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ISSN 1989-4163

NUMERO 39 - ENERO 2013

Medidas Cautelares

Pablo Miravet

Autor: Anay Sala Suverbiola, Medidas cautelares, prólogo de José Luis Piquero, Barcelona, Rúbrica editorial, 2012. 80 páginas. 12€.

Contención es tal vez el término que mejor define la prescriptiva rectora de los sesenta y dos poemas reunidos por Anay Sala Suberviola (Sabadell, 1975) bajo un título de resonancias procesales que parece aludir al modo en que la autora concibe su quehacer poético, emplazado a caballo entre la poesía de la experiencia vivida –embridada casi siempre por un logos vigilante– y una sensibilidad próxima a lo que en su día dio en denominarse la poesía del silencio. Como escribe José Luis Piquero en el prólogo del volumen, los títulos de las cuatro partes en que está estructurado Medidas cautelares (“Orden”, “Rigor”, “Método”, “Anticipación”) acogen “resonancias muy cerebrales” que reenvían a las cualidades propias del jugador de ajedrez. Así es: la voluntad de precisión y la cuidada estrategia compositiva –articulada, en no pocos textos, alrededor de una base eminentemente endecasílaba– constituyen los dos principales dispositivos que alientan el procedimiento de ejecución de una poesía aplomada en una suerte de lirismo cartesiano en la que el flujo de los sentimientos es domeñado por “la crin de la conciencia” (p. 38) de la autora, por una voz razonante que atempera y templa constantemente la emoción y confiere al poema una textura despojada que lo avecina al axioma, al aforismo, al epigrama, a la máxima o al apunte sumario y lúcido (“La generosidad/ es dar/ por supuesto/ muchas cosas”, p. 21). Esta tenuidad expresiva, presente ya el primer poemario publicado por Sala (Y, turno de réplica, 2009), parece ser deudora del afán de hallar la distancia requerida para poetizar reflexivamente mediante un discurso de cuño diarístico o para dialogar con su interlocutor difuso en los textos que la autora escribe en segunda persona, pero refleja igualmente el “manantial de precauciones” (p. 14) con el que Sala encara la liturgia de la escritura. Una escritura que insinúa y sugiere más de lo que dice o afirma explícitamente (“Ver/ para no creer./ Dejar de ser/ la pupila de un sueño, p. 61), pero que, paradójicamente, aparece a la vez revestida de una recurrente inclinación a la sentenciosidad, tendencia que la autora reconoce con ironía (“Tendré que hacer las paces/ con mi tono interior./ Con mi timbre de voz (…)”, p. 63). Reforzado, en algunos poemas, por la rima consonante, este tono enfático, a veces inquisitivo, dota de frescura a unos textos carentes de referencias espacio-temporales específicas que encaran los temas de siempre –la conciencia del transcurso del tiempo, la perplejidad de ser, la ausencia de sentido, el dolor, el silencio, la experiencia amorosa– desde una perspectiva ecuménica pero íntima, universal pero cercana, abstracta pero familiar, y alejada de bogas y tendencias últimas, especialmente en lo que respecta a la presencia, con frecuencia discreta y tangencial, del yo en el poema. A pesar de que Sala deja alguna pista de sus influencias en las citas que disemina a lo largo de Medidas cautelares, en la dicción de su escritura pueden reconocerse ecos y resonancias de voces tan distintas como las de María Victoria Atencia, Claribel Alegría o Idea Vilariño. La acusada contención del fraseo es, en cualquier caso, la marca diferencial de una autora dotada para el poema de más largo aliento –habilidad que deja  apenas entrever en tres poemas (“El asalto”, “Sobre las vías” y “Líneas de fuga”)– que, por ahora, ha elegido la “Aritmética sublime/ pero impar” (p. 76) de la brevedad y el laconismo para dar cuenta de su disposición a organizar el caos de la existencia plasmando con pericia en el texto únicamente el meollo de sus digresiones.                      
   

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