Me pregunto cómo será la nada. Cuando ya estemos allí, caminando hacia un lugar del que afortunadamente no podremos volver nunca más.
Es simple curiosidad, la misma que me ha suscitado siempre, porque no tengo miedo. Solo he de mirarte y me siento a salvo, convencida. Sé adónde vamos.
Recuerdo la primera vez que te vi. No fue desde luego en tu mejor día. Yacías sobre una camilla remolcada por ángeles, con la mirada perdida y una aparente losa sepultándote el cuerpo inmóvil, debido a una alta -excesiva en mi humilde opinión- dosis de barbitúricos. Acababas de sufrir una crisis, muy grave según lo que oí decir a los médicos, y yo estaba recién trasladada, aún bajo los efectos de la ansiedad que provoca ser la nueva loca. Nunca te ha gustado recordar que en nuestro primer encuentro no fueses capaz de retener las babas en la boca y éstas se te acumulasen en el (precioso) hoyuelo de tu barbilla. Pero si no hubiese sido por ese rayo de luz reflejándose en tu saliva y rebotando así sobre mi rostro, no me hubiese girado intrigada por la procedencia de ese haz, descubriéndote de ese modo pasar cual espejismo.
Nadie entiende nuestro amor. Estoy cansada de que me aislen en la misma insípida e impersonal habitación. Rabiosa de que te noqueen cada vez que te sorprenden acariándome los muslos por debajo de la falda. Y aburrida de escuchar incesantemente que este “comportamiento” no nos hace ningún bien. ¿Desde cuándo el amor es un “comportamiento”?. La gente cree que como somos deficientes no nos enteramos de nada o aún peor, que no podemos sentir nada. Pero eso no es cierto ni de lejos, lo sé porque yo sé reconocer la nada en cuanto la veo.
¿Recuerdas la vez que fuimos de excursión y nos llevaron al museo?. Claro que sí. Ese fue el día en que lo vimos claro. Se suponía que era una actividad destinada a desarrollar y estimular tanto nuestra imaginación como nuestra percepción de la realidad a través de la pintura. Y vaya que si lo hizo. Estuve media hora parada como un pasmarote frente al cuadro de aquel puente, mientras tú, impaciente como siempre, corrías entusiasmado de cuadro en cuadro, quedándosete enseguida pequeña la sala. Como un pasmarote, hasta que uno de los cuidadores me agarró preocupado del brazo mientras me echaba la bronca por separarme del grupo. No recuerdo el nombre del pintor, pero mi cuidador me explicó mientras me arrastraba contra mi voluntad, que era de un francés muy famoso y que si me gustaba, había muchos más cuadros suyos en otra sala. Era mentira por supuesto, pero a mí me daba igual porque yo solo quería ver una vez más ese puente. En ese momento supe que teníamos que ir allí. Donde el cielo y la tierra se funden sin saber dónde empieza uno y termina el otro (como nosotros) y sobre los azules del infinito, el blanco aparece más evidente y llamativo que cualquier otro color que yo haya visto jamás. Él había sido capaz de pintar la nada. Cuando yo lo intento termino por pintar siempre algo. Será que estas pinturas que me han dado, como todo lo demás, no son muy buenas.
Vamos, no te entretengas. Sé que estás cansado pero tienes que seguir caminado. Ya queda menos.
Mira, este es el parque donde te paraste a beber agua y un pajarillo se posó sobre tu mano. Qué listo el pequeño, supo que ese era un buen sitio en el que recuperar fuerzas. ¿Cómo pueden decir que no sentimos nada? Mírate… Nadie había puesto sus ojos en mí de esa manera, como si siempre fuese la primera vez, como si fuese lo más importante del mundo. Hoy estás más guapo que nunca. Eres guapísmo. Si no te lo he dicho a menudo, perdóname.
Digo lo que siento y quiero, y lo que no digo lo señalo. Quien no lo entienda es que ni escucha ni ve.
Cuando volvimos a la residencia tomamos la decisión. Allí no podríamos estar juntos y la realidad era que nunca seríamos libres, ni dentro ni fuera de aquel castllo. Solo quedaba un lugar al que poder ir en paz. Si nuestro amor fuese más puro, sería tan cristalino que ni nosotros dos lo veríamos. Desaparecería y nadie podría verlo (ni romperlo) nunca más. Por eso vamos a hacerlo. Nuestro amor es tan puro que desaparecerá.
Ven, dame la mano. Recuerdo que por aquí había mucho tráfico. Ya se ve a lo lejos, allí, sigue mi dedo, ¿lo ves tú también?. Sabía que no nos perderíamos. En el camino de vuelta desde el museo, memoricé cada centímetro de asfalto. No hago muchas cosas bien, de hecho no puedo hacer casi nada, pero me acuerdo de todo. Yo también estoy muy feliz, me alegro que estés aquí conmigo. Y que vayas a estarlo para siempre.
Ya hemos llegado, este es el puente. Te lo dije, es perfecto. Ahora tienes que agarrarte fuerte y con mucho cuidado trepar la barandilla. Yo te ayudo. No te preocupes por la gente. Nos miran pero no nos ven. Qué tranquila está hoy el agua, como si nos estuviera esperando. Es su manera de darnos la bienvenida. Nos vamos a la nada, por fin. Dame la mano. Sé que tienes prisa, pero es muy importante que esperes a la de tres. Qué ilusa, mira que decirle a un impaciente crónico que no salte antes de contar hasta tres.
Uno …yo también a ti. Dos …