LAS (A)VENTURAS DEL INGENIOSO SOLDADO ITZIK
(Angel Wagenstein, El Pentateuco de Isaac, Barcelona, Libros del Asteroide, 2015.)
PASATIEMPO: MOSAICO DE CINCO PATRIAS
Busque la correspondencia entre los cinco libros del Pentateuco de la Torá: Génesis (1), Éxodo (2), Levítico (3), Números (4) y Deuteronimio (5) y los siguientes estados europeos de la Historia de la primera mitad del siglo XX: Imperio Austro-húngaro (A), Polonia (B), URSS (C), III Reich (D) y Austria (C). Solucionario: 1A, 2B, 3C, 4D, 5E.
¿Difícil? ¿Fácil, no? Pues no menos fácil es la peripecia de Isaac Blumenfeld, el judío de Galitzia que protagoniza su particular Pentateuco (Sobre la vida de Isaac Blumenfeld durante dos guerras, en tres campos de concentración y en cinco patrias) en su errancia por esos cinco estados de una cartografía diacrónica a lo largo de la primera mitad del s. XX que, como en un cubo de Rubick —en su caso, de Itzik— se superponen, a medida que pasa el tiempo —pasatiempo— por la tectónica de placas de la política de bloques, en ese su “miasteczko Kolódest natal, cerca de Drohobych” —“en el antiguo distrito del Lemberg austrohúngaro, ex voivodino polaco de Lwów”—. Espacio y Tiempo relativos —“la inseparabilidad de tiempo y espacio” que Bajtin toma para su metáfora cronotopo (Iris Zavala, La posmodernidad y Mijail Bajtin. Una poética dialógica, Espasa-Calpe, 1991, p. 206) de Albert Einstein—, en el cronotopo de los temporales que sacuden, a la velocidad de la Luz, el escenario de la aldea, en el mosaico —aún diría más: musivario rompecabezas de un Moisés— de aquella(s) Masa(s): “Muertos de cansancio, sudando a mares, corremos y corremos hacia arriba por la escalera mecánica que está bajando. O sea, nos movemos sin movernos del mismo sitio entonando canciones animosas” (293).
Porque el Pentateuco de Isaac (Blumenfeld) es un viaje exterior e interior —mapa y epístola—, cartografía y epistolario dirigidos a ese Angel —‘mensajero’— Wagenstein, sobre el éxodo de este Moisés —“lo circuncidó con todo cuidado para integrarlo a la estirpe de Abraham” (p. 100)—, sastrecillo valiente elegido para la Revelación mosaica.
Y UN CHISTE JUDÍO
«Aquí, mi hermano, comienza a dificultárseme la narración […] Es como cuando el rabí Ben Zwi alquiló un carro para que lo llevara al pueblo vecino. Se puso de acuerdo con el cochero sobre el precio y se pusieron en marcha. En la primera pendiente, el cochero le pidió al rabino que bajara a empujar el coche, porque el caballito era débil y flacucho. Cuando llegaron arriba, el cochero le pidió que sujetara el carro por detrás para que no se despeñara. Ben Zwi estuvo empujando cuesta arriba y sujetando cuesta abajo hasta que llegaron a su destino. Ante la sinagoga el rabino pagó al cochero diciéndole: “Es obvio, querido amigo, cuál ha sido el motivo d m i viaje hasta aquí: tengo que predicar en la sinagoga local. Tampoco hay duda de por qué has venido tú: tienes que ganarte el pan. Lo único que no entiendo es por qué tuvimos que traer con nosotros a este rocín”.» A. Wagenstein, El Pentateuco de Isaac (p. 91)
NOVELA POLIFÓNICA: [A CUATRO VOCES]
Y la puesta en abismo de la anécdota bien puede servir para comprender cómo opera en El Pentateuco de Isaac (1998) —del tardío escritor búlgaro de origen sefardí Angel Wagenstein (Sofía, 1922)— el dialogismo sociológico que Mijail Bajtin aplicara a la obra de Dostoievski como método de conocimiento liberador a través de la narrativa.
Inscrita en el diálogo con su lector [y narrat/¿ario?]—“Mi querido hermano y lector desconocido” (p. 181)—, el narrador autobiográfico Isaac —“Y recuerda, lector, que Itzik soy yo” (p. 135)— enmarca el cuento popular del hablante, rabino, que interpela al carretero —“Es obvio, querido amigo […]”—, un oyente activo —“Tampoco hay duda […]”—, para “cancelar (lo que es falso), para preservar (lo que es valioso) y para elevar (a un nivel más alto de verdad)” (Zavala, p. 148) la comunicación en busca de un conocimiento de la realidad histórica que tienda a la liberación del oprimido: “Lo único que no entiendo es por qué tuvimos que traer con nosotros a este rocín”, p. 91. Y, de vuelta al relato marco, apela a su interlocutor, después de reembolsarse la matrioshka con un juego de muñeca (rusa), incluyéndolo de esa manera en su proceso dialógico: “Con esto no quiero decir que tú, mi querido lector, seas como el pobre rocín, al que estoy paseando de aquí para allá por las variopintas colinas de la vida” —[juicio crítico que te presupongo yo a ti]—, “mas viéndolo objetivamente, y con tu perdón, no está lejos de la verdad” —[y el subrayado es nuestro para enfatizar el salto dialógico efectuado gracias al tercero en discordia]—.
Y, en definitiva, las dos voces dialogizantes del memorialista Blumenfeld y el editor Wagenstein, destinatario de su carta de relación, enmarcan la polifonía intertextual entre sendos interlocutores diacrónicos: la Tradición —la culta y monológica de la Torá y la dialectal popular de los chiste judíos— y la dialéctica de Bendavid, el rabino marxista —“pastor espiritual, tanto en la sinagoga como en el Club de los Ateos, atendiendo en el primer caso las necesidades de los que creían en Dios y en el segundo de los que creían en Karl Marx” (p. 141)—.
TRES CAMPOS: VALLES VERDES, KOLIMAS ROJAS
Señale las diferencias para un judío oriental entre un campo de trabajo y un campo de concentración del III Reich o uno de reeducación en el paralelo 70 del gulag Kolimá: 0.
En efecto, ninguna. Y por los tres pasará Isaac Blumenfeld, internado por motivos tan azarosos como absurdos, padeciendo mil penalidades, y en los tres, providencialmente, sobrevive merced a su dominio de alemán, por antiguo súbdito judío de Austrohungría.
Y, sin embargo, en el relato de ese cautiverio — “desde Egipto [III Reich] a las estepas de Moab [Siberia]”— el estilo grotesco correspondiente a la deshumanización del sujeto no se manifiesta mediante el nihilismo siniestro aniquilador —que Wolfgang Kayser (1) ve en tal categoría—, sino en la burlesca carnavalización liberadora teorizada (en el círculo polar ártico) por el propio Mijail Bajtin, condenado en su día en el gulag siberiano —y que, como “aquel chico ruso, Solzhenitsyn, y otros escritores mucho mejores que yo” (p. 289), ha sabido transmitir Shalámov, autor de esa constelación de los horrores rojos que son los descarnados Cuentos de Kolimá—, con un grato recuerdo de los médicos que —como Chejov o Dostoievski padre,— ejercieron, por los azares —o zares— de la Historia, en esos campos de concentración de Siberia—: “Años más tarde me topé con otros médicos de Kolimá, bajo el gorro del Polo Sur. De algunos de ellos guardo en mi memoria una gratitud silenciosa por su humanidad y por su celo profesional” (p.263)—.
DOS GUERRAS MUNDIALES: LA GRAN GUERRA Y LA MAYOR
«Dijo [el teniente Schauer] que ya veía nuestras cabezas coronadas con el laurel del triunfo. Siempre me ha gustado hacerme el gracioso y palpé mi cabeza en busca de la corona de laurel; y claro, no estaba. El sargento me miró con sorna: “¡Soldado Blumenfeld!”. “¡A sus órdenes, mi sargento!”. Me planté firme.”
Angel Wagenstein, El Pentateuco de Isaac (p. 69)
Y no menos festivo y desdramatizado, hasta la irrisión de la geopolítica del Poder, es su conato de participación como soldado austrohúngaro en la Gran Guerra, polaco en la invasión de Polonia o soviético en el frente de Manchuria en la Mayor Guerra Mundial, como tanto tonto útil, “tonto que se hace el tonto” o fersosiano tontiastuto —“Hacerse el tonto para sobrevivir es un ancestral arte judío” (p. 83)—, émulo de Las aventuras del valeroso soldado Svejk, correligionario de las afortunadas (a)venturas del soldado Itzik.
Y, como tal, en el grotesco de la profanación del tabú de la animalidad del Carnaval: sexo, escatología y muerte —o, en de/gradación cromática, del chiste verde al humor negro pasando por el marrón—, en el “gran cuerpo popular de la especie” bajtinesco, mediante el cruce híbrido y heterogéneo entre lo sublime espiritual y lo ínfimo corporal, ambigüedad grotesca —“I. J. B.: —Ésta es la firma del comandante Immanuel Johannes Brückner. —¿Y no las [iniciales] de Isaac Jacob Blumenfeld? —¡Pero por Dios! ¡Cómo voy a firmar ningún documento en un campo de concentración nazi! ¡Yo soy judío!” (p. 283) — y/o género tragicómico —“las exageraciones de entonces –justificadas o no, algunas incluso tragicómicas-“ (p. 247)—, fundidos en la des-jerarquización del Poder —“ya que desconocía la especie de los graciosos judíos, […], que en los momentos más trágicos de su vida suelen espetar alguna anécdota alegre de Berdichev” (p. 249)(2)—.
[UNA VIDA:] UN LIBRO
“[…] eterna sea su memoria [la de los profetas] porque nos han legado un Libro que está siendo leído y releído, y cada cual lo interpreta a su manera desde hace dos mil o tres mil años, no como los periódicos de ahora, que si son de ayer, no sirven más que para envolver pescado en salazón.”
Angel Wagenstein, El Pentateuco de Isaac (p. 93)
“«Entonces desde la cocina de la casa se oyó la voz de la mujer del rabino diciendo que no era posible que los dos tuvieran razón. “Fíjate que eso también es cierto… », concluyó el rabino.”
Angel Wagenstein, El Pentateuco de Isaac (p. 109)
Será tras su azaroso último encuentro con el rabino Bendavid, hirofante del bajtinesco cuerpo popular de la especie hacia la utopía de la abundancia, y su despedida definitiva —“El sentido está en el propio camino que se recorre hacia el punto. La frase siguiente será redactada por otros, por los que vendrán después” (p. 312)—, cuando Blumenfeld, pasada la prueba “de hielo”—“Pero el día en que la cárcel o el campo de concentración quedan a sus espaldas esta gente se desmorona y todo empieza de nuevo, como si la enfermedad se hubiera tomado por clemencia unas vacaciones temporales” (p. 233)—, se plantea el desenlace abrupto del particular Pentateuco de Isaac, el Libro de su Vida: “vale la pena que uno piense en la Huida de l esclavitud de Egipto que escogió Stefan Zweig. Yo también tengo esta Huida en el cajón de la mesilla de noche […]” (p. 316).
Y…CERO O EL APOCALIPSIS
No en Patmos, sino en la isleta del Prater, en Viena, capital de su última —y primera patria— y tras la pesadilla apocalíptica “el valeroso soldado Itzik”, con la añoranza —como en El mundo de ayer, del “valeroso suicidado” Zweig: “Se suicidó en 1943, en Brasil, junto con su mujer” (p. 268)” (3) — del ya desaparecido Imperio Austro-húngaro —“[…] jamás había visto a nadie retorcerse bajo la bota de nadie, ni mucho menos bajo la de su Majestad” (p. 81)—, aunque anterior a los Totalitarismos, alcanzará su Revelación definitiva: “Perdóname, Stefan Zweig, viejo astuto, que les enseñabas a los demás cómo vivir, ¡mientras tú mismo te escapaste! Si la vida nos ha sido dada, la hemos de vivir” (p. 318), reintegrándose dialógicamente, merced al interlocutor intertextual, en el cuerpo popular: “Volamos hacia el futuro y ojalá éste sea mejor para todos, amén” (p. 318).
Y así, de Cerogrado (0º) al Cero, de la Revolución a la Revelación…, el Apocalipsis.
EPÍLOGO O SÏNTESIS DE REPASO
« “Bueno, ¿y qué? —preguntarás—. ¿Qué quieres sugerir […].”[Las cursivas son nuestras.]
» Es cierto, te contestaré. Sin embargo, […]. Quiero recordarte que […]. Dirás que era diferente. Pero, por favor, no me involucres en discusiones […]. Ya ves […]»
Angel Wagenstein, El Pentateuco de Isaac (p. 260).
Y puesto que “el dialogismo es constitutivo del discurso argumentativo que prevé posibles objeciones y, de ese modo, establece contraposiciones potenciales en su propia búsqueda de compresión-respuesta, sigue siempre adelante” (Bajtin, Zavala, p. 173), no abierto a la semiosis infinita del posestructuralismo posmoderno (pos-eso), sino hacia lo inacabado del caos soviético de su guía y mentor en el gulag, su “grillo” Semiónovich.
(1)
“El mundo y el lenguaje carnavalizado intentan liberar el mundo de todo lo que es aterrador, y difiere de lo grotesco moderno que teorizó Kayser. Bajtin insiste en que el crítico alemán interpretaba lo grotesco de acuerdo con su exclusiva forma modernista, y por ello ofrecía una interpretación distorsionada. Lo grotesco modernista es tenebroso —añade—, aterrador, hostil, extraño e inhumano; es una forma de expresar el id, lo extraño, la locura. A partir de estas distinciones, parece claro el escepticismo que domina lo grotesco modernista, y la inexistencia de una inversión liberadora de signos”, Zavala, La posmodernidad (p. 138).
(2)“ Mis esfuerzos por evitar las actividades higiénicas colectivas estaban relacionados con aquella cosita —ya sabes tú— que colgaba debajo de mi ombligo […] Uno puede disimular su fe o su origen pero ¿cómo esconder la gran obra de aquel servidor de Jehová que me hizo la circuncisión para integrarme en la gran tribu de Abraham? (p. 201); “Pero para que no te enternezcas demasiado y —¡Dios no lo quiera!— para que no te eches a llorar, te permitiré echar una mirada adentro, en los retretes, donde me vas a encontrar con el culo al aire y el pantalón bajado, y enseguida se te esfumarán los cantos del rey Salomón” (p. 68); —«“¡Mal rayo lo parta.”/ —“Pues acaba de suceder.”/ Quiero decir que en un momento tan importante, o como dicen los escritores, “sublime” para el destino trágico del imperio, debí haber mostrado más tacto» (p. 78).
(3)“No pretendo hacerte reír. Simplemente quiero decir que entiendo muy bien a Stefan Zweig. Incluso me parece que ésta sería la única salida razonable para mí” (p. 270).