He de confesar que Rubén Castillo me sorprende en cada una de sus novelas. Me sorprende porque cada historia que desarrolla tiene un registro distinto a la anterior. Si uno no conoce al autor, se le hace muy cuesta arriba el pensar que la misma persona ha escrito El verbo se hizo carne, Anillo de Moebius o el libro de poemas Por un país desconocido –por citar los más recientes– y ahora, Los días humillados. Se tiene que tener una cabeza muy bien amueblada y ser un maestro en esto de la escritura, para salir victorioso en cada una de estas empresas.
Los días humillados está redactada con pulso firme, prosa muy, muy clara y sabiendo lo que quiere decir en cada una de sus páginas. No es fácil escribir sobre ETA, ni mucho menos meterse en la piel de uno de sus componentes y desarrollar el discurso correspondiente, a un secuestrado para justificar dicho ‘arresto’. Y este es otro de los puntos fuertes de Rubén… no sólo desarrolla el discurso propagandístico de la banda armada sino que es capaz de vivir el sufrimiento del secuestrado.
Cuando comencé a leer la historia, y a medida que avanzaba me sorprendía lo que estaba leyendo, ya que, por circunstancias diversas, yo he tenido información de primera mano de una persona secuestrada por ETA, que felizmente fue liberada por las Fuerzas de Seguridad del Estado; no salía de mi asombro al ir leyendo y recordando lo que esta persona me ha contado en varias ocasiones.
A lo largo de sus páginas recorre el devenir de esta banda, su nacimiento, circunstancias y primer asesinato (ejecución, llaman ellos) en la persona del comisario Melitón Manzana. El escenario es muy simple: Industrial secuestrado, un plazo para que la familia pague el rescate, dos carceleros –Julen y Patxi– que son los que dialogan, más bien recitan sendos monólogos frente a Txema intentando justificar el por qué del secuestro. Entre perorata y perorata, el autor intercala los pensamientos y tribulaciones del secuestrado. Hay muchos momentos en los que sufrimos con él, sufrimiento que aumenta hasta el momento en que el plazo se cumple y…
Rubén desarrolla un relato contundente, duro y sin concesiones. No se puede decir más en el centenar de páginas que componen Los días humillados. La lectura es imposible de dejarla una vez que has entrado en sus páginas.
Rubén Castillo Gallego es sello de seriedad, buena prosa y calidad literaria a raudales. ¡¡Felicidades!! por esta nueva entrega y ¡¡Felicidades!! a Murcia Libro, de la mano de Fran Serrano, por otra muy buena obra.
Rubén Castillo Gallego (Murcia, 1966) es licenciado en Filología Hispánica y profesor de Lengua Castellana y Literatura en Enseñanza Secundaria. Ha publicado libros de ensayos, cuentos, artículos periodísticos, reseñas literarias y especialmente novelas, con las que ha obtenido premios como el Gabriel Sijé por Reina María (1990) o el Ateneo de Valladolid por La mujer de la mecedora (1992). Algunas de sus últimas novelas son El globo de Hitler (2011), Galatea de las esferas (2012), Anillo de Moebius (2014), Por un país desconocido (2016). Ha sido director y presentador del programa radiofónico La torre de papel, en Onda Regional de Murcia, e impartido talleres de creación literaria durante varios años. También ha ejercido la crítica de libros en periódicos y medios especializados como La verdad, La opinión, La tormenta en un vaso o Agitadoras; actividad que continúa en la revista Quimera y en su blog personal Librario íntimo.
Charla…emocionada…con Rubén…
P.- ¿Cuando, cómo y por qué nace Los días humillados?
R.- La obra surgió a finales de 1997, a raíz del secuestro de José Antonio Ortega Lara y el posterior asesinato de Miguel Ángel Blanco, a cargo de la banda terrorista ETA. Fueron dos sucesos que me impresionaron de una forma espantosa y que me sumieron en una larga reflexión sobre el horror de la condición humana.
P.- ¿Cómo se ha documentado?
R.- Muy exhaustivamente. Quería saber qué sienten las personas secuestradas (en la medida en que esto es posible), qué piensan los etarras, qué se mueve o agita en el interior de todas estas cabezas. Y para eso tuve que acudir a docenas de libros, documentales y entrevistas. Fue un proceso devastador, porque me puso infinidad de veces al borde del vómito o de las lágrimas, pero entendí que era necesario. Un narrador tiene que conocer a sus personajes por dentro, para no enfrentarse a muñecos de cartón piedra. Y darles vida supone siempre conocer su interior, llenarlos de densidad, repletarlos de matices. Es una tarea ímproba, pero indispensable.
P.- ¿Ha hablado con alguien que haya sido secuestrado por ETA?
R.- No, nunca. Creo que ni siquiera me atrevería a hacerlo. Su dolor me parece tan espantoso que me aterraría la posibilidad de despertarlo de nuevo en su memoria.
P.- ¿Cómo puede usted pasar de escribir algo como El Verbo se hizo carne o Anillo de Moebius a redactar Los días humillados?
R.- Pues no sabría responderle bien a esa pregunta. No es un proyecto consciente. Tras cada libro me gusta dejar que me asalte un nuevo tema. Y, cuando surge, lo dejo madurar. Suele tratarse de un tema radicalmente distinto al que he abordado en libros anteriores, quizá porque de manera inconsciente asumo que ya he dicho todo lo que quería decir sobre una situación, unos personajes o un asunto... Y eso me lleva a sumergirme en otro. No se trata de algo planificado de manera deliberada, pero es verdad: suelo cambiar mucho de temas y ambientes en mis libros.
P.- Una curiosidad... ¿Quién habla en la historia... Julen, Patxi o Rubén Castillo?
R.- Siempre los personajes. Yo no he querido estar presente en la obra, porque eso la habría convertido en un panfleto o un alegato; y no quiere ser ninguna de las dos cosas. Mi postura personal es inequívoca: siempre estaré enfrente de los asesinos, de los violadores, de los terroristas, de los corruptos... Pero cuando tejo una novela intento que mis personajes tengan vida propia, ideas propias, sentimientos propios. Y a continuación les permito moverse por donde ellos quieran. Si se detectase mi voz o mis ideas detrás de alguno de ellos estaría, al menos en esta novela, falseando su espíritu.
P.- ¿Ha querido hacer algún tipo de crítica o críticas sociales? Son muchos los palos que toca.
R.- No me gustan (nunca me han gustado) las novelas de tesis, ni las novelas donde descubres con claridad lo que está queriendo meterte en la cabeza el autor. Me parecen burdamente explícitas. Yo aspiro a algo mucho menos manipulador: inyectar vida en una historia. Si de ahí se desprenden (y es imposible que sea de otro modo, teniendo en cuenta el tema que estoy tratando) determinadas críticas sociales, políticas o de otro orden será porque el lector las haya extraído por sí mismo. Me parece impensable haber vivido en España durante las últimas décadas y no haberse formado una postura frente al fenómeno del terrorismo. Yo ahora lo he convertido en novela y dejo que los lectores extraigan sus propias interpretaciones.
P.- ¿Cree, personalmente, que la sociedad vasca está oprimida?
R.- No, de ninguna manera. El País Vasco dispone de un nivel de independencia política, económica y administrativa que asombra al mundo. El problema es que cuando un colectivo quiere sentirse oprimido siempre busca la forma de hacerlo patente, y ETA fue un altavoz muy aparatoso, muy sangriento y muy eficaz, que primero nos golpeó con el chantaje del horror y ahora sigue haciéndolo con el chantaje del perdón. Su influencia no ha terminado, ni mucho menos.
P.- ¿Que ha pretendido al escribir esta novela? ¿Lo ha hecho pensando en el lector?
R.- No he pretendido otra cosa que escribir una novela. Es decir, fabular para que los lectores vean por escrito (y, si es posible, reflexionen) lo que durante años y años vieron en los periódicos y en las pantallas de televisor. Aquel tobogán de sangre nos salpicó durante décadas; y quizá haya llegado el momento de extraer conclusiones. Pero no, como pretenden los terroristas y sus acólitos, con el perdón y el olvido. Eso nunca. La misma memoria histórica que exigimos (yo el primero) para los crímenes del nazismo o el franquismo hay que exigirla también para los crímenes del castrismo, del sovietismo o del terrorismo etarra. El perdón es una noción religiosa; yo creo en la justicia.
P.- Por favor, venda el libro. ¿Por qué hemos de comprarlo?
Creo que el autor es siempre la persona menos indicada para “vender” su propia obra, porque es incapaz de verla en perspectiva y en sus auténticas dimensiones. Yo he intentado retratar una época y un horror que se convirtió en cotidiano. Los lectores que se aproximen al libro recordarán perfectamente aquel mundo, porque está aún cercanísimo. Quizá la obra les sirva para recordar, reflexionar o formarse una opinión más documentada.
P.- ¿En qué está embarcado ahora mismo?
Le doy vueltas a una novela que me asaltó hace cosa de un año y que, desde ese instante, ha ido perfilándose en mi cabeza. Se trata de un proyecto muy lento y que quiero cumplir con calma. Tengo el tema, tengo a los personajes y tengo el ritmo musical de la obra. Ahora se trata de comenzar a escribirla. A ver si para el verano hubiera avanzado un trecho con ella.