a Antonio Zardoya
El cartero me ha traído una medalla en un sobre. El cartero es un hombre cansado que dibuja cada día en el suelo una raya con tiza para seguir la línea con su bicicleta. Creo que se trata de una medalla al valor, pero hoy no me he atrevido a pedirle a mi jefe un aumento de sueldo o al menos que no tenga que trabajar los domingos por la mañana. El cartero me ha preguntado el nombre, se lo he dicho y después para evitar cualquier error lo ha repetido él dos veces antes de entregarme el paquete. Hace tiempo que no creo en la buena suerte, el cartero tampoco cree en la buena suerte y lleva el bolsillo lleno de parches para las ruedas de su bicicleta. A un corazón no se le ponen parches, simplemente lo tiramos cuando se desinfla.
Es una cruz bonita. Lleva escritas dos fechas: “1914-1918”. Sin embargo yo sólo me alisté en 1916. No puedo contar con los dedos todos los años que han pasado en estos doce meses desde que terminó la guerra. Supongo que un traje nuevo sirve para empezar una nueva vida con paso firme, pero mi sastre se ha clavado las tijeras en la pierna y no puede avanzar. Mi sastre es judío y le sonríe a los pájaros que retiene dentro de una jaula. Mi sastre lleva gafas aunque esté ciego porque al vérselas puestas nadie sospecha que no le sirven para nada y por eso nadie sabe que esta ciego. Mi sastre está loco porque es mi sastre. No somete su vida a ninguna regla y por eso no me mide la manga ni el largo del pantalón, ni se obliga a coser los botones que abrochen la chaqueta para abrigarme. Yo no tengo dinero, pero él no me exige nada y ni siquiera cuenta mis brazos para hacer las mangas, ni cuenta el número de piernas que me quedan para coser los pantalones, ni comprende que yo quepo en un bolsillo.
Se ha acabado la leña en la estufa de mi habitación, pero el canto de la medalla sirve para hacer una muesca en la pared. Marco los días según van pasando y a veces me pregunto a dónde nos llevan los días y esta costumbre de marcarlos en la pared. No puedo borrar el pasado, ni las rayas en la pared.
Gertrude dice que debo visitar a un médico, pero mi portera no tiene dientes y sostiene la escoba como si fuese un ejército. Mi portera no sonríe nunca porque no tiene dientes, pero barre el suelo como si ella sola fuese un pelotón de ejecución. Ha roto los bolsillos del delantal porque dice que no tiene nada y se pasa el día limpiando porque le tiene miedo al polvo que deposita el paso del tiempo.
Gertrude me escribe para que vaya a su casa más a menudo, pero le tengo miedo a los tranvías porque sufren mucho. Encadenados a las vías y crujiendo tanto en las curvas; llenos de gente que se quita el sombrero cuando sube una mujer, como si nadie estuviera cansado; llenos de gente que sujeta un periódico en la mano, como si el mundo estuviese fuera de sus propias vidas. Gertrude hizo una tarta para mi cumpleaños pero yo no fui porque no tengo un traje nuevo con el que pueda simular que empiezo una vida nueva.
El cartero me ha entregado un sobre con una medalla. Le he preguntado por lo que contenía el paquete pero no me ha contestado porque él tampoco cree en los héroes. El cartero sube tres pisos para llegar a mi puerta pero antes mete su bicicleta en el portal para que no se la roben. Mi portera le dice que va a cuidársela, pero se queda durmiendo apoyada en la escoba. Yo le pregunté por lo que contenía el sobre, pero no me contestó porque tenía miedo le robasen la bicicleta. Mi portera sabe que los sueños son peligrosos, porque se ha caído varias veces al suelo por quedarse dormida. Yo quería saber lo que había dentro del sobre, por si evitaba tener que abrirlo. Hace frío, al echarlo al fuego el metal de la medalla brillaba al rojo vivo.
Es una bonita medalla. Si abro la ventana veo los zeppelines sobrevolando la ciudad. Pasa uno cada tres días, después cierro la ventana y me acuesto. Hace tiempo que no voy a trabajar. El botones ha venido hoy por si me había muerto, pero no traía ninguna pala para enterrarme. Tengo los dientes amarillos por el tabaco y la barba negra. El chaval ha tocado a la puerta y le he abierto. No he querido sonreírle porque tengo los dientes amarillos por el tabaco y la barba larga y muy negra. Gripe española, le he dicho que tenía gripe española y se ha marchado corriendo. Me abrigo con una manta por encima de los hombros y recojo de entre las cenizas la medalla. Hago una muesca en la pared, cada vez tuerzo más las líneas y marco con menos fuerza el surco.
El cartero venía con la gorra puesta y secándose el sudor de la frente con un pañuelo. El cartero murió en 1914, cuando alegó tener asma para no alistarse. Cada mañana en el taller de la oficina de correos hincha las ruedas de su bicicleta y mete ahí todo el aire que necesita. Se remanga el pantalón y lo aprieta dentro de la bota para no mancharse de grasa con la cadena de la bicicleta, se mete las manos en los bolsillos porque no tiene nada que decir y sujeta un cigarro entre los labios porque siente que el humo le eleva. Ha traído a casa el paquete con mi medalla, pero lo ha hecho subiendo los escalones de madera. Yo estaba durmiendo porque no esperaba sueños, me ha costado mucho levantarme de la cama.
Hago muescas en la pared. Gertrude me pide que visite al médico, pero hace tiempo que no la amo. No basta la indiferencia para hacerle caso, prefiero odiarla porque no merezco que nadie me cuide. El cartero se ha cruzado en la escalera con el botones al que han enviado de la oficina para ver por qué hace días que no voy al trabajo. 1914-1918, todos fuimos valientes aunque sólo algunos muriesen. Mi portera barre todos los nombres del cementerio, mi portera borra con un trapo mojado todas las lápidas del cementerio, mi portera no cree en el pasado.
Tengo un sastre judío que confecciona trajes a medida, pero está ciego y los hace sólo a la medida del alma, las mangas se desgarran y los bolsillos no tienen abertura que protejan las manos ni las monedas. Necesito un traje nuevo para una nueva vida, pero desde hace días no me encuentro bien. La medalla brilla en el fondo de la ceniza. Si soplo la ceniza se levanta, se esparce en el aire, cae como la nieve, lo hace despacio, cubre el suelo de toda la habitación, por fin la guerra ha terminado. Ahora tengo que barrer el suelo, ahora tengo que hacer ya una muesca en la pared por el día de mañana, dejar que todo vaya detrás de ese surco y poder cerrar los ojos.
Se hace tarde, tengo frío. El cartero ha tenido un accidente. Le ha atropellado un camión de mudanza lleno de muebles viejos. Todo impide siempre la mudanza. El camión ha chocado contra una farola cuando ha intentado esquivarlo. Los trastos que llevaba han quedado desparramados por la calle. La portera ha salido y se ha sentado en una silla de las que han caído. La policía ha recogido el cuerpo. El camión ha cargado los muebles y la bicicleta y se ha marchado. La portera ha quedado sola sentada en la silla sobre la acera, junto a la farola derribada y sin luz.
Debieran haberme dado la medalla cuando me alisté porque entonces yo aún tenía orgullo y esperanza. No tiene sentido que la reciba ahora. Ahora nada tiene sentido...