A Juan Ángel Castaño
Nostalgia de Praga
José Fernández
Si en octubre de 1954 estoy en Praga, seré un espía. Comeré mensajes secretos detrás de las esquinas y lanzaré con el último un avión de papel por tu ventana. Me ocultaré en el armario de tu casa, percha de tu desnudo. Tu ropa interior plegada en los cajones, tu corazón planchado y en calma, con todos los botones abrochados, salvo uno. Al pasar rozaré con la nariz tus medias húmedas tendidas en el baño, tus medias secas, pasaré el día tirando de la puntera reforzada del deseo para que el nylon se adelgace en una línea que divida el mundo en dos y después me quedaré contigo a este lado, a salvo de la otra mitad.
Tu complicidad, ese botón desabrochado a la rutina, será nuestro secreto. Como una carrera en tu media, el tiempo se abrirá paso. Escuchando a la carcoma en el reloj, al trozo de queso en la ratonera, estaré esperando a que regreses. El teléfono sonará cinco veces cada día, como si aún dejara una bala en la recámara. Nadie me verá, ni preguntará por mí. Tú volverás del trabajo y yo encenderé la radio para hacer el amor y nadie sospechará que si bajas la persiana no será por dormir a oscuras, sino por la ansiedad de buscarnos cuando no nos vemos. Te juraré que vendrás conmigo y que tus piernas son un juego de ángeles de bronce.
En el interior del armario ordenaré tus zapatos y dormiré con la cabeza apoyada en tu ropa interior. Si me arañas con las uñas en la espalda, el tigre sangrará. Presa tú al extremo de una cadena, temblaré mientras tiro de la cadena hacia mí. A puerta cerrada, con un cigarro en la comisura de los labios, arqueando una ceja, la mueca de tu sonrisa llenará toda la pantalla cuando digas que no ha habido más hombre que yo. Murmullos y suspiros como lluvia entre las butacas. El carmín de tus labios será rojo sobre el fondo en blanco y negro. No me importará que estés mintiendo si me besas, o que le quites el seguro a la pistola y dispares a mi pecho que, ardiente, siempre espera más.
La sexta llamada. Un enlace estará esperando al final de la calle. Te vestirás con medias negras, tacones y gabardina, porque ya ves que me gusta presumir cuando vas en mi nombre. En la parada del tranvía, como la cruz en el plano de un tesoro, dejarás que el tranvía llegue y que pase dos veces, entonces él se acercará. No te esfuerces en buscarle antes, relájate, aprendió el oficio de la invisibilidad. Te dará el dinero y el pasaporte austríaco, para que escribas en él otro nombre para mí y una dirección en otro lugar. Al hacerlo, sospecharás de pronto que igualas a la mujer que inventó para ti el nombre por el que me conoces.
Después, recuerda que te escribiré siempre a un apartado de correos y en tu cumpleaños recibirás cada vez un zafiro de palabras y cinco flores secas. Puede que pienses que terminaré olvidando el número de tu apartado de correos, que las flores dejarán de ser cinco o que llegarán frescas porque no las habré cuidado hasta secarlas en un libro; pero cuando eso ocurra habrá sido porque el amor siempre deja víctimas de cáncer por el camino.
Hasta la frontera, habrá un círculo de fuego rodeándome. Pero antes, pasaré esta noche en tu casa, oculto en el armario si llaman a la puerta, y aunque sea el lechero, no le digas que en Praga los espías dinamitan puentes en octubre y enamoran a las secretarias de la embajada rusa.