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ISSN 1989-4163

NUMERO 20 - FEBRERO 2011

Y sin Embargo

Oscar M. Prieto

I

De ciertos sucesos sólo debe hablarse antes de salir el sol. No tengo mucho tiempo. Una leve frontera anaranjada, como vapor que exudan las copas negras de los árboles, el horizonte, comienza a debatirse en el trance del amanecer. Hace frío.

Frío debió sentir cuando a mitad de la noche lo sacaron de su cama, como a un vulgar ladrón. Helado el pulso de su corazón con cada golpe que llamaba a su puerta. Lo esperaba desde hacía tiempo, creía que estaba preparado, y aún así, sintió cómo el frío se elevaba desde sus pies descalzos como una enredadera hasta paralizarle por completo.
Antes de que salga el sol habrán de pasar por aquí de camino. Por este camino que se va llenando poco a poco de quienes no quieren perdérselo. Todo el mundo sabía que sería esta noche. No han querido faltar.

Comienzan a llenarse las tribunas, los estrados, las cátedras y nadie puede negar la transformación del escenario en parlamento, tribunal o aula magna, cuyos miembros, esta noche, han de juzgarle.

Allí donde hay más de dos hombres, existirá un camino. Los caminos, también este de estrellas y de árboles, son lo propio del hombre. A quien abre un camino nuevo se le concede el título de descubridor y si fue necesario derramar la sangre, el título de conquistador. A quien se sale de una senda transitada y conocida, asentada con todos los honores, se le llama hereje, se le tortura, se le arranca confesión, se le condena.

II


Con el cuarto golpe en la puerta, desapareció el miedo, se quebró como se rompe la capa de hielo al golpearla. Un amigo que no  quiso dar el nombre le había avisado de que en cualquier momento, así que durante las últimas semanas ya dormía vestido. No quería hacerles esperar.

Abajo le esperaban las antorchas, las capas rojas de los cardenales, el metálico ruido de las armaduras de la guardia, de los esbirros, algunas lanzas para ir abriendo paso entre la multitud –no faltaba nadie, tampoco aquellos a quienes había ayudado, ni con los que había compartido una copa de vino- y los textos legales de los abogados. Uno de ellos hizo ademán de dar lectura al requerimiento. Pero no fue necesario. Así se lo hizo entender con una mirada comprensiva.

Se encaminaron todos en silencio. No hizo falta decir a dónde iban. Todos lo sabían. Todos callaron. Al principio le miraban, pero luego fueron apartando los ojos, las miradas, de aquellas barbas blancas, de aquella melena venerable que nunca había hecho mal a nadie. Es posible que sintieran vergüenza, pero nadie se atrevió a alzar la voz. Además, se hacía tarde, amanecía.

El camino les llevó hasta el corazón del bosque. El silencio se iba haciendo sólido por momentos hasta alcanzar su máxima densidad cuando situaron al hombre ante el árbol milenario, el corazón del bosque y del misterio.
Sus miradas van del árbol hasta el hombre y del hombre al árbol. El hombre, quieto, sereno, sólo mira al árbol. Sabe que todos tienen miedo, menos él. Entonces se vuelve y con toda la ternura que puede destilar un hombre solo, pronuncia estas palabras:

                Y SIN EMBARGO SE MUEVE

*Homenaje a Galileo Galilei, quien hubo de retractarse el 22 de junio de 1633

 

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Fotografía: José Luís Presa

 

 

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