El 30 de diciembre de 2009 el diario El Mundo informaba en su sección de Cultura de un ajuste de cuentas entre prestigiosos grafiteros británicos: tras enmendar la plana en la vía pública el iconoclasta Banksy al clásico Robbo, éste, en un acto de la proverbial y anglosajona justicia poética –y nunca mejor dicho pues entre británicos anda el juego-, había reivindicado su autoría remedando la usurpación de Bansky con su contrarréplica.
El duelo entre creadores de una disciplina emergente cuyo estatus artístico está aún en el limbo –y cuya propiedad intelectual carece, en consecuencia, hoy de amparo legal- se libra, pues, como los desafíos antaño, en las tapias del cementerio, sin más padrinos que la inteligencia creadora de los duelistas –Conrad, al fondo- y sus bellas -o malas- artes.
Va para el cuarto centenario –a celebrar en 2015, ignoro si don idénticos fastos a los del decenio anterior- uno de los actos de justicia poética más creativos “que vieron los siglos” y que es, ni más ni menos, que la reivindicación por parte de Cervantes, en la II Parte de su novela, de la autenticidad de sus personajes Don Quijote y Sancho en boca de un personaje de la II Parte apócrifa de la novela, firmada por el secreto pseudónimo de Avellaneda, que había usurpado a Cervantes, secuestrándoselos, a ambos personajes. Un arte emergente, entonces, el de la novela moderna, y vacío legal absoluto, el de su propiedad intelectual, sin otras armas en defensa de lo propio que las letras del ingenio. La página en blanco, pues, como único campo del honor, y el arte, por ello, como único código legal del Arte. O, lo que es lo mismo, el duelo al aerosol entre dos tiradores que esgrimen sus aerosoles como floretes sobre el palimpsesto del mural de la pared urbana.
¿Porque quién legitima la autoría del mural de Robbo desde 1985, si no es un público @rrobbado por una joya del arte posmoderno? ¿O es que 25 años después prescribe, en virtud del uso y la costumbre, la apropiación indebida de la vía pública para el garabateo postindustrial de lo que de niños decía con tiza “Tonto [Bobo -¿Robbo?-] el que lo lea”?
¿Quién decide que los grafiti sean de facto un arte nuevo como la fotografía o el cómic? ¿Y quién legisla, por ende, en las querellas sobre sus derechos y reprobable reprografía?
Se diría que, al igual que en ese laberinto de virtuales tapias encaladas que es Internet –como en esa ciudad interminable que dibuja hace años el misterioso Eloar Guazzelli-, en la barbarie previa al “espíritu de las leyes” propia de las tribus –urbanas- primitivas, en esta grafitería de la puta calle en la que se marca icónicamente el territorio okupado, la autoría -¿al igual que se predica ahora de la autoridad de los maestros en la escuela?- hay que merecérsela y quizá no haya mejor maestro –master, perdón- que el que logra ser imitado, e-mulado, parodiado o copiado –material de des(h)echo, al fin y al cabo, ya que “lo que no es cita de autoridad es plagio”, se diría parafraseando a Eugenio D´Ors-.
En el caso del consagrado Robbo parece evidente que el fusilamiento de su mural en el paredón por el cotizado aspirante Bansky supone un anticipo del relevo generacional en este arte degenerado al que se resiste Robbo, como lo demuestra su mofa de Banksy, tras proclamarse “King Robbo” el día de Navidad en las paredes del canal de Regent’s, en Camden [Daniel Postico,“Duelo de grafiteros en las calles de Londres”, p. 54], en su página de Flickr: “Bajo el canal, en un traje mojado la mañana de Navidad, ho, ho, ho”-.
“La rivalidad entre el [misterioso] Banksy y Robbo no es nueva” –asegura ese diario- y parece que, tras la bofetada que le propinara en su día el senior al junior, con el nuevo contraataque al guantazo lanzado por Bansky –como el del viejo Cervantes al misterioso villano Avellanada por a saber qué anteriores bofetadas-, Robbo va ganado a los puntos. Porque “sigue siendo el Rey” –como proclama, en su intervención definitiva, borrando los restos de su primer mural junto al empapelado mediante el que Bansky desarrollaba, hipertrofiándolo, el rollo del pergamino reservado por Robbo 85 a la firma de su mural-.
Y es que sobre el nuevo Robbobo de la hohohoya, la sabiduría popular ya ha sentado jurisprudencia al sentenciar que “Ladrón que robba a otro ladrón, cien años de perdón”.