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ISSN 1989-4163

NUMERO 30 - FEBRERO 2012

Libros Rescatados del 2011

Gabriel Rodríguez

Sin otro criterio que el gusto por la lectura y el azar, he rescatado estos doce libros entre los cuarenta y pico que leí en 2011. Por unos u otros motivos, son los doce que más disfruté. Hay dos libros de relatos, cuatro novelas cortas, tres largas que incluyen un clásico y tres ensayos.

-Abierto toda la noche, de David Trueba. (Anagrama). Dice David Trueba que la familia es el único local que permanece abierto toda la noche. Su primera novela es deudora clara de esa mala uva tan española de Azcona. La visión de la familia que nos ofrece es tan ácida como reconocible.

-La estrategia del agua, de Lorenzo Silva (Destino). Una novela negra sin los artificios típicos del género. La prosa de Silva es cristalina, sin trampas ni trucos de manos. Su Rubén Bevilacqua, el guardia civil que lleva a Extremoduro como politono, es una de las grandes creaciones de la novela negra española.

-McMafia, de Misha Glenny (Destino). El complemento perfecto para adictos a The Wire. ¿Cómo funcionan las redes mafiosas a lo largo y ancho del mundo? En caso de duda, siga usted la pista del dinero. Aunque a veces da la impresión de que el autor no puede manejar con precisión tantos datos, el libro da muchas pistas para comprender el mundo en que vivimos, que, en lo esencial, no es otro que el de toda la vida.

-¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick (Edhasa). La novela en la que se inspiró Blade Runner tiene ese aire onírico, alucinado y la vez tan familiar de la estupenda película de Ridley Scott. Las dudas del cazarrecompensas Rick Deckard no nos son en absoluto ajenas.

-La velocidad de la luz, de Javier Cercas (Tusquets). Esta novela es un puro torrente narrativo. Un aspirante a escritor, el poco disimulado alter ego del propio Cercas, cuenta su encuentro con un peculiar profesor de literatura veterano de Vietnam. El relato de lo que allí vivio y las especulaciones acerca de esa vivencia proporcionan material para una reflexión de cuatrocientas páginas. Cierto es que la segunda mitad de la novela no está a la altura de la primera, pero aún así merece la pena sumergirse en este libro.

-El factor humano, de John Carlin (Seix-Barral). El periodista John Carlin cuenta cómo Mandela se metió en el bolsillo a todo un país en solo un año. Si este ensayo adquiere categoría de novela es por la calidad literaria de sus personajes. El rugby y la política no son sino las excusas para hablar sobre un hombre que busca un objetivo imposible.

-El espejismo de dios, de Richard Dawkins (Espasa Calpe). Este biólogo británico nos regala nada más y nada menos que la voladura controlada de la religión. El ensayo resulta algo espeso en ocasiones, pero vale la pena aguantar un poco el tipo y disfrutar de la lúcida acidez de este brillante divulgador no apto para meapilas.

-El fin de los buenos tiempos, de Ignacio Martínez de Pisón (Anagrama). Tres relatos largos, independientes pero relacionados, conforman este libro magistral. El primero de ellos arranca con el inquietante augurio que sugiere una carretera en la que se suceden perros muertos. Le siguen la historia de un modesto equipo de fútbol de un pueblo de provincias y el relato de un hombre que vuelve a su ciudad para reencontrarse con su padre enfermo. Cada una de las historias está esculpida con el mismo material que la vida real.

-No tengo miedo, de Niccolo Ammaniti (Mondadori). Tensa novela corta en la que el asfixiante calor de un verano en la Italia rural parece emanar desde las propias páginas. Un niño va perdiendo la ingenuidad al tiempo que descubre la patética realidad en que se han enfrascado los adultos del deprimente pueblo en que vive.

-La defensa, de Vladimir Nabokov (Anagrama) Entre las variadas facetas de Nabokov (entomólogo, traductor, crítico y hasta profesor de tenis) la de ajedrecista no es de las menos influyentes en su prosa. Esta es la historia de un hombre que se esconde de la vida dentro de un tablero de sesenta y cuatro escaques.

-Los Buddenbrook, de Thomas Mann (Edhasa). Poco importa si estamos ante la última gran novela del siglo XIX o la primera del XX. La decadencia de la casa Buddenbrook corre en paralelo al derrumbe de la antigua sociedad burguesa del siglo XIX en una de las mejores novelas jamás escritas.

-Incendios, Richard Ford (Anagrama). Esta novela breve de Richard Ford nos mete de lleno en la crisis de un matrimonio de la clase media estadounidense contado por su propio hijo. Los fuegos reales e interiores se confunden en esta pieza corta en la que la perplejidad ante la vida y el amor por los padres se entremezclan en el adolescente Joe.

-La responsabilidad empieza en los sueños, Delmore Schwartz (Bruguera). Esta extraña e irregular colección de cuentos tiene algo de Capote y de Carson McCullers, aunque por otra parte no se parece a ninguna otra cosa. Lou Reed, que fue alumno de Schwartz, consideraba que el relato que da título al libro era el mejor que jamás se había escrito. Probablemente exageraba, pero en cualquier caso vale la pena echarle un vistazo a ese relato, en el que un joven se sienta en el cine y asiste a la historia de sus propios padres.  

La defensa

 

 

 

 

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