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ISSN 1989-4163

NUMERO 39 - ENERO 2013

Rosa Ortega: Media Vida con la Radio en Vena

Victoria Salvador

Una entrevista sobre el antes y el ahora, lo cercano y lo impersonal, sobre la cultura general por interés y placer versus la anticultura de la digitalización, sobre la lentitud y la satisfacción del aprendizaje contra el cortoplacismo de los resultados rápidos y baratos: ¿qué es el periodismo, sino el reflejo fiel de la sociedad?

Agitadora ilustre y monologuista de solera sin pretenderlo (basta con leer algunos de sus artículos publicados aquí), Rosa Ortega acumula 20 años de radio a sus espaldas. De emisora local de pueblo en 1992 a emisora local de pueblo (Ràdio Barberà del Vallès) en 2012, -gracias a la crisis-, pasando por COPE, Onda Cero, Cadena 100, Cadena Dial y M80. De la radiofórmula con todos sus tics al magazine cultural más cañero con “No són hores”. Se dice pronto.

R. Pues fíjate que... ahora que lo dices, me sorprende que sean 20. O más, porque si hago memoria, tenía 17. Menudo flirteo con las ondas. Ocurre de todo en 20 años. Mi primer contacto con ella fue la emisora local de mi pueblo. Cuna y aprendizaje. Siempre seré una ferviente defensora a capa y espada de la gran escuela que supuso la radio y la televisión municipal durante aquella etapa. Pasé por varias otras emisoras locales hasta que me instalé en una de ellas durante 7 años, y a los 30 me llegó la oportunidad de trabajar en la Cadena Cope. Entre otros, después colaboré con un breve espacio en un programa nocturno de Onda Cero y, finalmente, tres años en Cadena SER.

P. ¿Qué es lo mejor y lo peor de trabajar en radio?

R. La desmesurada pasión y la deliciosa motivación. La razón es idéntica en ambos casos. Lo mejor es lo peor, y viceversa. La pasión y motivación por lo que haces es tan pronto deliciosa como desmesurada, depende del cristal.

P. ¿La radio engancha? Por qué?

R. La radio engancha. Claro que engancha. Demasiado. El concepto en sí es magia. Te encierras en una habitación, se enciende un piloto rojo y hablas. Ipso facto, un señor de Cuenca puede escuchar tu voz. Es increíble. Tu dirás: el teléfono es igual. Y la televisión. No, no lo es. La imagen resta magia, el auricular es frío, tienes que pegártelo a la oreja. La radio permite interpretar. Yo diría que está más cerca del cine y el teatro. O de la canción. Transmite sentimiento. Encierra misterio, y el misterio es magia.

P. ¿Qué elementos debe tener un buen programa?

R. Por ejemplo, un magazine diario de entretenimiento debe tener una estructura básica de contenidos variados, bien dosificados, secciones de intereses diferentes: gastronomía, salud, humor, actualidad informativa, debates, tertulias, entrevistas... Creo que hay que hacer una buena combinación de lo pesado con lo ágil, y mantener fidelidad en horario y contenido.

P. ¿Cuál crees que es el secreto para seducir y mantener fiel a la audiencia?

R. Ninguno. No busques elixir de la juventud, que no lo hay. Es posible que 20 años atrás lo hubiese... supongo que entonces sí, había una fórmula, sabías qué rumbo tomar, por dónde iban los tiros. Pero hoy...hoy es muy complicado. Hemos perdido el criterio como consumidores de todo, apenas somos dueños de nuestros propios gustos personales. La gente no sabe nombres, no sabe títulos, no tiene datos, no le interesan. La sociedad de hoy es pasiva. Consumes lo que te dan. Yo tenía 15 años y sabía de Sinatra, Dusty Springfield, blues, jazz, rock... Leía a Dickens o a Victor Hugo. Asistimos a una generación muy inteligente y sobradamente preparada en tecnología, pero deshumanizada por completo. La mayor desnaturalización del planeta Tierra es que se haya perdido el sentido romántico de hacer cualquier cosa.

P. ¿Cómo ves el panorama actual?

R. No lo veo. Siento ser tan cruda. No sé verlo. Ni siquiera creo que sea desaliento, fíjate. Lo miro de soslayo, desde la distancia un poco. Quizás estoy en otra tesitura. La hija pródiga ha vuelto al hogar: estoy de nuevo en casa, desde hace 2 o 3 años, en la emisora de radio que me vio nacer y desarrollar mi instinto, y a la que agradezco todo lo que he conseguido profesionalmente y llevo conmigo. Las cosas están mal en todos lados, a todos los niveles. Se están cerrando emisoras, prescinden de personal, recortan y recortan... qué te voy a decir, la radio es una víctima más de cómo está el panorama. Lo pasteleros dirán que ya no venden sus pasteles como antes. Yo diré que ya no se hace radio como antes (o no nos dejan hacerla). Tampoco se escucha ya la radio como antes... ni el profesional ni el oyente es el mismo.

P. El periodismo en crisis. Como todo.

R. Esto es el pez mordiéndose la cola. Cuando yo empecé, la gente estudiaba periodismo y hacía las prácticas en medios locales. Se curtían aquí. Hay canteras muy buenas surgidas de emisoras muy pequeñitas y con mucho encanto, y a mucha honra. Era un aprendizaje lento y seguro, enriquecedor, del que te deja una sonrisa amable en los labios como la que yo estoy esbozando ahora al recordar. Pero hoy la gente estudia periodismo y las cosas están tan crudas en todos los sentidos, que eso no es posible: asistimos a un panorama compuesto a medias por la falta de iniciativa, ideas y creatividad de estudiantes, y obstáculos por parte de centros universitarios y de los propios medios locales, que funcionan bajo mínimos. La escuela municipal de radio no existe ya. El graduado de periodismo aprende a salto de mata, presión, mal y pronto, porque así lo requieren las circunstancias, y al mismo tiempo, ya se ha convertido en profesional de la noche a la mañana. En definitiva: no hace prácticas. La falta de personal cualificado y recortes varios de las empresas le obliga salir en antena sin la preparación necesaria, lo que se traduce en baja calidad, pero como las exigencias de todo el mundo son menores (el oyente no exige, se ha vuelto pasivo, y el profesional tampoco, porque no está en condiciones de exigir), así estamos, señores...

Rosa Ortega

 

 

 

 

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