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ISSN 1989-4163

NUMERO 30 - FEBRERO 2012

Llamadle Vatslav

Marta Rivera de la Cruz

En checo, Vaclav se pronuncia Vatslav. La endiablada fonética checa hace que pronunciemos mal buena parte de los nombres, y entre ellos el de Vaclav Havel, que acaba de dejarnos y al que recordaremos siempre como uno de los personajes referenciales del siglo XX. Por suerte, no ha tenido que morirse para que reconozcamos su legado político y ético. Havel fue protagonista de una de las más difíciles transiciones de la historia moderna: la bellamente llamada "revolución de terciopelo", que comandó y sostuvo y que libró a Checoslovaquia del yugo comunista sin violencia alguna. Fue la caída de esa pieza esencial en el dominó de Europa lo que impulsó definitivamente el fin de la guerra fría y la llegada de la verdadera democracia a los países del telón de acero. Nada hubiese sido igual sin Havel al frente de ese complicado cambio, no solo político y económico, sino también moral. Lo hizo con altura de miras y sin revanchismos, buscando la resurrección de un país moribundo y una población agotada.

Vaclav Havel no era solo un político: era también un pensador, un gran dramaturgo y un escritor notable. Si alguien quiere acercarse a él le recomiendo sus "Cartas a Olga", la colección de misivas que dirigió a su esposa desde la cárcel aprovechando el miserable permiso que le daban las autoridades penitenciarias de escribir una carta semanal. Cinco años estuvo en prisión acusado de actividades contra el régimen comunista. Salió de allí sin rencores, quizá porque era la única forma de ser verdaderamente libre.

Cuando viajé a Praga en 1991, el país empezaba a sacudirse timidamente la modorra de los años de opresión. Los establecimientos de lujo dudaban a la hora de admitir clientes, porque todavía no se habían dado cuenta de que ya no eran propiedad del estado y cuanta más gente, más ingresos, y en los escaparates de las mejores tiendas de alimentación se exhibían como ejemplares exóticos torres de latas de coca cola. En Praga vi por primera vez a personas mirando los establecimientos de comida con la misma expresión con la que yo miro las joyerías, y comí por una cantidad ridícula en un comedor fastuoso bajo las arañas de cristal y servida por camareros de frac mientras intentaba averiguar para qué servían todos aquellos cubiertos.

En Praga vi soldados de aspecto feroz que patrullaban las calles con una extraña expresión en los ojos: solo ahora entiendo que estaban profundamente desorientados. Todo el país lo estaba: nadie sabía muy bien qué iba a ocurrir en el futuro, aunque se notaba que unos y otros tenían ganas de creer que había llegado una etapa nueva y que esta vez las cosas iban a ir mejor.

Recuerdo que nuestra guía - una muchacha descarada y alegre que robó un paraguas delante de mis narices - me señaló una casa al lado del río. Era una casa bonita y pequeña, algo destartalada, y no muy bien tratada por el paso del tiempo. Una de esas casas que auguran cañerías obstruídas y corrientes de aire, y están pidiendo a gritos una mano de pintura y unos cuantos cristales nuevos. "Es la casa de nuestro presidente", dijo, y la inflexión de su voz y el respeto con el que miraba aquella casa - convertida de pronto en una especie de santuario - me hizo pensar que los checos esperaban cosas grandes de aquel hombre.

Nevaba en Praga en aquellos días lejanos de 1991, y recuerdo que mi hermana y yo cruzamos el puente de Carlos sin más compañía que los copos de nieve, el ruido de nuestros pasos y las notas de "Stormy Weather" interpretada por un trompetista que no sé qué demonios estaba haciendo en aquel puente desierto. La ciudad, el país, estaban deseando despertarse a la nueva oportunidad que el destino, de la mano de Vaclav Havel, le les estaba poniendo delante de los ojos. Necesitaban un milagro para renacer de las cenizas de tantos años de opresión. Y Havel hizo ese milagro que no tocó solo a los checos, sino también a la nueva idea de la vieja Europa donde caían para siempre los muros que la habían dividido durante tanto tiempo.

Por eso hoy, que Vaclav Havel ya no está, creo que lo menos que podemos hacer es pronunciar bien su nombre. Así que, por favor, llamadle Vatslav.

Praga

 

 

 

 

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