Estaba finalizando la construcción de mi chalet en El cabo de las huertas, la zona más exclusiva de la provincia de Alicante, entre La Albufereta y San Juan. Apenas quedaban unos detalles y terminarla de amueblar. En aquella época aún estaba casado y ambos teníamos una gran ilusión en estrenarla. Para marzo ya podríamos dejar nuestra casa de La explanada en Alicante y mudarnos. Un día de final de diciembre recibí una llamada de mi mujer.
- Hola. Me ha llamado mi amiga Victoria de Barcelona y me ha preguntado si conocemos a alguien de El cabo de huertas que pudiera estar interesado en alquilar un mes una casa en marzo.
- Así de primeras, no se me ocurre. Ya preguntaré.
Lo cierto es que se me olvidó completamente, así que, cuando a mediados de enero mi mujer me preguntó al respecto, se me dispararon las alarmas.
- Me ha dicho Victoria que dentro de quince días vendrá el hermano del Emir de Qatar para ver qué puede encontrar.
- ¿El hermano del Emir de Qatar? –pregunté con angustia–. Creía que era para unos amigos catalanes.
- Eso creía yo también. Por lo visto Victoria conoce al Emir y su hermano está buscando casa para alquilar.
- ¿Pero esa gente no tiene un barco de 124 metros? –Recordaba que el Katara, de la familia real de Qatar tenía esa eslora–. ¿No les basta para dormir?
- Y yo que sé. A lo mejor se marean por la noche –rió mi mujer.
- Vale. No te preocupes. Lo muevo de inmediato.
Llamé a Miguel, un inmobiliario amigo mío cuyo mercado eran las casas de lujo y le puse al día. Tras una semana, me había localizado cuatro posibles propiedades en El cabo de las huertas. Mi mujer se puso en contacto con Victoria y esta le dijo que el 3 de febrero estaba previsto que viniera Abdelaziz bin Khalifa Al Thani para ver si alguna de las casas le encajaba.
Tal y como estaba previsto, el día 2 de febrero recibí una llamada de un hombre que, en perfecto inglés me informó de que me esperaban al día siguiente a las diez de la mañana en el hotel Sidi San Juan, el cinco estrellas pegado a El cabo de huertas.
Diez minutos antes de la hora, me presenté en el hotel. Unos hombres estaban junto a dos mercedes negros enormes. Me acerqué hacia ellos y les pregunté si alguno de ellos era Abdelaziz bin Khalifa. Lo negaron con la cabeza. Cerca había un Seat Ibiza y junto a él un hombre más bajo que yo con un simpático bigotito y un traje elegante. Se dirigió a mí en perfecto inglés:
- Mister Carlos?
- Yes.
- Soy Abdelaziz bin Khalifa Al Thani. Encantado de conocerle.
Con la sorpresa aún, nos dimos la mano mientras un negro enorme, de esos que son ya casi azules, vestido con un traje impecable, se acercó a nosotros.
- Este es el señor Mohamed, nuestro representante en España.
Para mi sorpresa, nos dijeron que nos seguirían. Se introdujeron ambos en los asientos delanteros del Ibiza. Mohamed coducía. Me imaginé que para Abdelaziz aquello debía de ser algo parecido a cuando en los cuentos orientales el príncipe sale disfrazado a la ciudad para ver con sus propios ojos cómo es la vida del pueblo. Conduje despacio hasta El cabo de huertas. Allí nos esperaba mi amigo Miguel que nos fue enseñando las casas. Era imprescindible que la casa tuviera bidés. Alguna de ellas no tenía bidés en los baños. Cuando las hubimos visto todas y Miguel se hubo marchado, Abdelaziz me preguntó en su inglés de Oxford:
- ¿No hay ninguna otra casa de algún conocido que pudiera enseñarnos?
- Quizás –dudé. Mi cuñado tenía un chalet, pero era su vivienda habitual. Pensé que no se perdía nada por intentarlo–. ¿Qué tienen previsto pagar del alquiler del mes?
- Ciento cincuenta mil euros.
Supongo que debí de poner cara de estupefacción. Ya sin dudar, llamé a mi cuñado y le conté lo que Abdelaziz estaba buscando.
- No tengo ningún interés en alquilarlo, la verdad.
- Van a pagar ciento cincuenta mil euros por el mes de marzo.
- ¡Quéééé! –exclamó–. Voy para allá.
No sé cómo lo consiguió, pero en diez minutos aparcaba a nuestro lado. Debía haber venido a ciento cincuenta por hora. Nos enseñó el chalet y se fue. Abdelaziz volvió a preguntarme si no había ningún otro.
- Bueno… –dudé–. Deje que haga una llamada. Yo estoy terminando de construir mi chalet. Sólo faltan un par de detalles y parte del mobiliario. Voy a consultar a mi mujer si no hay ningún problema.
Nuestras relaciones de pareja no pasaban por su mejor momento. De hecho, ya dormíamos en cuartos separados y habíamos entrado en una espiral negativa que no presagiaba nada bueno. De todas formas la llamé y la reacción de mi mujer fue exactamente la misma que la de mi cuñado cuando supo la cifra, excepto que ella no vino.
- Con ese dinero terminamos de amueblarlo –dijo entusiasmada por primera vez en muchos meses.
Fuimos a mi chalé y lo recorrimos. Abdelaziz y Mohamed estuvieron un rato hablando y finalmente me dijeron que alquilaban mi chalé y el de mi cuñado.
- ¿Este es el mío? –preguntó Abdelaziz.
- No, este es el de las mujeres. El suyo es el otro.
Me sorprendió que la decisión fuera del subordinado, pero es difícil comprender la mentalidad árabe. Quizás se tratara de un tema de mera seguridad. La verdad es que la actitud de Abdelaziz, de una amabilidad exquisita, me tenía perplejo. Creía que la realeza de los países árabes era muy distante y el hermano del Emir se comportó de una manera verdaderamente cordial. Me estuvo preguntando a qué me dedicaba y cuando se lo dije, me invitó a ir a Qatar para distribuir nuestros productos por el Próximo Oriente. Me dijo que me enviaría un billete de avión para ir en mayo. No me lo tomé muy en serio, pero el simple hecho de ofrecérmelo hizo que ganara más puntos a su favor por la amabilidad. Por otro lado, quedé en enviarles los datos de la propiedad y vernos unos días más adelante para firmar los contratos y para que nos pagaran un adelanto para asegurarse la reserva.
Así lo hicimos y dos días después mi cuñado y yo recibimos para nuestro pasmo una transferencia de cincuenta mil euros cada uno.
Mi mujer y yo lo celebramos por todo lo alto. ¡Ciento cincuenta mil euros por un mes! Era increible. Por unos días, el cielo de nuestra deteriorada relación se despejó de nubes de tormenta.
Sin embargo, el veinte de febrero Mohamed me llamó y me informó que el Emir se había ido de viaje y Abdelaziz se veía obligado a quedarse en Qatar sustituyéndole, por lo que no podían venir. No hizo mención a los cincuenta mil euros ya entregados y cuando hablé con mi cuñado, dijo que se los quedaba como «compensación». A mí me pareció un abuso, así que con gran dolor de mi corazón, le transferí el dinero de vuelta. Es posible que, como me dijo mi encolerizada mujer, ni siquiera se dieran cuenta con la fortuna que deben de tener. Pero uno tiene sus principios y me pareció lo más correcto. No sé si fue casualidad, pero a partir de entonces, mi relación con mi mujer volvió a caer en barrena hasta que nos divorciamos poco después.
Hay podía haber acabado la cosa, pero a principio de abril me llegó un billete de avión de Qatar Airways para ir en business a Doha. Abdelaziz había cumplido su promesa y allí que me fui a intentar vender nuestros productos.
Pero esa es otra historia y tendréis que esperar a la próxima entrega de mis peripecias.