Históricamente estaba claro que la riqueza se creaba a través de la transformación de los objetos en nuevos bienes de mayor utilidad para el hombre, o bien haciéndolos llegar a un lugar donde se valoran más dichos bienes. La cosa se desvirtuó poco a poco. Las grandes potencias europeas decidieron esclavizar a gran parte del mundo para recoger ellos la parte del león de la riqueza que se creaba en sus colonias. Y por último, el capitalismo, cuando la civilización llegó a la conclusión moral de que la esclavitud era inaceptable, descubrió que aún era posible enriquecerse a costa de los demás mediante la especulación. Las grandes masas de capital son capaces de hundir el precio de un producto, acapararlo a los nuevos precios irrisorios, y después disparar de nuevo el precio para vender lo acaparado con un pingüe beneficio. Y todo ello sin llegar a tocar siquiera el producto. Es un negocio “limpio” que no hace sino empobrecer a los más pobres y enriquecer más a los más ricos, pero sin mancharse las manos de sangre. Todo se hace desde pantallas de ordenador. No se ven las familias muertas por el hambre, desahuciadas por el empobrecimiento. Todo muy civilizado.
En estos últimos años, nuestra Europa, nuestros gobiernos y nuestros bancos han sido presa de los especuladores. Durante lustros han engrasado nuestras cuentas con un dinero fácil que nos ha convertido a todos, desde el Banco Central Europeo hasta el último ciudadano de a pie, en despilfarradores alegres y despreocupados de dónde venía ese maná inmerecido. Pero llegó el momento en que los especuladores decidieron que ya era hora de exprimir también a la vieja Europa. Dejaron de suministrarnos esa avalancha de dinero que no nos habíamos ganado y exigieron su devolución. Resultado: bancos sin dinero, Estados sin dinero y, desde luego, ciudadanos sin dinero. Y todos con compromisos de gasto para años sin posibilidad de hacerles frente. Durante estos tres años, los Estados han dedicado nuestro dinero –sí, es de los ciudadanos. La ridiculez aquella que soltó la ministra Calvo de que “el dinero público no es de nadie” no hizo sino revelar el perverso pensamiento íntimo de nuestros políticos- a financiar a los bancos que, inexplicablemente, y salvo en los casos de intervención pública, siguen reflejando beneficios en sus balances. Entonces, ¿para qué coño necesitan nuestro dinero? Lo más trágico es que ese mismo dinero se lo tienen que dar a los Estados que no tienen un Euro y los ciudadanos y los emprendedores se quedan sin posibilidad de sostener sus negocios o comprar una vivienda, salvo las que se han adjudicado los bancos por haber dado préstamos a la construcción de una manera irresponsable. ¿Por qué no están en la cárcel todos los consejeros de esos bancos sino que siguen recibiendo indemnizaciones millonarias? ¿Es que no hay Justicia? ¿Ah, no sabías? Y así siguen rotando ese dinero ficticio entre el BCE, los Gobiernos y banca desde hace tres años. ¿Y para qué?, cabría preguntarse, si al final el dinero no llega a ninguna parte. Es una especie de truco de trilero. ¿Dónde está realmente el dinero? Como en el timo de los trileros, la realidad es que el dinero no está en ninguna parte, pero en cada viaje del dinero de un sitio a otro, alguien cobra una comisión millonaria.
Pero les ha debido parecer que esa era una manera muy lenta de embolsarse nuestro dinero y el Banco Central Europeo ha decidido que los europeos ya estamos suficientemente maduros para estafarnos en toda regla, como se ha visto en diciembre. A esos bancos que custodian (je, je) nuestro dinero, les ha entregado MEDIO BILLÓN DE EUROS de nuestro dinero –el dinero del BCE es de los europeos- a un tipo del 1% para evitar un colapso de liquidez según nos cuentan. –Insisto, ¿dónde diantres está todo el dinero que todos les hemos dejado y les hemos depositado? ¿Por qué no están los consejeros en la cárcel?-. Pero resulta que esos bancos vuelven a prestar el dinero al Estado español al 4% o a los propios españoles –propietarios de ese dinero- a un porcentaje mayor. Y con esa jugada de birlibirloque, se embolsan un 3% como mínimo, que suponen 15.000.000.000€, o DOS BILLONES Y MEDIO de las antiguas pesetas. Y eso, señores míos, es una estafa como la copa de un pino.
Lo aclaro: Se coge mi dinero (el del BCE), se le presta a los bancos y estos, al final, me lo prestan a mí. Es decir, el dinero era mío y al final vuelve a estar en mis manos, pero por esa jugada completamente absurda e innecesaria, los bancos me quitan DOS BILLONES Y MEDIO de pesetas. Y toda la jugada, organizada por el Banco Central Europeo. Y aquí nadie va a la cárcel. Ni siquiera les sacan los colores a todos esos banqueros que viven con unos lujos que parecen del país de las mil y una noches.
Y a mediados de enero, es el Gobierno el que se dispone a prestar a través del ICO a las Comunidades Autónomas. ¿Dónde está la bolita? ¿Dónde están los euros?
Y no pasa nada. ¿Hasta cuándo vamos a permitir los ciudadanos que se nos estafe sin salir a la calle y aplicar la más brutal de las justicias? Siguen pasando los euros de un cubilete al otro, para que los perdamos de vista y nos los acaben quitando como siempre a los mismos: los ciudadanos.
Si no hacemos nada, ¿cuál será la próxima estafa? ¿Enviarán a la Policía a nuestros hogares, pistola en mano, para robarnos los pocos bienes que nos queden?