Tokio, primavera del año dos mil treinta y seis.
En este país, todos los nombres de la gente tienen un significado poético, un ejemplo de ello son los personajes de mi historia quienes habitaban en una casa pegada al grandioso hotel Dome, situado frente a los jardines Koishikawa Korakuen de una belleza única y espectacular.
Allí vivían Isao, «hombre de honor y muy trabajador», su esposa Hikaru, «la que brilla con luz propia», junto a ellos su primer hijo, un varón llamado Arata, «chico de ideas frescas e innovadoras» y su hermana Akiko, «la hija querida».
Estaba de moda tener como personal de servicio a uno de esos robots que ya eran casi humanos. Ellos tenían a Gina, un androide plateado de inteligencia superior que se ocupaba a las tareas del hogar, y el cuidado de los niños. Todo era frío y muy mecánico como en la mayoría de hogares de ese país. La tecnología, estaba tan avanzada que los autómatas ya hablaban y parecían tener sentimientos, incluso los de nueva generación tenían la capacidad del pensamiento. Las actuales primaveras no eran como las de antaño, la contaminación que cada vez era mayor provocaba en el ambiente una espesa niebla, la cual impedía bajar a la calle si no era con máscaras para poder respirar.
Isao, trabajaba como ejecutivo en un importante banco en su ciudad. Hikaru, era la responsable de ventas de una conocida marca de moda y cosméticos, pero tenía el privilegio de trabajar desde casa. Los niños, estudiaban en el colegio internacional Miyazaki.
Gina no dormía, las noches las pasaba sentada en un sillón frente al gran ventanal que miraba a los jardines, observando tras los cristales. A las seis de la mañana ya se ponía a funcionar, preparaba el desayuno de los niños, los despertaba, duchaba y vestía. Ya listos los bajaba a la parada del tren que estaba a tres manzanas de casa y los dejaba en la misma puerta del colegio. Durante el trayecto les iba contando historias con su voz trémula y metálica.
Al volver al hogar para continuar con sus quehaceres, le llamaron la atención unos ruidos nuevos para ella que provenían de la habitación de los señores. Rápidamente, con su sigiloso paso se plantó ante la puerta que estaba entornada. En la cama encontró desnudos, besándose y acariciándose a Hikaru y su esposo. Al ver el cuerpo desnudo de Isao, algo anormal se apoderó de sus sensores, un extraño placer la inundó. Todo lo contrario sintió al ver a Hikaru, retozando y riendo encima de su marido. Un odio sobrecogedor le produjo esa visión, dio media vuelta y se recluyó en la cocina. Pasado un lapso, Isao se despidió de su mujer para marchar al trabajo. Allí se quedaron las dos solas. Gina corría desesperada por la casa, no paraba de mover objetos formando un ruido fuera de lo común en ella, Hikaru la reprimió ordenándole silencio para poder trabajar. Con una fuerza inimaginable Gina agarró a ésta por el cuello, apretando sus frías manos hasta que dejó de respirar cayendo desplomada sobre la alfombra del salón. Horas más tarde, el autómata, más calmado, levantó el cuerpo llevándolo hacia el dormitorio principal, allí lo dejo sentado en el sillón. Observando el cuerpo inerte paso varias horas. No acudió a recoger a los niños. El silencio en la casa era fantasmal.
Isao, tras su jornada, llegó cansado a casa. Se extrañó de que nadie saliera a recibirle como era costumbre. Llamó a su mujer e hijos sin obtener respuesta, probó llamando a Gina, que tampoco acudió. La puerta de su dormitorio estaba abierta y salía de ella una extraña luz. Se acercó hasta allí, su cuerpo comenzó a temblar al contemplar la grotesca escena que allí se representaba. En el sillón que estaba bajo la ventana yacía el cuerpo de su mujer, cuyo rostro reflejaba dolor tenía la lengua fuera y los ojos tan abiertos que parecía que iban a estallar. Isao ahogo un grito llevando su mano sobre su boca al ver a Gina tumbada en la cama con el camisón de su mujer, mirándolo lascivamente mientras se acariciaba sus fríos pechos.