“Amamos por la seducción
de los cofres cerrados
y por poner cada dos pasos
una marca en la pista de baile”
DE REFLEJOS, MEMORIA DE LO INFINITO, JUAN LOZANO FELICES
-Guido, hace tantos cuartos de lunas crecientes y ahora espero que quizás todavía no menguantes, que ya no nos aventuramos a sacarnos a pasear. El tiempo pasa despacio pero desfila marcialmente con pies de plomo fundido y holla implacable nuestras vidas y nuestra danza de antes empieza a olvidar los pasos que la caracterizaron. Quiero sentir el viscoso vértigo abisal de bailar de puntillas en el borde del abismo, tambalearme, sin pasaporte o en su defecto salvoconducto caducado, en la frontera que conduce al precipicio. Cuando digas esta era nuestra canción pero no recuerdes la letra del todo, por favor piensa que la ganancia no deja de ser el beneficio de la pérdida. Quiero tu ganancia, quiero tu beneficio, en definitiva, idolatro, adoro, añoro, ansío, deseo tu pérdida. Compártemela. Blanca, blanca, blanca como la nieve recién ultrajada. Como la espuma furiosa de la confluencia del Tigris y el Éufrates, por lo tanto volvamos al río, remontémoslo. Reconocer de nuevo otro río. La fantasía. La destrucción y el renacimiento. Tararéame el Danubio azul, o en su defecto Heartbeat City. No nos convirtamos en monos egipcios de ojos almendrados del Imperio Medio enjaulados en su hieratismo de mausoleo, esperando ser descubiertos dos mil años después. Quiero bailar. En las bolas de cristal giratorias de todas las discotecas que invadimos, los trocitos de espejo no aciertan a dar con nuestro futuro, nuestro espejismo de la incertidumbre. Sílbame, baila conmigo, Guido.
-Oh, Jackie.