Una vez más, recorrí los más polvorientos anaqueles de mi librería favorita y di con un libro que me llamó la atención, especialmente por el nombre del autor, al que recuerdo como el más prominente de los seguidores del racista y clasista H.P. Lovecraft, insigne creador del terror cósmico. La contraportada prometía “una loa racional al imperativo moral del suicidio como único medio racional de trascender al caos en el infinito”. Aunque me extrañó la ausencia de referencias a su más importante aportación al imaginario lovecraftiano –la creación de los dioses arquetípicos- y, tanto su extensión -941 páginas- como su precio -43 euros- me hicieron recular momentáneamente, decidí arriesgarme. A veces la intuición de buhonero de librerías me ha deparado notables descubrimientos.
Pero no ha sido el caso. Cuando, ya en casa, provisto de una helada Alhambra y prendido el criminal cigarrillo, comencé a revisarlo con detenimiento, me encontré con la sorpresa de que este August Derleth no era el que yo creía, sino un profesor de sicología clínica de la universidad de Antioch, en Nueva Inglaterra. El que hubiera vivido en la misma región que Lovecraft, que hubiera nacido en 1971, año de fallecimiento del genuino August Derleth, así como que se hubiera suicidado el 4 de julio del 2001, el mismo día en que falleció su insigne homónimo, me dio que pensar…
El libro, como promete en su contraportada, es un despiadado y enfermizo análisis del suicidio, y su último fin es una alienada exaltación del mismo. Desde aquí aprovecho para prevenir a los incautos que, como yo, pongan sus manos sobre este demoníaco libro, y les insto a que lo quemen tan rápido como puedan. Puede parecer una recomendación un tanto extravagante, pero la hago con toda sinceridad. Intentaré explicarme.
“Vindicación del suicidio” está dividido en dos partes fundamentales. En la primera, Derleth hace un erudito recorrido por la historia del suicidio. Por esas primeras páginas vemos desfilar a Sócrates y su cicuta, a Nerón y su suicidio por encargo, a Anibal, a Cleopatra y su aspid, a Marco Antonio, a Korkut el hermano del sultán Selim el Adusto, a Rodolfo de Habsburgo, a Adolf Hitler, a Yukio Mishima, a Gustav Meyrink y su bala de plata, a Vicente Van Gohg y a muchos otros. Comienza a extrañar al lector el enfoque que Derleth aporta a los casos. Tras una somera descripción de las circunstancias históricas y personales de cada fallecimiento autoinfligido, Derleth realiza un análisis pseudo-objetivo en el que trata de demostrar cómo, a pesar de que históricamente se nos ha vendido el suicidio como una opción de almas débiles apesadumbradas con sus circunstancias, en todos los casos que nos presenta, el suicidio era la única opción razonable frente a terribles amenazas, fracasos o amores imposibles. Según Derleth, “el suicidio es siempre una elección fruto de la reflexión y clarividencia personal frente al universo”. Si el autor se hubiera quedado ahí, “Vindicación del suicidio” se limitaría a ser un curioso e intelectual juego con una original propuesta contracorriente.
Pero Derleth no se detiene ahí. La segunda parte del libro lo dedica a demostrar –en retruécano sofista- cómo el fin último y excelso de las principales religiones es el masivo suicidio de la Humanidad, a pesar de que el análisis superficial de las doctrinas puede llevarnos a conclusiones aparentemente contrarias a dicha afirmación. Aunque no sigue un orden cronológico y arranca de un modo algo dubitativo con el sintoísmo, sus falaces argumentos son sagaces y aparentemente consistentes con la doctrina más ortodoxa de las mismas. Según va avanzando en los siguientes capítulos –hinduismo, ateísmo (como religión materialista)-, Derleth consigue vencer los prejuicios del lector más escéptico que se va preguntando cómo es posible que aún haya adeptos a las mismas, aún vivos. Para cuando uno termina el capítulo dedicado al mahometismo uno tiene la sensación de que el equilibrio mental ha abandonado su cabeza, pero te es difícil detenerte, a la espera de cómo consigue dar la vuelta a las dos religiones más próximas culturalmente a nosotros: el judaísmo y el cristianismo. He de decir que no he leído el último capítulo. Me bastó el dedicado al judaísmo, que tantas cosas tiene en común con la mayoritaria en nuestro país y mundo occidental. No recuerdo muy bien qué sucedió en mi mente. Desperté en un hospital atado a la cama y con las muñecas vendadas. Por lo que me contó mi compañera, me había encontrado semisumergido en la bañera, el agua teñida de mi sangre; casi sin pulso. Me habían tenido una semana bajo fuerte sedación en una especie de cura de sueño. Por miedo a no tener voluntad suficiente, pedí a mi mujer que arrojara a un conteiner la “Vindicación al suicidio”. Tengo la certeza de que no habría sobrevivido a la lectura del capítulo donde Derleth, a buen seguro, demostraría como el mandamiento definitivo de Jesucristo es la vindicación del suicidio.
Por todo ello, hacedme caso, desprevenidos lectores. Si cae en vuestras manos un ejemplar de este demoníaco libro, arrojadlo de inmediato a la basura; o mejor, quemadlo antes de que inocule su veneno en vuestras mentes como hizo con la mía.