Meryl Streep tiene todas las papeletas para llevarse otro Oscar este año, gracias a su reencarnación de Margaret Thatcher, aquella señora mandona que actualizó el mito de Robin Hood robando a los pobres para dárselo a los ricos. Los académicos de Hollywood se pirran por las imitaciones de dos horas y pico, en los últimos tiempos no han parado de regalar estatuillas a perfectas caricaturas de monarcas tartajas, activistas gays, reinas atareadas y déspotas africanos. A este paso cualquier año le dan uno honorífico a José Mota.
Cualquier actor de medio pelo sabe que la imitación es el nivel más bajo de la actuación, que está chupado pillarle tres tics, dos gestos y un acento a un personaje. Peor todavía es cuando a la caricatura se añade maquillaje, como le han hecho al pobre Viggo Mortensen, que aparte de la barba y el puro le han adosado una napia postiza para ver si conseguían que se pareciera más a Freud y a quien ha conseguido que se parezca es a una napia postiza adosada a Viggo Mortensen.
En el cine, como en casi todo, menos es más. Jack Lemmon contaba que la lección de su vida la aprendió de George Cukor en una de sus primeras películas. Cukor no paraba de decirle: “Muy bien, Jack, pero vamos a repetirlo y esta vez actúa menos”. A la vigésima repetición, el joven Lemmon lo captó: “¿Quieres decir que no actúe en absoluto?” “Esa es la idea, muchacho”.
Todos nos temimos lo peor cuando le ofrecieron el papel de George Smiley a esa fábrica de muecas denominada Gary Oldman, pero resulta que Oldman no sólo ha sabido contenerse sino que se ha deslizado dentro de la piel gris, gélida y burocrática del espía inglés y ha logrado el milagro de la transubstanciación: a fuerza de desaparecer, se sale. Las mejores interpretaciones son aquellas en las que no se nota el esfuerzo, cuando lo que brilla en la pantalla no es la película sino la vida misma. Por el mismo motivo, el arma retórica más efectiva es la goma de borrar y los libros fundamentales son los que uno cita sin recordar ni el idioma en que fueron escritos. Hay pasajes en La Biblia tan buenos que Dios pidió derechos de autor y Kafka llevó la literatura a tal perfección que las mejores páginas las escribió con fuego.
También Rajoy ha comprendido que en los últimos tiempos estaba sobreactuando demasiado, que la barba le quitaba protagonismo. Ha contratado un modisto de burkas como asesor de imagen: “Actúa menos, Mariano, que todavía se te ve”. Va a borrarse del mapa político un mes entero pero a muchos, Cukor incluido, no les parece suficiente.