"Es realmente extraño, la fotografía nunca ha sido tan popular como ahora, pero está siendo destruida. Nunca antes se había visto tanta cantidad de fotografías tomadas, pero la fotografía está muriendo”
Antonio Olmos, The Guardian, “The Death of Photography”
La anterior sentencia expresada por un conocido fotógrafo aparece en la primera linea de un largo artículo publicado hace una semanas por Stuart Jeffries, uno de los críticos de arte del diario inglés The Guardian. Habla en parte de la secuencia ya famosa (vamos, famosa por un día) del presidente Obama, la primera ministra danesa, Helle Thorning-Schmidt y el primer ministro Británico David Cameron, mientras se miraban sonrientes en el espejo refulgente del móvil de ella, en proceso de hacerse lo que se ha dado en llamar un “selfie”, aquel memento digital que en dos segundos tomará su posición en el firmamento de las redes sociales.
Y, como tantas otras incidencias del mundo que habitamos, también abreviado en su contexto y alcance.
Vivimos sumidos en el reino de lo breve, lo efímero ha alcanzado su apogeo en el botoncito virtual que nos hace decir “like” aun a eventos, imágenes o noticias con las cuales no tenemos la más mínima coincidencia en nuestras vidas o tan alejadas de nuestra realidad que muchos responden a veces por inercia.
Como van las cosas, la brevedad de lo deleznable se ha convertido en el espejo de la infinita realidad de un mundo que nos refleja instantáneo e insignificante. Así la esposa de Obama le haya hecho mala cara y tal vez le haya dado su repelón, un buen tirón de orejas no-virtual, una vez de regreso a la gran casa blanca que habitan.
En cuanto a la muerte de la fotografía, bueno, eso ya es harina de otro costal. Los semióticos tienen la palabra, al igual que los filósofos modernos y todo aquel que quiera meter la cucharada. Para eso están hechos los foros de opinión.
A partir de un sondeo no científico, mirando de soslayo algunos de los cambios que me han llamado la atención en años recientes me percato que se ha operado una especie de retorno a las fuentes.
Se ha dado lugar a un renacimiento de métodos y técnicas que nada tienen que ver con tecnologías de avanzada. De hecho se ha producido un auge en la venta de cámaras de madera, cajón con fuelles de cuero y excelentes lentes para tomar fotografías en negativos de papel.
Cámaras que haciendo uso de técnicas modernas recrean sistemas considerados hasta hace poco obsoletos.
Así vemos una resurgencia en procesos arcáicos. Para dar tan solo un ejemplo, podemos visitar los ambrotipos (wet plate collodion process) evidente en el trabajo de alta calidad presente en los últimos años en la gran fotógrafa norteamericana Sally Mann.
El daguerrotipo y derivados, el regreso de bellas imágenes llamadas calotipos (positivos derivados de negativos en papel) y demás especies que vieron su apogeo a mediados del siglo xix también aparecen en estos últimos años, como contrapeso al “fotografismo” de masas que vemos a diario en blogs de lectores y las millones de imágenes que flotan a la deriva en los océanos del Internet.
El célebre pintor Chuck Close, maestro indiscutible del hiper-realismo en su pintura, en particular su retratismo pictórico, se dejó venir hace unos cuantos años con un libro portentoso de retratos ejecutados por medio de daguerrotipos, esa escuela que diera vida a la fotografía en 1839 de manos de Louis- Jacques-Mandé Daguerre.
Dice Chuck Close al respecto: “No estoy interesado en daguerrotipos por el hecho de ser un proceso de anticuarios. Me gustan porque desde mi punto de vista, la fotografía nunca ha sido mejor de lo que fuera en 1840”.
Cientos de miles de trabajos visuales realizados por orfebres anónimos que exploran la imagen de un extremo a otro del planeta nos ponen de presente que aún la batalla por la imagen no se ha perdido ante el embate de los píxeles y la magna carta del Photoshop.
Para no ir muy lejos basta recordar el éxito logrado hace algunos años por el excéntrico y, hasta entonces, desconocido artista checo Miroslav Tichý, (http://tichyocean.com) autodidacta iconoclasta quien durante muchos años trabajó por cuenta propia en los extramuros del arte fotográfico y vino a gozar de su cuarto de hora pocos años antes de subir a la bóveda celeste de los iluminados.
Sus fotografías captadas a toda prisa con cámaras inventadas de pedazos de cartón, cinta adhesiva y bandas elásticas se expusieron desacralizadas, copiadas en alguna cocina desordenada de la república Checa, rasgadas como estaban por el abandono o la negligencia, en salas de galerías de alto calado en Europa, hace algunos años.
Este curioso personaje hizo de la fotografía un juego personal sin ataduras a escuela alguna, y su visión, contrario al canon o la historia del arte fotográfico le granjeó un éxito inusitado.
Sus fotografías hacen llorar de desconsuelo a los puristas, sus sorprendentes cámaras hechizas, sus increibles retratos (ver para creer, es la consigna) que rinden culto a un vouyerismo sin fronteras pueden ser vistos en su página de facebook, la que aun después de muerto nos lo muestra tan campante como el enérgico caminante Johnnie Walker con su paso firme hacia el futuro.
Todo lo cual me hace recordar la inmortal cita de Mark Twain, al leer en un tabloide neoyorquino, en junio de 1897, un informe apócrifo sobre su propia muerte: “Los informes sobre mi muerte han sido una exageración”