“María, amor mío; nunca sabremos qué circunstancias llevan a unirnos a la persona amada...aquella que hará de tu existencia un camino al paraíso o al infierno; o quizás te hará visitar ambos a la vez. Siempre habrá -o al menos a estas alturas del camino así lo creo- un caprichoso Demiurgo jugando con nosotros, los pobres mortales, moviendo las cuerdas de la marioneta desde fuera de la caverna, abriendo y cerrando a su antojo estancias de ese castillo encantado que es nuestra vida, y en las que moran ninfas o gorgonas jamás imaginadas; seres fabulosos que aparecerán en el camino desmontando nuestros planes y prejuicios para hacernos inmensamente felices, o devorar nuestras almas convirtiéndolas en piedra y olvido. Así también, quedarán cerradas otras muchas puertas, donde descansarán destinos y aventuras que jamás conoceremos. La vida es eso, al fin y al cabo; un camino sinuoso y errático por el laberinto del Minotauro, poblado de trampas, ardides y acertijos que aguardan en cada recodo, tras cada paso y en cada nuevo lance, sin saber jamás con certeza lo que se cierne sobre nosotros. Y el final, en todo caso, siempre será el mismo…la muerte a manos del monstruo del tiempo.
Por eso, mientras te escribo estas letras, recuerdo la inscripción del cuadro El Árbol de la Vida, que visité con mi padre, siendo aún muy niño, en la capilla de la Concepción de la catedral de Segovia, “Mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que te has de morir, mira que no sabes cuando...”Y es que escoger el sendero que te lleva a burlar la Parca un día más, es cuestión de suerte más que de decisiones tomadas, nunca avaladas por la razón. El destino, amada mía, es más fuerte que cualquier otra cosa, incluyéndonos a ti y a mí, y saber quién ha de cambiarnos la vida, quién está hecho para nosotros desde el origen de los tiempos, escapará siempre al entendimiento de los hombres…
Sin embargo ahora – y por favor no le eches la culpa a la fiebre o la pérdida de sangre- lo veo todo tan claro que nunca he estado más seguro de lo que digo... Por eso, en este tramo final, mientras apuro la munición que me queda y aseguro cada disparo, viendo ya los ojos furiosos de los rifeños que se acercan, rescato de mi memoria -para usarlo como mortaja- el recuerdo de tu última mirada y tu fugaz sonrisa, de aquél soleado día en que salió nuestro tren para Málaga desde la estación de Getafe, cuando fuiste a despedir a tu hermano Ginés; el que desde entonces ha sido mi camarada, mi medio hermano, mi mejor amigo en ésta larga y sucia guerra, y con el que pronto me reuniré al otro lado en la eternidad.
Por eso, ahora que la vida se me escapa entre los dedos, igual que la arena caliente y ensangrentada de esta olvidada playa africana, asfixiado por el calor, comido por las moscas y el miedo, desangrándome sin esperanza, es cuando más seguro estoy de que tú, María López de Moncada, a la que apenas conozco, eres el único amor de mi vida y lo único que ha dado sentido a mi existencia.
Te espero en el cielo. Tuyo eternamente:
Pedro Soto Sicilia.
Alférez de caballería del Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas, Tetuán nº1.
Meseta de Malmusí. Bahía de Alhucemas. 9 de septiembre de 1925. ”
María lee de nuevo la sucia y manoseada carta, sentada en su banco favorito de Los Jardines del Buen Retiro, junto a la puerta de Felipe IV, donde siempre se para en su diario y solitario paseo matutino. Aún pueden verse manchas de sangre seca y partes de la tinta corrida sobre el papel. Acompaña a las dos cuartillas un sobre doblado por la mitad, con el nombre completo de la mujer escrito en cursiva inglesa. Mientras repasa las palabras, siente el latido de su corazón en las sienes y le falta el aire por la intensa angustia que le invade el pecho. Intenta levantarse, pero se tiene que volver a sentar. Algunas personas al pasar cerca le preguntan si se encuentra bien, pero ella los tranquiliza con su exquisita educación y elegancia, rogándoles que la dejen sola. Hoy ha recibido la carta, y justo hoy descubre la triste historia de un amor frustrado y sin futuro, de un amor abortado antes de llegar a nacer. Y derrama lágrimas por un desconocido que no significó nada para ella y con el que sólo cruzó una mirada unos segundos. Hoy sabe –mucho tiempo después- que ella llenó el último pensamiento de un moribundo abandonado en el campo de batalla de una tierra muy lejana, y del que ni siguiera es capaz de recordar su rostro, perdido entre otros muchos rostros asustados en una estación, en medio de una guerra olvidada de la que ya hace tiempo que nadie habla.
Al principio, a María le costó trabajo entender a su nieta favorita, cuando le explicó que había recibido una llamada telefónica semanas antes del Ministerio de Asuntos Exteriores, interesándose por los familiares de Doña María López de Moncada. Al parecer, en la ampliación del complejo turístico “Hotel Mercure Quemado Resort “en la ciudad rifeña de Alhucemas, habían encontrado un pequeño cementerio español de campaña, con tumbas ocultas durante casi siete décadas. Uno de los cuerpos aún portaba la carta que nunca le llegó…A raíz de éste hallazgo, y a través de la embajada de España en Rabat, el equipo conjunto de arqueólogos militares marroquíes y españoles, ha inventariado el yacimiento, mandando los restos y efectos personales de los caídos, por fin de vuelta a casa.
María, una venerable anciana de 86 años, no se atreve a sacar el manuscrito de la funda de plástico, tal como se lo ha entregado en mano el oficial de Ingenieros del Ejército de Tierra, que en esa mañana de abril de 1993 se lo ha entregado en su casa, con una sonrisa y una mirada de profundo respeto. Además de la carta en su sobre, se han recuperado del nicho la pitillera de cuero con sus iniciales y una moneda de plata de Alfonso XIII. Todo ello, junto a restos óseos, los harapos del uniforme y las suelas de cuero de las botas, esperan depositados en una caja, en alguna dependencia de la Administración, hasta que se decida el lugar de su nueva inhumación. Pero la carta era algo muy personal, y el jefe de la expedición para la repatriación del cuerpo ha querido entregársela a María en persona. Los otros cinco soldados descansarán anónimamente en una fosa común, en el cementerio de La Almudena, ya que no han podido localizarse a sus parientes, o éstos no han demostrado el más mínimo interés por los que dieron su vida a cambio de nada, 68 años antes. Es lo que tiene ser joven y soldado; morir sin descendencia es desaparecer sin dejar recuerdo. Los padres llevan la pena en sus hombros hasta la tumba, pero el resto olvidará rápidamente, por comodidad, conveniencia o moda. Además, hay sentimientos incómodos de culpabilidad que de una sociedad conviene eliminar, disipándose como la bruma cuando sale el sol.
María sin embargo, dará cristiana sepultura a Pedro, con tumba y lápida propia, en agradecimiento a tamaña devoción, tan inmerecida como perenne. Así dejará de ser otro cadáver anónimo entre los 30.000 españoles abandonados, que aún reposan olvidados y estériles en los campos de batalla del norte de Marruecos.