(A propósito de Toc Toc, de Lauren Baffiet. La Zona Films, 2010, Teatro Principal Antzokia. Vitoria-Gasteiz).
“Se ha hecho famoso, con razón, el análisis al que Kermode [Frank K., El sentido del final] somete el sonido del reloj: la trama básica del significado. Lo que nosotros oímos es un tac-tac-tac ininterrumpido, incesante. Lo que interpretamos, precisamente por la urgencia del fin, es una estructura de sentido, un episodio: tic-tac. Un sonido para el principio, otro para el final. El comienzo de un cuento, de una novela.”
Patxi Lanceros, “Un sentido, y un final”, El Mundo, 2/10/2010
“Se llama la señora de Wolf. Recordémoslo: señora de Wolf, señora de Wolf, señora de Wolf.”
István Örkény, Cuentos de un minuto, “Trino”
“El toqui, el toqui, el toqui”
Rubén Darío, “Caupolicán”, Azul
¿De qué nos reíamos, de pequeños, en los chistes de locos? ¿De ellos? ¿De lo que hay de locura en nosotros mismos? ¿De nuestro miedo a la locura? ¿De esa secreta cordura del loco? ¿De ese mundo al revés que es el carnaval de la nave de los locos? ¿O de qué?
Y, además, ¿tolera la corrección política reírse hoy en día de los enfermos mentales? ¿O una comedia sobre locos no es sino una sesión de risoterapia en formato de psicodrama?
Sea como sea, Toc Toc (‘Trastorno obsesivo-compulsivo’) es una comedia grotesca, sainete psiquiátrico y un largo chiste de manicomio que se ramifica durante más de hora y media, en torno a la terapia de grupo que lleva a cabo media docena de pacientes en la sala de espera de un psiquiatra, durante la prologada ausencia de éste, y que resulta estar impulsada por él —deus ex machina que mueve los hilos, infiltrado, desde su síndrome de Touret— y cuyo resultado será alcanzar, gracias a simpatía, interacción y apertura al otro, la excepción que confirma la regla —victoria pírrica y ventana a la esperanza— de la compulsividad neurótica —que hace un títere articulado de cada uno de ellos—; a la vez que reconcilia a un taxista con aritmomanía —el Rain man que ejerce de maestro de ceremonias del grupo y director del espectáculo— y una anciana beata con rituales de verificación —asociados a otros rituales de índole puritana—; al joven diseñador de juegos con neurosis de orden —el Jack Nickolson de Mejor imposible—, obsesionado por no pisar las rayas y el perfeccionismo de las simetrías, con una chica con ecolalia et alia —¿rima en eco modernista?— y palilalia —y palilalia—, en “bis à vis” (cómica); y a una auxiliar de laboratorio aquejada de nosofobia—miedo a la enfermedad y contacto físico—, como la guinda que corona la tarta cómica de tal nosocomio, con el sedicente editor jubilado con síndrome de Touret —que será, al fin del desenlace, el terapeuta—.
Tabú esencial del sexo y la escatología —del síndrome de Touret— y de la muerte —el temor a los gérmenes—, el cálculo numérico y espacial —aritmética y geometría—, la necesidad de la verdad y la reiteración verbal son, pues, los mimbres con que se teje el cesto —quien hace un cesto hace un ciento—,de manifiesto en la puesta en abismo de una partida al Monopoly donde se proyecta tanto la competitividad de la especulación inmobiliaria, con su carga de alienación social, como la cooperación y la afectividad terapéuticos contra la enajenación mental, en un happening de antipsiquiatría teatrera autogestionaria, gratuita y solidaria.
ESOS NUEVOS CHIFLADOS CON SUS LOCOS TRASTORNOS
“[…] y, claro, los barquitos, que por la tarde aprovechan para levantar un poco la voz, su toc toc, inaudible por lo general a otras horas del día. Y desde luego alguien a quien pensaba uno dedicar unos minutos, pero no un loco.”
Andrés Trapiello, Troppo vero
Inversión de “la extracción de la piedra de la locura”, la screwball comedy—slapstick, por emplear terminología cinematográfico para esta ‘loca comedia’ francesa de La Zona Films—, aborda con humor —del verbal o de situación, a la comicidad hilarante, ironía o el sarcasmo— la alternativa a la demencia en una nave de los locos—donde no manda patrón mandan los marineros— rumbo al buen puerto de la salud mental, al compás del tic-tac del corazón al doblar la punta del iceberg contra el que chocara el Ti[c]ta[c]nic, en una alegoría de la vida como TOC que va del tic —obsesivo compulsivo— al TAC — ‘Tomo[ylomo]grafía Axial Computerizada’ mortal—, un think tank —descabellado ‘laboratorio de ideas’ hacia el stop thinking— con el tic-tac del tempo dramático medido como un mecanismo de relojería, el tiqui-taca del juego verbal —más allá de ciertos tics de tipismo costumbrista, o vocalización atropellada y solapamiento en la dicción— y el toque de balón de la sátira social y la autoironía individual dirigido a un público filtrado de neuróticos obsesivos empotrados en las butacas, que aplauden —compulsivamente— cuando al fin —ironía del destino—, tras pirárselas todos los pirados, el tal síndrome de Touret se burle de todos ellos —psiquiatra infiltrado en la terapia— y de sí mismo, por ser el único majareta incurable —consejos vendo y para mí no tengo—, entregado, en la solitaria torre de marfil de la Psiquiatría, a una psicoterapia filantrópica y desinteresada.
Y antes de que suene de nuevo la onomatopeya del toque de los nudillos en la puerta de la consulta —toc toc— dime: ¿tú, lector, de qué te ríes? ¿Y tú, lectora, de qué te ríes?