De todas las aventuras amorosas que se le conocen o intuyen a Wolfgang Amadeus Mozart ninguna más idealizada ni más secreta que la mantenida con una prima suya, Maria Thekla. La mayor parte de los biógrafos del genio, reacios a la admisión de estos devaneos adolescentes, optan por preterir el nombre de Maria y disfrazarlo de anécdota en la biografía emocional del creador de La flauta mágica. Pero Miguel Ángel de Rus, que es novelista de sagaz mirada, elige otra postura para aproximarse a estos enigmáticos sucesos. ¿Y si la relación entre los dos jóvenes (se pregunta) llegó finalmente a consumarse y, fruto de la misma, nació una criatura? Se habría perpetuado de esa manera una línea de sucesión mozartiana de la que no se tiene noticia... Nace así Bäsle, mi sangre, mi alma, una curiosa novela escrita en primera persona por el tataranieto de ese hijo clandestino, que tiene bien claro que “recordar es nuestro compromiso con quienes nos dieron la vida; otra forma de hacerles vivir” (p.26). Y que su primera obligación consiste en rastrear los detalles de aquel amor vivido entre Mozart y Maria, ensombrecido por las asechanzas de un mundo que se obstinaba en impedirles la felicidad y por los manejos inmundos de ciertas personas (cuyos nombres quedan consignados en la narración) que alzaron su barrera de aislamiento entre los adolescentes.
Meticuloso como un relojero, reflexivo como un tasador de almas y perspicaz como un detective cinematográfico, el narrador disecciona las cartas que se conservan de Mozart (públicas y privadas) para darnos un retrato fiel de su vida emocional. Y el amor que despliega en esa tarea lo lleva a indignarse contra todos aquellos que han envilecido de estridencias y payasismo la imagen del músico en los últimos años: “Que crucifiquen como mal ladrón al delincuente y sus secuaces que perpetraron una estupidísima película contra el genio, que me sea permitido empuñar la lanza que se clave en el costado de las bestias anglosajonas y cerriles, que se desate una tormenta de rayos, truenos y antorchas homicidas, que quien ose ensuciar el nombre del padre de mi tatarabuelo conozca el infierno de Dante y sufra en él por la eternidad” (p.42). Una lectura fresca, sorprendente y distinta.