Tú esperabas asomada a la ventana, no querías perderte ningún detalle. Viendo que no estaba muy convencido me presionaste para que le diese caza.
- Corre o no le vas a pillar.
Vi al tipo al fondo de la calle.
- Corre.
Corrí hacía él. Según me acercaba pensé en qué le iba a decir. No era cuestión de acusarle de acosador de buenas a primeras. Convenía ser diplomático e intentar solucionarlo todo de las mejores maneras. Por otro lado, se suponía que yo estaba allí para salvaguardar tu honor, o lo que fuera que fuese a defender. Tenía que mostrarme como un auténtico macho ibérico, seguro y agresivo. Claro que yo no me sentía seguro y mucho menos agresivo. A mí, la situación me parecía ridícula, y si estaba allí era porque tú me obligabas a ello. Cuando faltaban pocos metros para alcanzarlo pude apreciar que el tipo en cuestión era más alto y corpulento que yo. No, si al final me van a partir la cara, pensé. Deseé dar la vuelta y regresar a casa, pero sabía que si me veías retroceder me tomarías por un cobarde. No me quedaba más remedio que abordar el tema con valentía y arrojo. No me lo pensé más.
- Eh, tú.
El tipo se volvió para responder a mi llamada. Ya no había marcha atrás. Cogí aire y me armé de valor.
- Oye ¿tú has estado siguiendo a…
- Hey, yo te conozco.
- …
- Tú eres Pepe Pereza.
- Sí.
- A qué estudiaste en el colegio Batalla de Clavijo.
- Sí.
- ¿Y no te acuerdas de mí?
- La verdad… tu cara me suena.
- Soy Cleto.
- Hostia Cleto, claro que me acuerdo… ¿Qué es viento? Las orejas de Cleto en movimiento.
Por aquel entonces, Cleto tenía unas orejas impresionantemente grandes y todos los chavales le tomábamos el pelo a cuenta de ello.
- Como puedes ver ya no tengo orejas de soplillo.
- Por eso me ha costado reconocerte.
- Joder, Pepe, cuánto tiempo. Dame un abrazo.
De pronto me acordé de que seguías en la ventana. Sabía que debido a la distancia no podías escucharnos, pero sí leer nuestras posturas corporales.
- Lo siento Cleto, no puedo, de hecho debo mostrarme agresivo contigo.
- ¿Por qué?
- Verás, mi novia piensa que la has estado siguiendo…
- ¿Qué?
- Es aquella que está asomada a la ventana.
- Yo no he seguido a nadie.
- Te creo. Lo malo es que ella está convencida de que sí, y te aseguro que no hay quien la haga cambiar de idea. Tiene la cabeza más dura que una piedra.
- Te juro que no la he seguido, voy camino de mi casa.
- Es lo que le he dicho, pero no ha querido escucharme. Me ha obligado a bajar a la calle para ajustarte las cuentas.
- Esto es ridículo.
- Lo mismo pienso yo. Verás, se me ocurre que podíamos fingir una pelea.
- ¿Estás de coña?
- Solo fingirlo, para hacerme quedar bien.
- ¿Me tomas el pelo?
- Venga Cleto, no te cuesta nada. Una pequeña pelea como en las películas. Encajas un par de golpes de mentira y sales corriendo. Hazme este favor.
- Que no, tío.
- Evítame un marrón con mi chica.
- Joder Pepe, ya somos mayorcitos para estas bobadas.
- Tío, hazme este favor.
- Eres la hostia.
- Por favor.
- Joder.
- Venga tío.
- Está bien, lo haré por los viejos tiempos.
- Gracias Cleto. Me libras de una buena.
- ¿Cómo lo hacemos?
- Qué tal un puñetazo en el estómago, otro en el mentón, te caes al suelo, y cuando avance hacia ti para seguir zurrándote, te levantas y huyes.
- Lo de tirarme al suelo no me convence.
- Vale, bastará con los dos puñetazos.
- Por mí bien, siempre y cuando tengas cuidado de no darme.
- Descuida, lo tendré.
- Eso espero.
- Bien, vamos a ello. ¿Estás preparado?
- Creo que sí.
- A la de tres ¿Vale?
- Vale.
- Una, dos y tres…
Después de aquello me recibiste como a un vencedor, con besos y abrazos. Era el premio por ser el macho más fuerte, el que, aparentemente, había meado más alto. Todo era un fraude, no obstante, la falsa demostración de testosterona te puso a cien. Esa noche me amaste como si fuera el mismísimo James Bond después de haber salvado al mundo de la hecatombe.