Desgraciado
Javier Neila
Ya sé que te vas. Que me dejas después de dedicarte toda mi vida y haber confiado en tus brazos todos mis sueños. Aunque no me miras de frente es como si lo leyera en tus ojos. Te miro pero no me miras. Desgraciado. Siempre has hecho lo que te ha dado la gana, y ahora no tendría por qué ser distinto…quizás sea culpa mía…lo aguanté todo porque sabía que así eras tú, y que siempre habías vivido a tu manera. Y aunque a cambio tuviese que pasar algún tiempo sin verte, me hacía bien verte feliz.
Me hice dura a mi misma a base de noches sin dormir, esperando tus llamadas y criando a nuestros hijos sola, sin más ayuda que mi paciencia y mis agallas, ni más esperanza que verte de nuevo a tu vuelta… ¿Sabes una cosa? Siempre soñé con ser una princesa, y esperaba que el hombre de mi vida estuviese pendiente de mí, me acompañase a los sitios cediéndome el paso, me hiciera sentirme imprescindible en su vida y me mirase con esos ojos tiernos que me dedicabas hace años…Que estúpida fui. En esos ojos ahora, sólo hay soledad y vacio. Ahora te miro y me pareces un extraño con vocación de transeúnte, un padre descuidado, un mal amante y peor marido…Intenté entender esos cambios de humor, esos gritos a los niños y esa impaciencia cuando estabas con nosotros…impaciencia a qué o porqué…como si nuestra casa ya no fuese tu hogar ni nuestra familia tu familia.
Te tuve que compartir, y sólo a veces podíamos disfrutar de lo que quedaba de ti…Por ti renuncié a casi toda mi dignidad…cualquier otra no hubiese aguantado tus salidas nocturnas ni tus desapariciones de días, para luego volver siempre exhausto, sin querer hablar de lo que había pasado, sin dar más explicación, con esa mirada perdida y ese deseo de estar sólo. Y eso que siempre que volvías, me encontrabas en casa, esperándote. Receptiva. Desgraciado.
No te preocupes; me quedo con lo bueno; con esos tres hijos maravillosos que tienen tu sonrisa y tu mirada. Y tu fuerza, aunque me duela decirlo. Es curioso; te admiran y sólo saben lo que quisiste que supieran. No sé cómo lo has hecho ni entiendo de qué manera has podido seducirles así…incluso la mayor empieza a defender las mismas posturas y excusas para justificar lo que nos estas haciendo…No te preocupes, a los pequeños no les daré los detalles; no quiero verles sufrir…tan sólo saben que ya no estarás con nosotros…pero algún día les contaré toda la cruel verdad, desnuda y sin tapujos. Tienen derecho a saber quién eras y porqué te fuiste. Desgraciado. Que se den cuenta que tus decisiones y no tus condiciones son las que determinan tu destino. Así que les contaré tus razones que nunca me convencieron. Aunque quizás sea verdad eso que siempre me dijiste; que no quisiste andar otro camino, ni supiste vivir de otra manera.
Me has engañado. Desgraciado. El día de nuestra boda nos prometimos que terminaríamos nuestras vidas juntos, recibiendo a nuestros nietos los domingos en casa y aceptando el final en compañía y complicidad, con la tranquilidad de haber peleado juntos por nuestras ilusiones, que no habrían sido otras que ver a nuestros hijos crecer sanos y felices. Ya sé que no te gusta verme llorar. Desgraciado. Toda la culpa es tuya. Desgraciado. Desgraciado. Desgraciado…
Tranquilo. Estoy bien. Nadie va a notar que estoy furiosa. Siempre he sido discreta y toda una señora, así que aquí y ahora voy a estar a la altura. No me faltan ganas ni razones para gritar un par de verdades. Pero en estos casos lo correcto es seguir el protocolo. De la negación, he pasado a la ira, que también pasará. Aunque no creo que pase el dolor cuando encaje y acepte la situación. Retomaré los libros de autoayuda que, como penitencia por estar perdiéndote, me impuse leer y jamás pude terminar.
Claro que me he traído a los niños…también tienen derecho a estar aquí. Se lo debes. Nos lo debes a todos. También están tus padres y tu hermano. Y los Reyes, el Príncipe de Asturias, el Presidente del Gobierno, tu jefe al mando del CNI y demás autoridades civiles y militares…Y tus otros seis compañeros acribillados a balazos, profanados, pateados y mostrados por adolescentes en la cadena Sky News como trofeos de guerra; éste sábado pasado, en Latifiya, al sur de Bagdad, a 4.300 kilómetros de nuestra casa. Las siete viudas estamos en primera fila, con nuestros hijos. Posando. Y mientras suena el Mesías de Händel, el Rey os va imponiendo a cada uno, la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil a título póstumo. Ya sé que no te hace gracia que la ceremonia sea civil, y que ni siquiera la medalla que te conceden sea propia de soldados; pero permíteme que te recuerde –y déjame jugar, por última vez, a tu juego- que aquí el mayor mérito es obedecer.
Si es que te hace sentir mejor –seguro que sí-, te iré recitando en voz baja esas estrofas del homenaje a los caídos que hoy no te quieren leer, y que siempre te emocionaron. Alguna vez vi que la repetías entre dientes apretados, cuando fuiste tú el que despedía a algún compañero.
“Lo demandó el honor y obedecieron,
lo requirió el deber y lo acataron;
con su sangre la empresa rubricaron
con su esfuerzo la Patria engrandecieron.
Fueron grandes y fuertes, porque fueron
fieles al juramento que empeñaron.
Por eso como valientes lucharon,
y como héroes murieron.
Por la Patria morir fue su destino,
querer a España su pasión eterna,
servir en los Ejércitos su vocación y sino.
No quisieron servir a otra Bandera,
no quisieron andar otro camino,
no supieron vivir de otra manera.”
Así que descansa en Paz. Desgraciado. Te echaré de menos.