Bajen de sus estampitas coloreadas, de sus biografías regordetas y túmulos dorados. Bajen con sus camisones de luces a mostrarnos el gangoso favor de la conciencia chata en humores y en ridículos de tanto apuntalar techos mustios cayéndose de falsos. Bajen hasta mí, callejuno broncón de poca monta y fáciles gracejadas, señores de almidón, que yo les se sus íngrimas costuras, sus lágrimas parejas, su peluda región incontinente, su garrafa de babas impolutas.
No soy héroe porque la vida me grita sustanciosa y yo tengo responso acumulado a condición de muchos seres turbios: ustedes los magníficos, los sapientísimos, los fuera de canícula, los eyaculadores en páginas-vaginas de oro, los bárbaros ustedes a quienes Dios pide fiada la brillantina azul para acicalación pertinente de sus rizos. El cielo donde ustedes madrugan la entrepierna ha sido siempre origen de ostias blandas en lo que corresponde a los invernaderos egorréicos, que por lo mamotreto, lo-cosquilla-en-el- trozo-espinal-bajo, no es sino purulencia estacionaria en el rincón donde los castos masturban sus doncellas esperando convertirse en moneda de concurso vertiente para premiar con múltiples diademas y agujas tejedoras, al manifiesto virgen imponente en su impotencia.
De tanto traficar palomas blancas, laureles, fortaleza, amores contenidos, han reventado el saco de la piel y andan buscando ahora con remiendos y puntadas flamígeras la vecindad negada por el cuerpo: esa que aspira nalgas de ángel, suspira genitales incorruptos, pero al final respira siempre alones enconados.
Cuando ‘héroe’ asoma mirada proverbial sobre trincheras de anónimos nosotros, erige sombras y espejos fratricidas, pulimento a galones donados en batallas postmortem templadas en la anemia del conejo emergente del bombín encantado tras páginas vacías de magia o de milagros: el mago ha sido siempre un guante solitario, pañuelos-pañuelos-pañuelos anudados, cajas de doble fondo; en resumen historiador furtivo saqueando alacenas de sueños compulsivos.
El ensueño, ocioso Brigadier de héroes necesarios para seguir soñando documentar la herencia inmortal: sin ‘héroe’ no existe Dios-imagen-vecino-semejanza. Héroes para inventar el cuerpo y atributos varios de Dios entre nosotros. Si existe adversa población héroes son ellos: a cualquier entusiasmo puesto en ganas de ser sin compromiso estos ebrios históricos oponen su cartabón de formales obligaciones, que a sangre han de llegar en su caballo plomo-tinta-relincho-blanquecino a cumplir destinos sin solicitud de entrega generosa.
Magnánimos elucubran papeles ademados de luchas somnolientas para la vida hormiga sin color de comunes subsidiarios, que sólo aspiran a respirar su nada en multitudes, cargan sin permiso sótanos pesados, soliloquios de orate, miradas putrefactas, coronas orinadas de glorias que nadie ha pedido recordar: la conciencia inventada, reinventada, reescrita a cada paso, rumiando imágenes desahuciadas en memoria del olvido rencoroso que no deja emerger lo cotidiano, lo fluyente natural, los paños simples de la multitud representada en actos de tan ridículos heroicos, la multitud que no ha pedido ser comprimida porque sola y sin voz vale muchos héroes, no digo cuantos, no, la estadística: alimento falaz de tales dechados de calor sobrehumano de vidas de oro y / o plomo y muertes de bisutería.
Los héroes, los héroes redivivos protegiendo las plazas (antes llenas de gloria fraterna) de cagadas de pájaros y escupitajos de señores celestes.
Gloria a quien usaba sombrero alón y huaraches y los cambió por brillantina de marca y zapatos bien confeccionados.
Gloria al humilde que se la pasó hablando de sí mismo para que todos aprendieran a cambiar el abrazo solidario por el puño solitario, dejar de ser multitud, convertirse en apuestos seres de comercios históricos.
Gloria al figurín/ tinta de todos los retratos.
Gloria al mulo que cuando hizo el amor se amó a sí mismo en cadena nacional y fue aplaudido hasta las lágrimas.
Gloria al campeón individual de salto de obstáculos en volandas.
Gloria al más grande reciclador de cenizas.
Gloria al náufrago mayor.
Gloria al corazón desbordado que inmortalizó actos compasivos en la persecución del sueño nacional, pero dejó morir de pulmonía a su madre en una azotea de sonámbulos.
Gloria al devoto de ideologías perronas que murió atropellado por un triciclo conducido por un niño Down.
Gloria a quien electrizaba el aire con su voz y terminó en el árbol más alto inventando pararrayos que lo protegieran de la elocuencia del gangoso.
Gloria al paladín de todos los milagros...
Los héroes de todos los días, de quien soy uno de tantos emisarios, pues yo mismo pertenezco a su clan desenfadado, chusco, de filones en la lengua, compromiso al dos por ciento diluido en diversos entusiasmos comunes, como reír a cualquier riesgo de llanto, ser feliz con lo poco que el río deja en la resaca, dilucidar la suerte en un sencillo juego de dados anémicos de suerte, dormir hasta muy tarde con la seguridad de que la vida provee su sustento en un buffet eterno donde siempre se encuentra la vianda merecida, y que el merecimiento es cuestión de sorteo predispuesto, o sea muévete / muérete lo mínimo para no descarrilar el tren cíclico, dejar pasar el viento y los milagros para que la oportunidad vaya acercándose, dejar vivir para alejar la muerte suprema del alma en retroceso galopante al vacío, consustanciar los sombríos ecos familiares con el arte fugaz de la improvisación: nada está preparado todo fluye gratuito, sigues mintiéndote en tu oficio de rehuir deudas de ombligo, sin libreto, sin acuerdos. La existencia tiene el color perfecto exceptuada de la formalidad, libre de culpas y líquenes sociales. Señor héroe de calendarios, los parias en mi boca te saludan por tus cuatro costados desde el diván mullido de las fechas absueltas. Héroes al por mayor, héroes de todas las edades, ascendidos del fango a cúpulas doradas en mensajes de redentor crucificado, plan maestro de poderes sin rostro, reducción sacrificial al mínimo de la plétora actuante, ejemplo desangrado para el que ose retar carámbanos capitales con fiebres de hombro a hombro. Mira en ojo cuadriculada muchedumbre a tu adalid hidrópico en su bronce. No es orgullo, no, sino vergüenza tu vanguardia mostrando congelado el trasero en una plaza, el gran brazo peleador enjuto en anuncio de sombras. La muerte ocurre allí en los monumentos y todo el que se mire en tal espejo ya es paredón ya es polvo ya es cemento, aguardando espacioso el conjuro de los ángeles. Los santuarios han quedado vacíos en sus nichos cuando algún ignorante de esos cuyos responsos no miden santorales lanza volutas de sentido común en el rostro craquelado de sus justos de urdimbre.
Bienaventurados los suspicaces porque de ellos es el reino de los suelos. Falsos ídolos merecen adoración sólo en verdes campos de fútbol convertidos en trofeos que señalan la primigenia vocación del hombre: caminar, correr, tras fustes de sospechoso empleo y patearlos, patearlos, patearlos, hasta comprobar materia y ánima escondidas, que disputan la redondez de una metáfora: Vida.
Y si de ánimos celebratorios para correr el año se trata, no alcanzan intersticios seculares, población planetaria conjunta, nudos videntes, intestinos desdoblados para rodear el grueso de los héroes. Diez jabatos por cerebro cuadrado. Reducto. La raza del apremio premiado, en resumen: muchos gerifaltes en barata de atributos, paradoja, adalides en jauja para apoderar la muchedumbre. Las calles sin ustedes, cifras direccionales, historia muda en tenis azufrados (calle callada, múdame de mi alado favorito para pagar el trago amargo con pedos inodoros- incoloros-insípidos, múdame de modo que no se sienta el año de los pasos pasivos, un paspás que sea menos que ps ps, múdame bien medido en dados dodecafónicos sordos por la mímica de la afonía mudable, múdame y que no haya color / calor en las cúspides canoras). Porque los pasos empecinados son héroes de bulto trasterrado, obligación senil para quienes no han tenido batallas que alumbrar y ven al cielo y encuentran sólo Dios por todas partes fatigado de espejos.
En lágrimas de piedra, los monumentos son hábitos de tan polvo negadores incólumes en columnatas anestésicas, de tan fijos espejos-lupas hartándose de sol/ hartos de sí mismos. Desaparezco mas perduro en la convexidad desemejante. Tanto Dios desmesurado (palmo de hombre, altura grande de hombre, nunca Altísimo) cifra la pequeñez no descifrada de Dios, el ninguno, el inmenso en su no estar omnipresente. Tanto dios y no tener a Dios en la mirada al ver el cielo o más bien elevación abovedada en interpretación no reflexiva: sótano de sotanas laicas sin azogue suficiente para ascender imágenes que vuelvan endiosadas: Tanto dios en la vela del espejo velado.
Y ahora, mal soñados hermanos, succionemos el polvo de este monumento:
Tu ahijado erige una conjura para derretir tu bronce. Abstente César del soponcio en la hondonada de la plebe, inventando garúas insensibles al fárrago terrestre que no quiere ser río y se sustenta piedra lustral. Escóndete de los Idus de Marzo en la túnica de Marco Junio ansioso de poblar sus horizontes en la muerte del tótem imperial. Tú que no atiendes sueños de mujer amorosa, oye su pesadilla protectora y piérdete en la muchedumbre. Llena tu infalible (inflable) figura de hedor de catacumbas. Será vago tu metal, tu pecho engalonado será opaco, tus sandalias doradas habrán pisado tierra de salvación. Déjalos con su tono de trono falso en las escalinatas de su sol de estampa. Sé hombre, acobárdate diciéndoles “su César ha cesado. Guarden los metales, dispersen su ira en el viento de todos quienes soy después de mi valiente flaqueza”: huye César por el amor de Dios. Ya estoy harto de tu ajuar de coctel, de tu mirada sin cejas planeando devociones y testas inclinadas. Camuflaje del tiempo, mano seca, deja ya de señalarme con tu cetro oxidado, déjame equivocarme siguiendo el polvo vivo de todos los caminos.