A veces, los autores, hacemos cosas extrañas, siempre trabajamos en modo «corrección de pruebas», y hay días que lo hacemos como si estuviéramos condenados a galeras. Y es que los autores, a veces, hacemos cosas extrañas como, por ejemplo, cursos de corrección de estilo, no importa en qué lengua, másteres, o cualquier otro seminario de imaginación que nos permita decir lo que queremos decir. Y no es porque quisiéramos pertenecer a ese repertorio de canonizados, no, únicamente lo hacemos para sacar adelante a nuestros hijos, que cumplan años, y, aunque seamos ancianos, podamos verlos en las estanterías de no sé qué aparato tecnológico, comercio o institución.
Pero los autores, no solo hacemos cosas extrañas, también nos levantamos de madrugada, escribimos hasta altas horas de la noche, o nos encerramos en las bibliotecas en señal de protesta a la búsqueda de la inspiración. Sí la inspiración, es mejor que te llegue, como decía Picasso, cuando estás trabajando.
Y es que los autores hacemos cosas muy, pero que muy extrañas, como enviar un paquete de postales de Navidad a Finlandia y pagar casi cincuenta euros de gastos de envío. Todo sea para cumplir los buenos deseos. No ponemos árboles de Navidad, ni belenes, pero sí que hacemos cosas extrañas como colgar imágenes de nuestros hijos en las redes sociales, y todo por ver como caminan muy seguros hacia la independencia.
Los autores, no solo hacemos cosas extrañas, también las hacen los editores que a veces construyen castillos de arena cuando saben que lloverá… Y es que todo está ya escrito, el futuro está por llegar, pero no es más que la llegada de una ciclogénesis y de nuevo, todo vuelve a empezar, los editores tras la mariposa, y los autores volvemos a cantar canciones de Navidad para no estar tristes.