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ISSN 1989-4163

NUMERO 79 - ENERO 2017

Paterson, Paterson, Paterson

Ángela Mallen

Paterson es una ciudad de Nueva Jersey, a unos cuarenta minutos de Nueva York. Tiene un río que se llama Passaic, con puente de hierro y grandes cataratas. Allí nacieron el actor Lou Costello y nada menos que el poeta beat Allen Ginsberg. Según la Wikipedia, fue cuna de la revolución industrial norteamericana y se la conoce como Silk city por haber dominado la producción de seda a finales del siglo diecinueve.

Paterson es además el título de la última película de Jim Jarmusch y el nombre de su propio protagonista. La fui a ver el lunes. O quizás debo decir la fui a experimentar. La fui a incorporar en mi sistema de procesamiento neuromental y en mi estructura psicofísica. Me tragué sus lentas imágenes que se inoculan a la velocidad de un gotero de plasma y viví su eterna semana de marmota adherida a Paterson, el poeta conductor de autobús, como si yo fuera su pequeña sombra siamesa.

Nos despertamos temprano junto a Laura, la  mujer en blanco y negro, y nos vamos a paso lento hasta la cochera del autobús. Paterson anota en un cuaderno la poesía que encuentra en una caja de cerillas. El autobús discurre como un gigantesco objeto poético por el espacio realista, sucio y fantasmagórico de la ciudad llamada Paterson. El tránsito interior está formado por personajes que funcionan como trances líricos y la geometría exterior de calles desniveladas te sumerge en un inquietante hiperrealismo onírico. De vez en cuando gruñe Marvin, el bulldog de Laura, y rompe uno de los muchos binomios en el universo dual que habita Paterson: las parejas de gemelos, el blanco y el negro, la mañana y la noche, el puente y el río, o el poeta William Carlos Williams. En esta cinta todo aparenta ser mínimo, simple, circular y prosaico: la estructura temporal de siete días, la circularidad de los itinerarios, el tono de melancólica comedia, la reincidencia de los actos. Sin embargo, la lucidez sensitiva de Jim Jarmusch elabora una escurridiza poesía con leves variaciones de la rutina, personajes que flotan en el desarraigo y sutiles juegos simétricos. Aunque tal vez la poesía no se elabora, sino que se descubre. Quizás nos espera con su etérea trascendencia sin que sea relevante quién la manifieste. En todo caso, un nombre puede ser una ciudad, una película o un conductor de autobús.

Esta vez, la poesía la cazó un tal Jim Jarmusch.   

Paterson

 

 

 

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