Dices que el amor es un invento de los poetas ñoños, de los romanticones que miran la luna en noches estrelladas pero no pisan la tierra que caminan.
Dices que en el mejor de los casos el flechazo, esas reacciones físico-químicas del cerebro duran un máximo de tres meses y la fase de enamoramiento, “estar colgado por otr@” que no eres tú, un máximo de tres años y lo has comprobado en ti misma y en otras muchas parejas que no han podido, que no han logrado superar ese espacio de tiempo para acabar separad@s, divorciad@s en esta so(u)ciedad de archipiélagos solitarios que entre todos hemos construido, seguimos alimentando.
Cuentas que te ha afirmado un compañero de trabajo que el 50% de las parejas siguen unidos por la costumbre, otro 49% por la necesidad, sobre todo económica, incluso después de separarse y/o divorciarse y sólo el 1% encuentra y mantiene el mágico y misterioso ungüento, el pegamento del amor duradero. ¡Qué envidia sientes cuando ves en el parque o por la calle cogidos de la mano a esa pareja de personas mayores cogidas de la mano y aún se besan en las mejillas y a veces en los labios después de 30, 40 o 50 años juntos con tantas travesías recorridas, con tantos mares navegados, incluso en días de fuerte temporal y siguen adelante, unidos con miradas de ternura en los ojos. No como ahora que por cualquier chuminá se dicen hasta luego para engrosar la larga lista de las rupturas, resabiad@s que ya no se fían ni de su propia sombra que pisan y viven en su alegre soledad con la compañía de los hijos que se reparten semana sí, semana no en casa del ex.
Leíste en cierta ocasión que en las sociedades occidentales crece incontenible el número de hogares monoparentales donde sólo vive una persona. Las colmenas de los tiempos contemporáneos donde el vecino es un perfecto desconocido que nos importa un carajo aunque esté pasando el mismo Getsemany que nosotr@s. Todos vivimos en alegre soledad de directa ignorancia con el otr@, la multiplicada indiferencia con quien tienes a tu lado que ya no es tu hermano, tu hermana.
Comentas con una caída de palabras en tono de amargura que ya no te fías de los hombres y el mejor colgado de un pino. Me subrayas que te casaste con tu carga de ilusiones, esperanzas y proyectos y lo pillaste al día siguiente en la cama con tu mejor amiga. Y desde esa maldita hora quién sabe si para siempre, ya no te fiaras de la posible felicidad con la otra mitad. Piensas que la mayoría sólo funcionan con la cabeza que tienen bajo las ingles y los sentimientos, las emociones, los valores de fidelidad, lealtad, confianza los tienen anclados en el desván más arrumbado de la memoria donde desaparecieron para no más volver.
Una amiga dices que te dice que te consueles pues algunas novias han padecido la dicha negra de ser engañadas en el mismo banquete de la boda y el fulgurante marido ha sido cogido in fraganti en los aseos del restaurante follando con alguna invitada de buen ver y mejor catar.
Me comentas con desolación en los labios y rabia en la mirada que has intentado fiarte en alguna ocasión más de un hombre. Pensabas que no todos deben ser una perfecta colección de capullos que nada más atienden a sus deseos de sexo y temporal posesión. Pero la realidad de tus experiencias vividas te está haciendo pensar que ninguno se salva. Todos condenados al vertedero despreciable. El último te prometió amor, pasión, felicidad, un futuro y un camino juntos pero cuando tú le afirmaste con mirada serena que deseabas ser madre y quedarte embarazada en menos de un mes, escapó por las sendas del incumplimiento como ánima que buscan los condenados de la santa compaña.
Hablábamos acodados en la barra, protegidos por nuestras rubias nocturninas de los estragos y las incertezas de la noche escurridiza y cambiante.
Y tú, con rabia en tus ojos brillantes como lunas negras, apuntabas con dedos crispados que no creerías a nadie, que irías a lo tuyo, como va hoy todo licántrop@ y cumplirías, aunque fuese sola, el objetivo de tus anhelos. Serías madre en el plazo de un mes. Irías a una clínica para inseminarte. Madre soltera, lo que más deseabas. El propósito de tus anhelos, el deseo más grande que te dictaba tu castigado corazón.
Miraba tus ojos desconfiados y veía en tu derrota el incumplimiento de todos los sueños que esta so(u)ciedad nos marca. Programados para estudiar, trabajar, casarnos y vivir en pareja para tener familia y confirmar la perduración de la especia y el entramado social. Te vino todo el tablao abajo y ya no imaginabas proyectos que incluyeran a otro. Sólo tú y tus anhelos más íntimos, más personales. Y decidiste navegar como un barquito solitario que no llega a ningún rumbo. Sólo a tu destino más verdaderamente personal.
Y ya soñabas con quedarte encinta, sentir en tu interior, en tu útero nacer un nuevo ser para hacerle feliz con tu amor, con tu cariño y darle la mejor educación para que se convirtiese en una personita con valores buenos y no volanderos. Cerrabas los ojos y murmurabas como si en ese mismo momento lo estuvieras viendo, el futuro que viviríais tu personita y tú.
Y evocabas el futuro instante en que tu bebé nacería y te caía un no sé qué por los ojos que lograron que mis pupilas también brillaran y entiendo, entendimos que todavía no se ha roto de manera rotunda la empatía entre los sexos, algo en lo que tú y yo seguimos creyendo a pesar de todo y de todos. Las circunstancias de la vida rutinaria y pesada no deberían desarmar los altos conceptos por los que queremos movernos como postmodernos quijotes y dulcineas en la era del escepticismo, la competencia y la indiferencia.
Tú te reías de mí, de mis palabras que te sonaban demodé, como de un tiempo que se hubiera ido hace mucho tiempo y yo aún quisiera mantener atrincheradas de los vaivenes de los días, las turbulencias de las jornadas, como si el amor bueno, sincero, duradero, pudiera vencer en estos tiempos de dudas y trincheras y no todo estuviera perdido. Como queriendo convencerte que hombres y mujeres estamos condenados a entendernos porque no estamos hechos para vivir de espaldas unos contra otras u otras contra unos y todas las fechas son más sencillas de manejar si la ruta se hace entre dos a pesar de los problemas, las discursiones, los malentendidos y faltas de entendimiento.
Notaba en tu mirada, en tus ojos vidriosos que querías creer de verdad en las palabras de este quijote postmoderno que aún sueña en quimeras que sabe no se cumplirán, mientras avanza resuelto a la derrota contra los gigantes que acechan en los sueños y en las mañanas que se repiten con mecánica noticia. A la espera de sus quebrantos y caídas y manteos y engaños, merced al bálsamo de Fierabrás, uno trataba de convencerte que otra vida es posible, otras ilusiones tienen visos de romper las línea de la ficción y las quimeras siguen aguardando entre las sombras a la vuelta de la esquina.
Dices que no más, no más pero en tu mirada acuosa advertía que no creías en las palabras que tu lengua y tus cuerdas vocales articulaban. Querías creer y lo vi en tus ojos negros que no pueden engañar porque tus sueños son más fuertes que el polvo de los días y los engaños sembrados en tus pestañas.