The Photographers’ Gallery en Londres terminó su programa de exhibiciones de 2009 con un profundo examen de uno de los males que aquejan al mundo en estos tiempos de expansión global: el tráfico de seres humanos.
Este fenómeno tan antiguo como la humanidad misma se nos muestra como una enfermedad colateral de las guerras y el ejercicio del poder. A diario vemos cómo se manifiestan estas consecuencias en el Tercer Mundo, y por ende en los países desarrollados, a partir del empobrecimiento de la tierra, sus sequías y hambrunas.
Los medios de comunicación nos acercan al éxodo forzado, resultante de las guerras y el ajedrez socio-político de grandes o menores potencias. Es imposible no darse por enterado de los cientos de refugiados iraquíes o afganos en la Costa de Calais, esperando la oportunidad de colarse clandestinos en un camión destinado al Reino Unido. Muchos se exponen a morir bajo las ruedas de un tren o a caer sobre la carretera, como se ha visto, mientras viajaban aferrados a la parte inferior del chasis de vehículos de carga. O asfixiados en contenedores herméticamente sellados tras viajar miles de kilómetros.
Vemos así como las pateras traen miles de seres a las costas del Mediterráneo y cómo las bandas de contrabandistas de seres humanos se mueven por muchos países obteniendo millonarias sumas con su carga de menesterosos, desde África hasta la Argentina, Brasil y la frontera entre México y Estados Unidos.
No es extraño escuchar o leer acerca de ciudadanos de Senegal, Nigeria o la India detenidos en retenes de las carreteras en Sur o Centroamérica, en su infatigable recorrido hacia las grandes urbes de Estados Unidos.
“Open See” es el nombre de la muestra en cuestión y es evidentemente un juego de palabras que nos lleva a imaginar el mar abierto (open sea) convirtiéndose en un juego retórico, considerando que en realidad lo único abierto ante los protagonistas es la incertidumbre y la explotación, cuando, no la fatalidad en tierras ajenas.
El fotógrafo norteamericano Jim Goldberg (USA 1953), autor de la exhibición, ha creado una colección de imágenes que en otras épocas pudieron haber sido tomadas por los grandes practicantes del arte del documental fotográfico. Su trabajo artístico tiene la crudeza y el poderío visual de artistas de la talla de Eugene Richards, James Natchwey o Antoine D’Agata.
En 1985 Goldberg se dio a conocer con un libro de retratos en blanco y negro de gran colorido conceptual llamado Rich and Poor. Pobres y ricos por igual en San Francisco abrieron sus puertas al fotógrafo y se dejaron examinar en este ejercicio de análisis íntimo, a partir de imágenes donde podemos leer textos sucintos escritos por los personajes retratados en los que dan cuenta de sus sueños y sus frustraciones.
En Open See Golberg nos presenta las experiencias de refugiados e inmigrantes, víctimas de bandas organizadas dedicadas a la trata de humanos, quienes al huir de sus lugares de origen, debido a la penuria económica, la intolerancia sexual, social o racial, en paises devastados por la Guerra, piensan rehacer sus vidas en Europa occidental.
Los países de origen son diversos y varían desde la India, Bangladesh, China, Pakistán, Ucrania, los Balcanes, hasta el Congo o Mauritania.
Lo que separa el trabajo de Goldberg de muestras similares, es su orientación conceptual al hacer uso de un formato no-lineal en el que se entremezclan vídeos, instantáneas en Polaroid, paisajes en color y retratos en blanco y negro de magnífica factura en gran formato.
Goldberg se vale de todo aquello que está a su alcance y logra con ello que la historia que cuenta sea vista y digerida a partir de una multiplicidad de medios.
Su narrativa es directa y, si bien es cierto, hay instantes en que las diferentes escalas conceptuales impuestas al ritmo de la muestra pueden llevar a desvaríos momentáneos, no se pierde el hilo general de la narrativa ni la eficacia de lo que está siendo demostrado.
Quienes hablan son los mismos sujetos que están siendo fotografiados. Sus historias son de verdades las cuales, para quienes no hemos nunca experimentado tales males, nos dejan boquiabiertos de espanto. Los textos inscritos en las imágenes narran episodios de su propia mano y letra.
Goldberg ha permitido que quienes han sido fotografiados escriban sobre la superficie de las copias, muchas de ellas originales en Polaroid, algo que muy pocos fotógrafos soñarían con hacer.
Es bien sabido que los fotógrafos son recelosos de la cualidad virginal de sus copias y tienden a poner el grito en el cielo si algo les sucede a sus fotografías. Goldberg deja que se les use como papel periódico, boletín de vecindario, vehículo de información o memorial de agravios.
Es un método que resulta muy efectivo ya que asistimos a una narrativa de primera instancia en una suerte de confesión y denuncia de las que somos partícipes. Por medio de estos escritos semi-telegrafiados nos enteramos de torturas, prostitución forzada y una interminable secuela de infamia.
Es necesario en aras de demostrar las atrocidades que se cometen en un mundo real dejar que el sacrosanto papel, literal y figurativamente, sea desfigurado por el mensaje garabateado para ser leído por quienes no saben qué les sucede a aquellos a quienes de verdad les sucede.
Así el arte deja ser reverenciado en un altar, se deja manosear por lo real y llega a ser parte de un documento auténtico.
Durante diez años, entre 1985-95, Goldberg retrató uno de sus más aclamados proyectos al realizar un documental sobre jóvenes abandonados a su suerte, viviendo a la intemperie en las calles de Los Ángeles y San Francisco.
En el años 2006 se convirtió en un miembro activo del colectivo Magnum y en la actualidad es profesor en el California College of Arts, en San Francisco.
Jim Goldberg ha sido galardonado con los premios más representativos del arte fotográfico contemporáneo, entre ellos vale mencionar los de la Fundación Cartier-Bresson, la Fundación Hasselblad y el National Endowment for the Arts.