Micah P. Hinson, el cantautor norteamericano de voz desgarrada y cierta tendencia al melodrama vocal, ha publicado No voy a salir de aquí (Alpha Decay, 2010), debut literario que sucumbe a los encantos del realismo sucio norteamericano – adjetivación minimalista, prosa sencilla, contención emocional, diálogos rápidos, personajes desarraigados y estética cinematográfica – y a la cultura del desencanto propia de una generación de jóvenes que dio con la tecla para revertir la situación y obtener réditos de esa apología de la desilusión.
En No voy a salir de aquí, su autor sigue los trámites de la rutina literaria made in America para ofrecer la crónica de una desesperanza a través de una narración que avanza a ritmo entrecortado y con cierta tendencia al galope sin control, a la inestabilidad narrativa, como si Hinson no hubiera sido capaz de controlar lo contado. Tal vez por ello, la ficción se ve en ocasiones reducida a una escenografía de elementos altamente populares para el lector, poblada por unos personajes edificados según el canon del desencanto y el conflicto eterno. Apple y Paul, sus dos protagonistas, se lanzan a la aventura de existir desde una premisa tan necesaria como incendiaria: la creencia en uno mismo. Arrastrados hacia un destino impreciso, cuyo trayecto se ve sacudido por la incorporación de personajes secundarios que precipitan aún más el viaje hacia ninguna parte, hacia ese final que cambiará todo y al mismo tiempo nada, Apple y Paul conocerán el riesgo y el precio del ejercicio de vivir y amar, o amar y vivir.
Creo que este título permite a su autor alcanzar el sueño primigenio con el que –intuyo- fue concebido: agonizar recuerdos y exorcizar fantasmas, tapar el aliento de los monstruos que habitan en los ángulos muertos de la memoria a golpe de ficción. Y digo esto porque cada historia nace con una vocación distinta, con una ambición inesperada o indefinida; y este libro que se acerca más a la terapia que a la literatura debe ser leído para ayudar a matar los fantasmas, propios o ajenos.