Me encuentro en el Google el dibujo de un lazo que me lleva a saber que el día 25 se conmemora “El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer que fue aprobado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1999” La lacra del maltrato femenino derivada de una consideración de tratarse de un elemento de segunda en nuestra sociedad lleva arrastrándose desde que el hombre puede considerarse como tal. El tener que declarar un día para erradicar esa superioridad masculina sobre ella implica que efectivamente no se ha borrado de nuestro entorno y no hay que ir a países de tradición islámica sino a nuestro lado en la laica Europa. Aunque tampoco vendría mal ocuparse del vergonzante maltrato masculino. Ciertos anuncios televisivos o situaciones en películas de cine, en la que el sufridor es el hombre y que se ven como normales levantarían ampollas si la protagonista de estos fuera la mujer, pero eso, ahora, no toca. Llevo trabajando hace tiempo en un libro, “El sexo a-legal” pero es tal la abundancia de información de todo ámbito que recopilo que he tardado en decidirme en sacarlo, y saldrá a primeros de diciembre, lo que indica que efectivamente ha sufrido mucha discriminación en todas las épocas. Porque su situación legal a través de los tiempos no ha sido la misma que para el hombre. Se la ha protegido, se la ha discriminado o el uso y costumbres le ha otorgado un rol distinto. Este papel social que le ha otorgado la sociedad o que ella se ha otorgado, tiene sus claroscuros, pero siempre hay una reticencia por parte del varón de darle autonomía, y cuando la ha solicitado o el momento social ha sido el adecuado, siempre ha dado marcha atrás poniendo trabas a sus pretensiones, no importa época o cultura.
Voy a referirme a una época en la que pese a la imagen de represión que siempre hemos tenido “in mente” con protagonismo masculino, fue la mujer la que más sufrió y posiblemente la que provocó la aparición de la misma aunque luego derivara por otros derroteros, me refiero a la Inquisición.
El 5 de diciembre de 1484, Inocencio VIII emitió una bula: "Summis Desiderantes affectibus", que constituyó la base legal de la Inquisición para perseguir a las brujas. Aunque sería el libro: “Malleus Maleficarum (El Martillo de las Brujas), escrito en 1487, compilando diversas actuaciones e ideas anteriores, de dos frailes dominicos alemanes Heinrich Kraemer y Jacobo Sprenger, que aseguraban que les habían sido otorgados poderes para procesar a las brujas, aunque tal afirmación fuera falsa, el que se convirtió en breve período de tiempo y tras múltiples ediciones en diversos países, en el manual práctico para magistrados e inquisidores de esta persecución. En él vuelcan sus fobias hacia el sexo femenino, a las que acusan de todos los males de la humanidad y hacen especial hincapié en las relaciones sexuales que estas tenían con Satanás.
Pero no sería sólo la religión católica la que se volcase en la persecución de estas mujeres, los protestantes, puritanos y anglicanos lo hicieron todavía con más saña, Martín Lutero padre de la Reforma protestante, quería "matar a todas las brujas"; y de su misma idea eran otros reformadores como Calvino que pedía que las "exterminaran".
El "Constitutio Criminalis Carolina" del emperador Carlos V ilegalizó en 1532 la brujería, el aborto y la anticoncepción. ( Esta es la clave de la persecución).
Pero ¿porqué este ensañamiento contra estas mujeres cuyos procesos, se cree que fueron unos 110 entre 1450 y 1750, produciendo unas 60 mil muertes, y en los que la religión y la acusación de brujería fueron sólo la excusa y el soporte ideológico para condenarlas? Las parteras las curanderas y las “herboleras”, fueron perseguidas con incomprensible saña. Efectivamente este fue el principal motivo, eliminar a las mujeres que proveían, a otras, de hierbas abortivas y anticonceptivas, en un momento en que se estimó necesario alentar la concepción, porque la epidemia de "peste negra" que se produjo durante el s. XIV, había aniquilado a un tercio de la población europea. A ellas se les acusó, en un período de gran mortalidad infantil, las mujeres solían tener un hijo cada dos años, y se sabe que en París dos de cada tres niños eran abandonados al nacer, de causar la muerte de los niños para evitar que fueran bautizados y así entregarlos al diablo. Pero no se libraba ninguna mujer de poder serlo; también estaban bajo sospecha las ancianas viudas y pobres, porque como dice el inquisidor Martín Castañeda en su “Tratado de las supersticiones y hechicerías” publicado en 1529: “Como en otros vicios la pobreza, es muchas veces ocasión de muchos males”.
Nadie se libraba, ni tan siquiera las beatas o sacristanas, porque eran mujeres que tenían fácil acceso a los sacerdotes a los que, engatusaban y mancillaban.
En definitiva, bastaba ser mujer para poder ser posible candidata a la acusación de brujería. Y ¿porqué habían de ser brujas las mujeres y no brujos los hombres? Kraemer y Sprenger, en su “Malleus” no tienen duda alguna: “El sexo femenino está más relacionado con las cosas de la carne que el masculino, porque están formadas de las costillas de un hombre, son sólo animales imperfectos y aviesos, mientras que el hombre pertenece al sexo privilegiado del que Cristo emergió”.
Frente a la gran persecución y muertes producidas en toda Europa, en España se calcula que como máximo serían unas mil, casi todas en el País Vasco, y su persecución prácticamente fue nula después del proceso de 1610 en Logroño, en el que se juzgo a unos cientos de personas, entre ellas, las brujas de Zagarramundi.
Los médicos no solían atender a las mujeres que quedaban en manos de comadronas, parteras o mujeres que habían ido transmitiéndose de madres a hijas el conocimiento de las plantas medicinales, ( este es el motivo por el que algunas niñas de corta edad también fueron tratadas como brujas) y estas eran las que podían darles las hierbas adecuadas que les impidiera tener otro embarazo, siempre peligroso en aquellos momentos con una gran mortalidad en los partos por falta de higiene, y no siempre deseado, por la escasez de alimentos y las hambrunas.
Este era el motivo principal, tras la peste, los señores feudales e incluso la Iglesia que tenía también gran cantidad de posesiones, se quedaron sin siervos que trabajaran las tierras o formaran parte del ejército, así pues se fomentó la procreación, este era el principal deber de la mujer, tener hijos, y para ello había que perseguir a quienes lo impidieran ya fuera porque practicaran abortos, o porque con sus conocimientos evitaran los embarazos.
El Malleus Maleficarum no tenía duda en ello: " Esto se refiere a cualquier acto de brujería, que pueda impedir la finalidad del matrimonio, v para que este impedimento produzca efecto pueden concurrir tres causas, a saber: la brujería, el demonio y el permiso de Dios. Más aun, la más fuerte puede influir sobre la que lo sea menos. Pero el poder del demonio es más fuerte que cualquier poder humano…"Nadie es más peligrosa y perniciosa a la Fe Católica que la partera (...) Las Brujas que lo son matan en variadas formas el niño concebido en el vientre y procuran un aborto; y ofertan al recién nacido a los diablos."
Nada tiene de extraño que en la iconografía que nos han trasmitido los pìntores de esa época, las mujeres, incluso las santas vírgenes, tengan el aspecto de estar embarazadas, como en el cuadro de Santa Catalina de Alejandría de Roger van de Weyden, que se conserva en Viena, en la que coloca su mano en el vientre, en un gesto que recuerda mucho al de una mujer grávida. La Eva desnuda de Van Eyck tiene el mismo aspecto, pero incluso el español Fernando Gallego, representa también a la Santa de Alejandría desnuda y con un vientre ligeramente hinchado.
Como Europa tras todas estas medidas consiguió duplicar en un par de siglos su población, ya en el S. XVIII no hacía falta alguna ensañarse con las parteras, así es que desapareció la persecución. Aunque no sin haber batallado para conseguirlo, en el S.XVI el médico Johan Weyer y en el XVII, el jesuita Friedich Spee.