Se acercan los Oscar y todo el jaleo de estrellas en fila de uno, con trajes de noche sacados de la colección del 2022 para que sean aún más exclusivos y un montón de paletos haciendo cabriolas y demás en la Alfombra Roja -sigh-. No obstante, entre tanto patito feo sin posibilidad de ser cisne aparecen a veces grandes bellezas, hermosas, frágiles, femeninas, delicadas y exquisitas. Una de ellas es Natalie Portman, gran actriz, niña estrella que no se quedó en la eterna adolescencia y que ha demostrado su dignidad y talento en cada producción, sin limitarse a lo comercial y probando con el cine de verdad: en mi opinión, estuvo bellísima en V de Vendetta con el pelo al rape, como un soldado, y personificando una Inés en el Conde de Montecristo en un Londres orwelliano; imposiblemente regia encarnando a Amidala en La Guerra de las Galaxias y como un torrente de agua calmada interpretando a Ana Bolena en Las hermanas Bolena.
Amén de todo su talento y belleza ha demostrado inteligencia, no sólo con un título universitario –¡ja!- sino también como directora, encarnando a una judía ortodoxa de Nueva York dedicada a la venta de diamantes y al amor. Pero lo que la trae a estas líneas es su papel protagonista en El Cisne Negro, muy hermosa y vestida por Rodarte, como una bailarina grácil, genial, cruel y... ¿libre?, ¿presa? entre la belleza desgarradora y el duro mundo de la presión de las candilejas.
El otro motivo para estar en este artículo son los carteles publicitarios de la película. Que, al menos para mí, enraízan con el aire frío y artificial de Metrópolis de Fritz Lang en los años 20, con el Cantor de Jazz, las bailarinas como Josephine Baker en Francia, y toda la vanguardia en Alemania montada entre un puente y un caballo azul hablando de expresionismo alemán, -"un coche de carreras es más hermoso que la Victoria de Samotracia"-, y del capitalismo; con lo orwelliano, el fin de la civilización y la era del maquinismo frío. También me recuerda a la Rusia comunista de los carteles primeros de Lenin con sus hordas de soldados rojos entre la nieve fría y el destino negro.
Y el último motivo por el que hablar de El Cisne Negro es por esa Alfombra Roja que odio, -y mucho, y que es tan fascinante al tiempo-, que nos ha ofrecido instantáneas tan buenas en el pasado como Grace Kelly con un visón, Audrey Hepburn abrazando su Oscar con el pelo cortito de Vacaciones en Roma o Cher embutida en aquel ensueño… y todo aquello. Para mí, uno de los momentos fundamentales de los Oscar es el de Hillary Swank con su Elbaz azul tinta. Espero que Natalie Portman, que ya ha lucido Lanvin de Elbaz en muchas ocasiones y que también es judía como el diseñador, vista de esta firma especialmente cuando su última colección habla de la tierra de Israel, del exilio babilónico, de un pueblo sin tierra, del desierto, de la fuerza de los hebreos; aunque creo que irá de Dior.
Y la razón no es otra que ser la nueva cara del perfume Miss Dior Chérie, para el que hay menos globos y más acción. Más misterio y menos cursilería, aunque la misma dulzura. Bueno, probablemente vaya vestida de Dior. Espero que consigan aflorar el lado de ella que me gusta: no el de estrella glamurosa, sino el de mujer hiperfemenina y fuerte, diminuta y grácil, exquisita, tierna, sencilla, chic e interesante. Este erotismo me habla de profundidad, y el de Maryna Linchuk me hablaba de adolescencia y anfetaminas de color de rosa. No sé con cual me quedo, pero este Miss Dior Cherie con Natalie es menos eau y más parfum.