Mi mujer no sabía que me habían echado de mi último trabajo y que algunas noches, cuando ella creía que me iba a la fábrica, me dejaba caer por el hotel Roxy por si a alguno de los mandamases que paraba por allí se le ocurría hacerme algún encargo que aliviara el vacío de mis miserables bolsillos. Aquel tipo de cabello lacio y trajes de raya diplomática, al que para mi sorpresa había visto cruzar el hall del hotel agarrado de la cintura de mi esposa, desconocía mi naturaleza posesiva y celosa -ni siquiera reparó en el brillo diabólico de mis ojos cuando a media noche bajó a comprar un paquete de cigarrillos y se permitió bromear conmigo, que le había seguido hasta la barra-. Yo, por mi parte, había ignorado hasta aquel momento el magnífico placer de la venganza, la satisfacción que produce el estertor merecido mientras los labios se mueven, incapaces de articular ninguna palabra. Fue un cuchillo plegable Muela FP-9A, de puño de asta de ciervo y hoja de acero 440, el que acabó con nuestra común y estúpida ignorancia.