Ni Estudios ni Trabajo
Juan Planas
Entre los dieciséis y los veinticuatro años puede suceder casi de todo en la vida. Los primeros planes y decepciones. Los preparativos del viaje más extremo y el decisivo desembarco en algún lugar perdido entre la cúspide hormonal y la tormenta perfecta del pensamiento: el revuelo de las grandes palabras y los ideales, el hallazgo del propio lugar en la escalera generacional. Entre las arenas movedizas y el vaivén de las mareas. Junto al volcán de la sangre en el pecho.
Sin embargo, más de veinte mil jóvenes de las Baleares llevan tatuados en la piel y en algún tajo del espíritu dos enormes estigmas. Pasa el tiempo y la crisis, ese capítulo que no acaba de pasar página, les ha instalado en el filo incómodo y perverso de todos los abismos. Ni estudian ni trabajan. En ese limbo van decayendo las ganas de aprender y hasta las ocasiones de ponerse a prueba. En ese purgatorio la autoestima se evapora. La juventud se va y se convierte en otra cosa.
Si hay dos cosas difíciles de gestionar, una es la juventud y la otra, el tiempo muerto, las horas vacías sin un sentido definido y reparador. ¿Cómo sobrevivir a ese tiempo muerto? Repaso mi vida y constato lo arduo que es exportar los sentimientos. No encuentro cómo aconsejar a nadie. Me digo, eso sí, que sólo fui feliz cuando sentí la urgencia de hacer algo más allá de la sociedad y su sistema de contraprestaciones. Una experiencia en otra parte, un viaje interior a no sé dónde, un libro. Incluso unas líneas como éstas sin más brújula que un insignificante parpadeo de luz.