-Entiendo que tus primeros tres libros, publicados en 1998 y 1999, antes de que nos conociéramos, Griselda, titulados “Hermanas ninfas”, “Sandra”, “Todo es extraño a mis ojos”, de narrativa, han quedado excluidos de tu bibliografía. ¿Es completamente así? ¿Eran cuentos, relatos, microficciones y en ediciones de las que denominamos "artesanales”? ¿Los textos de esos libros fueron corregidos y los volverás a publicar? ¿Algunos integran el volumen “La madre del universo”? ¿Cómo recordás aquellos años de producción, tu adolescencia narradora? ¿Ha sido, quizás, en tu niñez cuando comenzaste a incursionar en la escritura creativa? ¿Que pantallazo nos proporcionarías de tu niñez y adolescencia?
-No menciono mis primeras novelas cortas porque las considero ejercicios. En ese momento me invitaban a publicar mis textos en internet y tenía que poner algo en el curriculum porque si no quedaba muy vacío, como me decían los editores. Es imposible escribir algo rescatable a los 20 años, salvo que seas Rimbaud (no es mi caso).
De Sandra rescaté un fragmento que se transformó en el cuento “La ley”, incluido en La madre del universo. Pero como novelas no tienen valor. Me las autopublicaba en ediciones artesanales que imprimía en mi trabajo. Gasté muchas resmas y tinta, una forma menor del hurto.
De esa época recuerdo mucha tristeza informe que canalizaba a través de la escritura. Era empleada en una oficina donde sentía que me marchitaba más y más. Tenía una hora y media de viaje hasta Ciudadela, donde vivía con mis abuelos, mi hermana y mi mamá. Mi abuelo era sastre. Trabajó muchos años en Thompson y Williams. Era capataz en el taller. Él me decía que tuviera paciencia en mi trabajo porque era la única manera de progresar. Algo de esa idea me hacía ruido; yo lo escuchaba pero en el fondo sentía que el progreso era imposible, al menos dentro de esa estructura de relación de dependencia. Crisis del 2001 mediante, las cosas se pusieron peor. Trataba de resistir como podía. Empecé a conocer a algunos escritores (Rigazio, Cuenya) con los que hacíamos cosas culturales, entre ellas la Biblioteca Virtual Beat 57. En ese momento no había muchas páginas que ofrecieran libros de descarga gratuita. Nos repartíamos una serie de autores que queríamos dar a conocer y tipeábamos palabra por palabra en un archivo Word. Mandábamos por mail el archivo con la oferta gratuita a conocidos y desconocidos, que podían solicitar cualquiera de los archivos. Era una tarea muy placentera. En esos breves momentos quitados a los trabajos de cada uno respirábamos aire fresco. En fin, una historia más del tipo “salvación por la literatura”.
Siempre leí, pero empecé a escribir con mayor consciencia siendo adolescente. Al principio, la escritura narrativa era más bien un vómito, nada racional. Corregía como podía, hasta que me parecía que quedaba bien. En cuanto a los poemas, primero aparecían en libretitas y después los pasaba a la computadora, donde ya tenían otra presencia. Esa distancia era necesaria para poder verlos como ajenos, algo bastante difícil.
Casi al mismo tiempo empecé a inmiscuirme en lecturas de poesía, y ahí tuve una buena devolución, lo que me envalentonó. A la vez, me abrió la puerta para leer nuevos autores y conocer a otras personas que también escribían. Creo que escribir es una tarea solitaria que lleva mucho tiempo e introspección, y estos encuentros de poetas ayudan a salir. Un poco de soledad, un poco de compañía.
En cuanto a mi niñez, estuvo amenazada por el fantasma de la enfermedad de mi padre (cáncer). En casa infantilizaban lo que le pasaba: “Papá tiene unas piedritas en la panza, se las van a sacar, por eso va al hospital”. No pasaba nada y todo estaba pasando. Él murió cuando yo tenía 10 años. Escribí dos poemas sobre él. Uno de ellos está en El arte de caer (“Pa”), y otro es inédito (“El dique”). Este último cuenta el momento en que fuimos a tirar sus cenizas en el río de Alpa Corral, en Córdoba.
El dique
En las últimas vacaciones Papá
construyó un dique en el río.
Le llevó toda la mañana.
Cuando terminó, el sol
había bronceado su espalda.
El agua nos llegaba a los tobillos,
nos metíamos en zapatillas
para que los pies no dolieran.
En ese mismo río esparcimos
sus cenizas pocos años después.
Mamá llevó flores
y una botella de vino.
No había nadie ese día,
sólo un hombre acostado en la arena
que al ver la botella
gritó de satisfacción.
A Papá le hubiera gustado, pensé,
y entrando al agua rompí el dique.
-Creo haber llegado a ver, a leer una o más ediciones de tu “Sólo Sal”. ¿Durante qué lapso editaste la Hoja de Poesía? ¿Cuántos números salieron? ¿El título de la propuesta se correspondía (¡?) con el material que elegías? ¿A qué autores socializaste allí?
-La hoja de poesía Solo Sal empecé a hacerla como para “no caer con las manos vacías” en las lecturas de poesía. Veía que muchas personas repartían plaquetas con poemas y los imité. Copiaba y pegaba poemas que encontraba en internet, sin otro criterio que compartir lo que me gustaba. A veces incluía algún amigo o conocido que me mandaba material. No me quedó un solo ejemplar de Solo Sal, así que no puedo recordar a quiénes incluía. Salieron unos 7 u 8 números, alrededor del año 2000. El título no sé cómo surgió. Jugaba con la sal de mesa y la orden de salir. Justamente era lo que sentía que tenía que hacer en ese momento, en varios sentidos.
-En una ocasión fui como invitado al programa radial que conducías en FM La Boca. Y me sorprendió tu soltura. Me agradaría que nos cuentes no sólo cómo se llamaba la audición y con quienes la hacías, sino también cuánto estuvo en el aire y qué características le imprimieron. Y si te satisfizo la experiencia. Lo que me provoca inquirir respecto de si volverías a involucrarte con ese medio.
-El programa se llamaba La Santa Poesía. Era la puesta en el aire de debates y charlas que teníamos con Claudio LoMenzo y Javier Magistris, directores de la revista La Guacha. Invitábamos a escritores y les hacíamos entrevistas informales. Duró un año, más o menos. Teníamos muy estructurado cada programa, salían bien. La producción la hacía Andrea Campagna, una compañera de trabajo que estaba estudiando Comunicación. Nos divertíamos mucho.
Me parece un medio riquísimo y volvería a participar en un programa, sin dudarlo. De chica me gustaba “jugar a la radio”: decía la temperatura, leía poemas, pasaba música y hacía las publicidades. La Santa Poesía mantuvo ese espíritu, creo.
-Ignoraba yo esa labor tuya como investigadora en el Área Literatura y Sociedad, en el Centro Cultural de la Cooperación, en pleno centro intelectual de la Capital Federal. ¿Sobre qué investigarías en la actualidad? ¿Sobre qué asuntos de la literatura se investiga poco y nada? ¿Quiénes te parece que han sobresalido en este campo, y quiénes sobresalen?
-La verdad es que no se me ocurre un tema para investigar en este momento. El trabajo con la producción ajena en el taller literario me lleva mucha dedicación. Luego queda poco espacio mental para seguir pensando en literatura. Quizás no suene bien esto, pero es lo que me sucede. Cuando investigaba en el CCC tenía en paralelo el trabajo de oficina, quizás por eso me parecía refrescante hacer entrevistas, leer teoría, escuchar conferencias aburridas…
En la carrera de Letras te piden que investigues, dentro de cierto marco, como estudiante. Te ponen a que escribas trabajos sobre prácticamente cualquier tema que se les ocurra. Les encanta que “cruces” autores, que hagas literatura comparada. Está de moda. Agota, pero entiendo que son formas de ensayar la escritura académica.
Me parecen muy buenos los trabajos de Walter Cassara (El oído del poema) y Alicia Genovese (Leer poesía) sobre poesía. Ellos escriben con claridad sobre temas que pueden ser oscuros.
-Tengo presente que al menos “estamos juntos” en dos antologías. Me voy a detener en la bilingüe, la de hace tres años, subtitulada “Antologia di poeti che scrivono in altre lingue ma continuano a sentire in italiano”. Allí compartimos cartel con autores a los que el apellido paterno, como el mío, itálico, delata al instante; por ejemplo, Paola Cescón, Eduardo Espósito, Flavio Crescenzi, Ana Russo, Gustavo Tisocco, Gabriel Impaglione, María Teresa Andruetto, Eduardo D’Anna, Jorge Paolantonio, Alfonsina Storni... En tu caso lo itálico irrumpe por el costado materno. Como a mí me produjo una emoción inefable, ya en contacto con el bello ejemplar, ser presentado en idioma italiano –aclaremos que sólo es bilingüe la edición de la muestra poética, puesto que es una producción cuyo objetivo ha sido distribuirla y comercializarla, primordialmente, colijo, en Italia-, me gustaría saber qué te ha pasado a vos íntimamente cuando te leíste presentada en idioma italiano. Y ya que estamos: ¿Qué escritores italianos te entusiasman? ¿Qué poetas italianos más has releído?
-Me pareció hermosa la idea de la antología y me sentí muy agradecida por la convocatoria. El italiano es un idioma muy bello que no comprendo, salvo palabras sueltas. Sentí mucha conexión con mis abuelos maternos, una especie de ligazón creativa en el árbol genealógico.
Adoro a Pavese, Ungaretti, Montale, pero no leí a otros poetas más recientes.
-En una o dos oportunidades me oíste valorando tus enfoques, agudeza y estilo trasuntados en tus comentarios bibliográficos publicados en “La Guacha”. En efecto, me recuerdo “examinando” con regodeo la organización y realización de aquellas críticas –y con independencia del objeto de tu comentario-. Las extraño. Creo que estás para emprendimientos ensayísticos ambiciosos. Creo que estás o estarás para emprendimientos ensayísticos novedosos. Dicho lo cual, ¿qué te pregunto? ¿Quizá tu actual formación académica contribuya a que mis expectativas se cumplan? ¿Hay algo de esto revoloteándote?: debiera.
-Sos muy generoso. La verdad es que siento que me faltan muchas herramientas para poder expresar lo que pienso. La Universidad trata de ceñirme el corsé de la escritura académica, pero me cuesta. Cuando no me queda otra que aprobar una materia tengo que escribir así. Las monografías las voy subiendo a mi blog con la etiqueta “Reseñas y trabajos”. Es bueno que este material esté a disposición de quien quiera consultarlo: la monografía de uno le puede servir a otro. Creo que es muy necesario armar redes.
-En una entrevista que el poeta brasileño Floriano Martins realizara al poeta venezolano Eugenio Montejo, le preguntó si creía que media un gran abismo entre aquello que había escrito y lo que hubiese deseado escribir. Reconociendo la apropiación de la pregunta, te la formulo.
-En lo personal, entre lo que escribí y lo que hubiera querido escribir creo que no hay tanta brecha. Trato de escribir lo que quiero leer y no encuentro. Como no existe, lo fabrico.
-¿Qué novelistas contemporáneos te entusiasman? ¿A qué narradores que te hayan interesado, ya no volverías?
-Soy viejera, la verdad es esa, no leo a muchos contemporáneos. Pero lo bueno termina imponiéndose. A veces pasa que, en una semana, dos o tres amigos o conocidos mencionan un libro. Ahí, voy. No me suelen interesar demasiado, pero acepto las recomendaciones como parte del lazo que me une a esas personas.
Tuve entusiasmos intensos con varios autores que después no releí. Uno de ellos es Carlos Castaneda. Me parecían unas cosas maravillosas las que contaba. Circulaban anécdotas sobre gente que se había vuelto loca por leer ese tipo de libros. A mí me interesaba mucho ese germen, dónde podía estar, pensaba mientras avanzaba por esas páginas de desiertos y águilas. Leía en la cama, tapada bajo una manta roja y pesada. En ese momento, no había tantos tiroteos en Ciudadela. Sólo algún que otro balazo al aire, luego silencio. Una noche llegué a una de esas prácticas de meditación y golpes en el punto de encaje que le proponía don Juan a Castaneda. Y tuve una especie de alucinación: estaba tendida sobre una piedra inmensa, en el desierto, viendo un cielo color naranja. Y arriba volaban las águilas. Me asusté mucho y lo dejé. Todavía no me volvió a pasar algo así con un libro.
-Has traducido al castellano a Anne Sexton, Craig Czury, Peter Orlovsky, Leonard Cohen, Gary Snyder, Heather Thomas, Susan Deer Cloud, Sylvia Plath, Walt Whitman, Robert Bly, Elizabeth Barret Browning, Langston Hughes, Andrew Marvell, Lawrence Ferlinghetti, etc. ¿Qué te sucede –qué te recorre- mientras procurás hallar los vocablos que den cuenta de semejante compromiso? Inquiero en la suposición de que con unos te debatirás de un modo y con otros, en cambio, diferentemente.
-Traduzco de atrevida. Prefiero pensar que son versiones; algo un poco más realista. El objetivo de trasladar al español a determinados poetas es poder compartirlos con los que no tienen acceso a otra lengua. Ahora es muy habitual que todo el mundo sepa inglés, pero en cierto momento no lo era. Y por eso empecé. Tengo una amiga poeta y traductora a quien consulto cuando tengo dudas. Ella tiene mucha paciencia y trato de no cargosearla. Es difícil encontrar personas así, que nos hagan un lugar, nos avisen cuando nos equivocamos y nos hagan indicaciones afectuosas.
Para traducir a un poeta, trato de quedarme con su perfume. Otros podrán llamarlo estilo o voz: eso que queda al terminar de leer un libro; se produce un encantamiento, un amor repentino que te hace querer ir a buscar al autor, abrazarlo, hacerte amigo. Pero como muchos están muertos, un modo de volverlos a la vida es seguir difundiendo su obra.
-Supongamos que pudieras reencarnarte en un pintor. ¿A quién elegirías? ¿A quién elegirías para reencarnarte en un estadista? Y más: en un animal. Y más: en algo de un orden botánico.
-Pintor: Egon Schiele, Francis Bacon, Lucien Freud (alguno de estos). Estadista: no se me ocurre. Animal: una vaca en India. Botánica: yerba mala.
-¿Hay escritores que escriban para vos? No digo sólo buenos escritores, o maravillosos, podrían ser mediocres: ¿hay o hubo escritores que vos sintieras que escribían para vos, la que sos o fuiste? ¿Detectaste o detectás a escritores que en determinados textos, o pasajes de esos textos, es como si “te hablaran” a vos, te hicieran casi asentir con la cabeza o sonreír? A mí que, claro, tengo justo el doble de tu edad, y que por lo tanto “me veo obligado” a sopesar desde mi condición provecta, me pasó con Henry Miller, con Samuel Beckett, con Hebe Uhart, con Roberto Santoro. Ya no. Me pasa ahora releyendo poemas de Gustavo García Saraví o Jorge Santiago Perednik o “El extranjero” de Albert Camus. Queda formulada la inquietud. Quizá chapuceramente. Pero en una de esas me captás y en una de esas das a los lectores y a mí la precisión a la que aspiro.
- A Henry Miller lo leía mucho en la adolescencia. Lo mismo a Anais Nin y sus diarios intensos. Sentir que alguien escribe para mí me pasó últimamente con Hebe Uhart. Hay una libertad de lenguaje y tema tan grande en ella, que me resulta refrescante. Poder transformar las experiencias de lo cotidiano en un relato es algo genial. Como decimos con un amigo: con las dos o tres líneas que nosotros nos escribimos por mail (encargué dos panes integrales, el viento agita el ficus, me invitaron a Mar del Plata), Hebe te arma un cuento.