“Una tarde -¿te acuerdas?- en silencio remamos
hasta dejar la barca en una isla de menta”: Aníbal Núñez.
Noche cerrada sin puertas ni llaves, puertos sin naves.
Besamos el aire despedido por esa menta de mentiras.
Era lunes, los jacintos entraban sin permiso en la orla de tu boca.
La brisa del mar se agarraba a la barandilla del autobús.
Las escaleras mecánicas del metro medían los transbordos con música.
Los relojes se desesperaban aguantando el cambio de horario en otoño.
Aristeo buscaba como un loco su enjambre de abejas huidas.
Amsterdam echaba agua en los canales de Rembrandt.
Courbet ponía en un barracón de la exposición de París: Realisme.
Y el Sena iba tan lento como ese jacinto desperezado de tus dientes.
Amarillas las hojas barrían del suelo tus ojos espigados.
Tus manos desfilaban su rojo en punta, delgadas, apuntando.
La luz se había demorado tanto que pasaba pisando el lago de tus piernas.
La miel huye despavorida de Aristeo, y el perro Berganza descifra lunas.
Una tarde, ya no te acuerdas, por qué ibas a recordar
el color transparente de un deseo, la lengua lenta de miedo,
la barca en el secano del paladar,
la luz roja de tus manos,
el ámbar tiritando,
el verde apagado de tus ojos.
La sangre vertida de los tréboles de cuatro hojas,
la clorofila dándome gritos de urgencia a tu costado
y el verde, del semáforo de la esquina, de tus ojos esquinados,
acariciando prohibidos, mientras, en doble fila, me vuelvo,
Lot de abejas, a esperar el rojo eterno de tus manos.
Una tarde, ya no te acuerdas, por qué ibas a recordar
aquella isla de menta a la que jamás remamos,
ni una tarde sino muy tarde en la palma de la mano
la limosna del suspiro de tu mirada.
Tú en la orilla con silencio verde de mar en algas,
mientras Aristeo se da una vuelta y,
tras los sacrificios en sangre debidos,
recupera el ámbar de sus abejas.
Apagado yo en la noche cerrada sin puertas ni llaves, puertos sin naves.