Club de Cocina
Jesús Zomeño
Querido Holmes:
Agradezco mucho su hospitalidad, pero el trabajo me impide visitarle a pesar del gusto con que lo haría. El calor de esa habitación en Baker Street supera con creces al que procura cualquier otra chimenea de Londres, incluso el humo del tabaco en sus sillones es mas espeso que en ningún otro lugar. Confieso que una conversación agradable, esa forma de medir el tiempo con pereza, es lo que más echo de menos desde que me casé.
Aquí, en Queen Anne Street, la vida en matrimonio transcurre en calma, aunque me tiene un poco confuso el club de cocina que mi esposa organiza y al que tan asiduas son la señorita Catherine Wilson, de la que ya le he hablado, y la viuda del párroco. La otra noche encontré restos de mantequilla bajo el pliegue de los pechos de mi esposa y cuando la limpié con los dedos activé algo en su cuerpo, puesto que me pidió que le acariciara los glúteos con las manos manchadas de harina. Luego todo fue mas raro, pues me clavó el pene en un tarro de la mermelada de arándanos y también me pidió que fuera metiéndole trozos de fruta glaseada por la vagina. Incluso derramó en el suelo chocolate caliente y se sentó encima y luego me obligó a lamerlo, lo que tanto me gustó. Para terminar, me introdujo por el ano una vela enorme, untada de mantequilla, porque dijo que era mi cumpleaños y la encendió para hacerme disfrutar, mientras yo intentaba soplarla, aunque ya hubiera cumplido con ella todos mis deseos.
Pero no es habitual lo de la otra noche, porque ella anda ensimismada con su club de cocina. Tiene a diario las reuniones, haciendo pasteles que luego no aparecen en la cena, porque cuentan que los llevan a la parroquia. Me preocupa la obsesión de mi esposa por la pastelería. Ayer mismo le pregunté la causa de que se riera tanto en la cocina con sus amigas, porque las escuché desde el vestíbulo cuando volví a casa a por el estetoscopio, y me contestó que la vulva de la señorita Catherine era alérgica a la canela de crema de vainilla, pero que ese escozor le daba placer, igual que a la viuda del párroco el coco molido con jengibre en torno a los pezones.
Quizá debiera encargarle a usted que resuelva el misterio de ese extraño club de cocina.