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ISSN 1989-4163

NUMERO 10 - FEBRERO 2010

 

Un Hombre en Apuros

Paco Piquer

            Para la cita ineludible del Papá Noël, o de los Reyes Magos, tanto da, la expectación ante el regalo de mis hijos. Un jersey. ¡Siempre tan originales! ¡Cómo siempre acompañado del jodido ticket regalo! Ya sabes, si no te gusta…Aunque aprecio su intención, su recuerdo y su cariño, ¿no podrían tener un poco más de imaginación? Sé que lo hacen con amor y disculpo sus agobios. Es beige, esta vez. Con una raya horizontal blanca que cruza el pecho. En ocasiones parecen olvidarse de mi edad y pretenden disfrazarme del padre joven que fui un día. Quizá les dé motivos, porque no me resigno a envejecer, ni en espíritu ni en apariencia. Me ha faltado tiempo para probármelo. Lo libero de su cárcel de papel y lo sujeto con mis manos para verlo bien. Parece algo pequeño. No desprendo la etiqueta, siempre podré cambiarlo por una talla más grande. Introduzco la cabeza y noto lo justo de la abertura del cuello a la vez que percibo ese olor inconfundible, un tanto áspero de la lana nueva. Me he dejado, sin querer, puestas las gafas y trato de quitármelas ya que me impiden pasar la cabeza del todo. El escote me oprime y no puedo, aunque lo intento, volver atrás. Con una mano, y por debajo del jersey, consigo llegar a los lentes. Pruebo a quitármelos y el codo se engancha con el cuerpo del jersey. Mi brazo derecho queda aprisionado. Me siento ridículo. Mi cabeza y un brazo inmovilizados. Recapacito, intento  calmarme, quitarle importancia a la situación. Me viene a la memoria un relato de Cortázar donde un hombre las pasa canutas en una realidad similar. Pero esto no es un cuento, me está ocurriendo a mí y tengo que escapar de esta situación. Con el brazo izquierdo trato de llegar a las gafas, con suavidad, estudiando con precisión el movimiento. Consigo alcanzarlas, pero el fino armazón se resiste a desprenderse de mi cara. Las varillas se niegan a separarse de mis orejas. Temo romperlas. ¡Qué momento! La cabeza incrustada en un cuello demasiado estrecho, un brazo paralizado y el otro sujetando los lentes y sin saber que hacer. Calma. Veamos, si pego bien el codo al cuerpo, liberaré el brazo derecho y con las dos manos podré quitarme las gafas. Ok. Listo. Fuera las gafas. Vale. Ahora tiraré con fuerza para intentar pasarme del todo el jersey por la cabeza. ¡Qué dolor! La etiqueta se me ha metido en un ojo. Al fin, la cabeza queda libre. Recojo el puño derecho de la camisa con la mano y hago un nuevo intento de pasar un brazo por la manga. Perfecto. Ahora el izquierdo. Vano intento. Esta vez he olvidado sujetar el puño y el brazo no se desliza con la facilidad del otro. ¿Será posible? Gruño, maldigo, me esfuerzo hasta que mi mano aparece, tímida, por el orificio de la manga. Ya está. ¡Lo he conseguido! El jersey me está estrecho, marca mi barriga y el dibujo no me gusta pero… ¡me lo he puesto! Salto de alegría. Sobre las gafas, unas “Silohuette” de titanio que me habían costado una pasta…
               

 
 

Apuros

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