–– Debemos organizarnos, ya comienza a llegar la gente – decía con fuerza aquella mujer, como si la noche fuera de esas que te devora con sus gritos.
–– Alguna vez soñé –le dije– que el cielo se abría a latigazos y que un gran rayo bajaba – continué mi anécdota, aunque la mujer, absorta en sus ordenes, no me miraba; sólo volteó su rostro hacia mí en el instante en que se arrodilló al lado del féretro abierto. Allí fue cuando vi sus ojos grandes, desorbitados por el temor. Entonces comprendí que lo que deseaba era sentir a su manera.
Eso me recordó aquel sueño, de hace tiempo ya, que me venía cada noche de luna llena. Eran unos ojos que se asomaban a mi ventana y me desnudaban, como si nadie supiera de su presencia; pero yo sí, sí sabía, y los dejaba, porque me gustaba sentir la vista en el torso, el escalofrío y el sosiego al despertar.
La verdad es que la imagen que me rodeaba era extraña. Aquel hombre caminaba callado de una esquina a otra; hacía más de tres horas que no decía nada. Mientras la mujer, ajena a todo, se revoloteaba en sus órdenes, la desesperación se le notaba a lo lejos. Parecía entretenerse hostigando a un joven que, sentado en el suelo, la miraba. Sólo a veces decía alguna frase, sólo a veces se le sentía. Todos están aquí, en este pequeño cuarto funerario, adornado demasiado barroco y oscuro para la moda de esta época.“Alegría”, pensé, “lo que falta es más alegría”.
Las cortinas de la habitación me recuerdan las de casa de mi abuela. Iba allí, cuando niña, una que otra tarde. Siempre me dio miedo mi abuela. No era de las dulces que cocinan rico, sino más bien de las que gritan y envuelven todo en plástico. ¿De qué viene este pensamiento ahora?. Podría relatar mi infancia completa en este instante, jamás lo había visto tan claro. No entiendo.
José diría que estoy soñando, tal vez. Me siento como en un sueño, así como el día de nuestra boda, sólo que ahora no es como un sueño mío. Soy más bien una intrusa que ve desde la ventana una vida ajena, una película, antígua, o más bien una de Woddy Allen.
La mujer sigue su faena, se le ve triste. Ella parece también ajena a todo lo que la rodea. Recuerdo como hace años atrás yo pasé por lo mismo que ella; hace ya más de 25 años, cuando murió José. Todos se preocupan por lo que sientes, porque la niña no se dé cuenta lo que ha su padre le pasó, porque no sienta el vacío, pero nadie piensa que organizar un velorio no es sencillo para una mujer sola. Demasiados requisitos, demasiados recuerdos, qué traje le pongo, qué hago con todo esto; y la gente sólo quiere abrazarte. Yo decía “gracias, pero no quiero sentir nada, mientras más rápido me apague, mejor“.
Vaya qué risa, no recordaba ya eso. Mi mente divaga a mil por hora y no puedo dejar de preguntarme qué pasa aquí. Tengo recuerdos tan lejanos que ya parecen ajenos a mi vida. Ha llegado más gente, pasan su vista por mí en algún momento, pero todos parecen sumidos en el mismo estado que la mujer.
–– Tranquila, ya verás que todo pasa pronto –le digo poniendo mi mano sobre su hombro, pero sigue entregada a la desesperación, me doy cuenta que esa es su manera de ser fuerte.
Estoy cansada, tengo demasiados años en esta vida. Aunque ya no me siento mal, recuerdo que estaba enferma. Hace cuánto tiempo de eso, ahora todo me parece lejano. Me siento vacía, como si todo lo que buscaba ya lo hubiera alcanzado. No sé cuantas horas llevo aquí, pero este sitio me ha hecho recordar mi historia y darme cuenta de lo mucho que me ha gustado vivirla.
Poco a poco voy reconociendo rostros, amigos, familia, amantes, vecinos, curiosos, dolientes, cantantes, alegres. Siento que ahora todos me miran; hay palabras, lagrimas, abrazos, despedidas. Me acerco al féretro y lo veo, recorro el rostro que allí descansa, como en un espejo me veo, ahora comprendo, ahora recuerdo.
Entonces la mujer se me aproxima, la tomo de la mano, no me siente, o lo hace pero no quiere creerlo, me besa, la beso.
–– Adiós mamá – dice bajito.
–– Adiós mi niña linda – le digo, mientras ella cierra el féretro.