Si logro vencer la pereza, o más bien la inercia, me conjuro para este año progresar, aunque solo sea un poquito, en los siguientes propósitos:
Alejarme de los medios de comunicación tradicionales, contaminados; es decir, aquellos acostumbrados a recibir jugosas partidas a través de la publicidad institucional (ministerios, gobiernos autónomos…) o corporativa (grandes empresas, multinacionales…). No lo niego, la labor me sería facilitada si dichos medios se decidiesen a cobrar por el acceso a sus ediciones digitales. Ello no me dejaría más remedio que acelerar la búsqueda de canales que –pese a contar con menos recursos- resultan más fiables y desinteresados, en su gran mayoría virtuales. Los hay, ya lo creo que los hay. Solo hay que buscarlos.
Abandonar la banca comercial en favor de la banca ética. Una vez llegado a la conclusión de que la cadena construida a través de la búsqueda del máximo beneficio individual se traduce, a la postre, en pérdidas globales –de igual modo que el ansia de salir rápido el viernes por la tarde a fin de aprovechar al máximo el puente desemboca en embotellamientos monumentales, pérdida de tiempo generalizada y despilfarro-, se impone un cambio de orientación. Además, ¿para qué tanta obsesión por maximizar el beneficio en un país que ha demostrado al mundo que no sabe ser rico?
Promover, en la medida de lo posible, iniciativas populares, e integrarme en plataformas ciudadanas, cuyo fin sea concienciar, movilizar a la sociedad y articular acciones de resistencia ante el actual estado de cosas: boicots selectivos, campañas por el voto nulo, listas electorales abiertas, transparencia, etc. Cualquier cosa antes que la apatía, la resignación o la dictadura de lo inexorable. Si la utopía es la última esperanza para que los de siempre no nos crujan los huesos, se milita.
Abominar del bipartidismo que, a la postre, deriva en la perversión absoluta de los valores que supuestamente pregona el sistema democrático, hastiado ante dos partidos que se turnan en el poder independientemente de los méritos contraídos, que estimula el voto contra el enemigo en lugar de promover la adhesión al propio y que ha derivado en grupos de presión desideologizados disputándose el poder a cara de perro. Un sistema que ha acabado por fagocitar todas las instituciones y cuyo bagaje es: clientelismo, nepotismo, corrupción, endogamia y falta de escrúpulos.
Dar la espalda a la denominada “realidad”, a la dictadura de los acontecimientos recauchutados –la mayoría de las veces no pasan de ser declaraciones y contradeclaraciones llamativas- y desenchufar una televisión que rehuye el debate sosegado y profundo para pregonar el sectarismo y el culto al personaje, igual da Intereconomía que Tele5 –lo más parecido a una secta en este país, con lavado de cerebro gratis, es la cadena de Berlusconi y, ojo, que una vez entras en ella no es fácil salir; que se lo pregunten si no a los italianos-. ¿No éramos más libres acaso cuando contábamos solo con un canal y medio?
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