DEL ARGA AL BIDASOA (PAS(E)ANDO POR EL SENA)
(Catálogo de la exposición De boca a oca/Bizitzaren antzara-jokoa, de Javier Mina, Centro Cultural Koldo Mitxelena Kulturunea, San Sebastián/Donostia, 2009-2010.)
“Con sus rarezas de anciano, con sus arrugas incontables, con sus recuerdos confusos o barajados por la edad y, sobre todo, con su viejísimo tablero de la oca, erosionado en los bordes, con la pintura cuarteada y pidiendo a gritos ir al contenedor de la basura.”
Marta Zafrilla, Mensaje cifrado
“He oído decir que igual que los cuentos tradicionales,“ el juego de la oca” representa una determinada idea de la vida; que es una descripción de los trabajos y los días que nos toca pasar en este mundo, una descripción y una metáfora.
Esta idea la puede ver cualquiera que recuerde el tablero y las reglas del juego, porque tanto el tablero como las reglas enseñan que la vida es fundamentalmente un viaje lleno de dificultades. En este viaje intervienen a partes iguales el azar y nuestra voluntad; un viaje en el que es posible avanzar con dificultades y si los dados -los hados- son favorables, es posible llegar bien hasta ese estanque final. Allí nos espera la Gran Oca Mayor.
Lo mejor para el jugador que va de viaje es caer con su ficha en una de las viñetas que llevan oca y tirar porque toca; y seguir avanzando.
Lo peor, en cambio, es caer en viñetas como la cuarenta y dos -la del laberinto- o en la cincuenta y dos -la de la cárcel- o en la cincuenta y ocho, que es la que lleva la calavera. Caer en cualquier viñeta de esas tiene como consecuencia un retraso en el camino o la terminación o el abandono.
Diré de paso que no es una tontería que el juego-metáfora del que estoy hablando utilice la oca y no cualquier otro animal. Y es que la oca sabe andar por tierra, sabe andar por el agua, sabe andar por el aire. Por eso es el animal que la tradición ha elegido como símbolo de la sabiduría de lo bien hecho, de la perfección.
El mensaje del juego es, por lo tanto, tan simple como difícil de seguir. Se trataría de hacer bien las cosas, día a día, oca a oca; solamente esa continuidad conseguiría la sabiduría y la perfección finales.”
Bernardo Atxaga, Obabakoak. Ed B. (Texto adaptado)
“Pero la hipótesis que más estupor y también más interés provocó desde sus inicios fue la que atribuía la invención del juego a la Orden del Temple. […] ¿Se escondían detrás de los puentes, las ocas, la posada, el laberinto, la cárcel o la muerte, algunos elementos simbólicos de inquietante interpretación? […] En síntesis, ¿qué era el peregrino que iba a Santiago, sino una pieza que iba avanzando casilla a casilla, de monasterio en monasterio, de posada en posada, buscando la meta última: la catedral de Santiago?”
Marta Zafrilla, Mensaje cifrado
“El tema central de estos ensayos soy yo.”
Michel de Montaigne, Ensayos
Es cosa sabida que el juego de la oca imita a la vida por cuanto tiene de rito iniciático simbolizado por el devenir de un ave que nada, vuela y anadea, pero la novedad, aquí y ahora, radica en que —parafraseando a Óscar Wilde (¿o era Wilde-Inclán?)— la vida, al menos así lo quiere el escritor y artista navarro Javier Mina (Pamplona, 1950), imite al juego de la oca haciendo corresponder a las 63 casillas otros tantos años de su vida, en una obra totalizadora que, parafraseando la recentísima La historia del mundo en 100 objetos de Neil Mac Gregor, bien pudiera titularse La historia del Mina en 63 objetos.
(HISTORIETAS Y) MEMORIETAS DE UN (BUEN) HOMBRE DE ACCIÓN
“La oca es el juego más hermoso y más completo que se ha inventado. Es como un camino, y los participantes van recorriéndolo en dirección a la meta. Te encuentras ayudas, obstáculos, golpes de buena o mala suerte. Un poco de todo, como en la vida. Y, además, nadie pierde. […] Quienes llegan al final no perjudican al resto de los participantes. Cuando yo me muera, tú seguirás vivo. ¿He ganado yo, entonces? ¿Has perdido tú?”
Marta Zafrilla, Mensaje cifrado
De modo que De boca a oca es la peripecia de un hombre que llegado a la atalaya de los 60 vuelve la vista a la serpiente multicolor que recorre las etapas, metas volantes y avituallamientos de su vida, trazando la espiral de su memoria —juego en espiral de la información del genoma— desde las circunvoluciones cerebrales, quizá porque ésa sea la imagen geométrica, por antonomasia, de nuestra existencia —como el CETME de la mili que, a decir de un teniente, tenía “un dispositivo ad hoc, o sea en espiral”—.
Y lo hace saltando de una a otra de sus dos grandes aficiones –literaria y plástica—, pasando de puente a puente —y me tiro porque me lleva la corriente (del río que nos lleva)—, mediante un tablero —exposición y catálogo— que funde en autobiografía, como en una sinestesia, los fetiches y objetos simbólicos de su periplo —obra gráfica— y los textos hiperbreves que constituyen el correlato literario de este álbum familiar. Ut pictura, poesis, en fin; y, en virtud de la propiedad conmutativa, Ut poesis, pictura. Pues De boca a oca es una exposición que cuenta Las cosas contantes —y sonantes—.
Pues bien, desde los humildes juegos infantiles de postguerra en una ciudad levítica rescatados por el coleccionista —¡ay, la frustración del aleph provinciano en aquella transparente bolsa de juguetes en la epifanía de un zaguán de la C/ Zapatería…!— a los poemas visuales y objetos imposibles —con reminiscencias de la obra de Joan Brossa, la fotografía de Chema Madoz, los artefactos de Nicanor Parra o las cajas de Eduardo Millán o, remontándonos a las fuentes, de los ready mades de Duchamp, Mannekenpis conceptual—, pasando por sus dibujos y tebeos —reserva natural del libro-cambismo en la España de la autarquía—, la pintura —como su reciente imprevisto desembarco en la acuarela de Paisajes imprevisibles— y los cómics de un guionista de historietas—Los apaches de París y/o sus tándem con Osés y Resano en Makoki o El Víbora— que evoca, de memorieta, sus andanzas con guión (Word) e ilustraciones (iconos) propias.
Y es que ilustración, en su doble acepción de tarea gráfica y cultivo de la Razón, es la síntesis de la obra de Mina por cuanto que, desde su punto de arranque científico, ha ido recorriendo prácticamente todas las casillas de las humanidades, del teatro juvenil —Necrosis o Pan, escrita a los 17 años, a pesar de ser autorizada sólo a mayores de 18 en la clasificación moral de la época— al ensayo de madurez, premiado con frecuencia —Las camas Emma, o sus reflexiones sobre el poder totalitario, como Tigres de papel, El ojo del cíclope o La mirada fósil, en una galería panóptica que mete el dedo en el ojo del puente que puentea el fluir natural de las libertad—, pasando por la traducción —todo Ubú—, los tres cuartos al pregonero —de Pamplona (48)—o la colaboración en el periodismo de opinión —de Egin o El Diario Vasco a El País—, la agitación cultural —de las revistas Literatura o BiTARTE, pasando por el Ateneo Guipuzcoano, a mentor de las “Jornadas sobre la Antigüedad” (San Sebastián), en honor a El cipote de Aristófanes (se podría decir de la crónica que le valió un despido de la prensa, parafraseando a CJC)—, por no dar a la moviola del guión de El Quijote de Orson Welles (de Cervantes & Mina).
Una actividad humanística, sin embargo, que no ha descuidado jamás el compromiso con la sociedad, desde el activismo proletario de inspiración marxista de su juventud a la defensa de las libertades democráticas en una plaza tan rocosa como San Sebastián, gracias a su implicación en plataformas y movimientos ciudadanos que pusieran freno a la espiral de la violencia que es ese juego peligroso —juegos de guerra— que salta a la pata (coja) de ganso del pacifismo al paso de la oca —antzara, en su versión local— del nazional-socialismo vasco —caída en la casilla (celdilla) de la cárcel, condenado a diez años y un día (1990-2001) sin tirada editorial, y encerrado en la “Cárcel de papel” por los cómplices de los presos terroristas de (la) Eta, y ello sin salirse de sus casillas—.
PAMPLONA-SAN SEBASTIÁN, IDA Y VUELTA
“Así, se dice que el puente representa Puente de la Reina, el lugar donde se unifican todos los ramales del Camino de Santiago que vienen de Francia…”
Marta Zafrilla, Mensaje cifrado
“¿Y a qué dedica el tiempo libre?”
José Luis Perales
Y ello, por último, por haber encontrado la casilla de la Posada —parada y fonda— en San Sebastián, arribando a buen puerto tras una peripecia que desde su Pamplona natal lo llevó, tras un itinerario geográfico no euclidiano con paradas en Rennes y París a sentar la cabeza —y las posaderas— en el Paseo de ¡Francia! de Donostia, ciudad de donde, cada vez con más frecuencia, se remonta a las fuentes de sus orígenes —como en su más reciente exposición Autocacharrería (2012)— en un itinerario Pamplona-San Sebastián ida y vuelta, réplica a escala —en miniatura— del de otro navarro, Javier —evangelizador del Asia oriental—, que él repitió —viaje miniado— bitácora en mano.
Apuntes de la vida íntima, pues, de un señor particular que, como en “la escuela de los anales” de Francia, escribe y dibuja su viejo cuaderno ilustrado de viajero —al igual que tantos y tantos juntaletras y pintamonas—, con las evocaciones de unos amigos perdidos y las amigas desaparecidas —asignaturas pendientes (“Estilística” o “Análisis literario”) ligadas a otras tantas aventuras sentimentales—, entre viñas y viñetas, entre cubas y cubiletes, cuyas —tiras (cómicas) y— tiradas de dados cantan esa —jacques— monodia biológica del “azar y la necesidad” —por no decir el azahar y la necedad—, en el juego de una vida que transmutará las afinidades electivas en finalidades selectivas.
VIDA VIRTUAL VS. EL ESTANCAMIENTO DE LA VIDA
Sin embargo, y a diferencia del novelista —que aspira al punto de vista del más allá de la muerte que es todo desenlace: “Morir es trocar nuestras opiniones por un punto de vista” (Daniel Pennac, Señores niños)—, Javier Mina, como memorialista, se sitúa In the road y mira hacia atrás desde una barojiana “segunda vuelta del camino” , que en su caso particular es la casilla 60, contemplando las vueltas y revueltas del recorrido, derrotes y derrotas del viaje —“avatares y envites”, lo subtitula Fernando Golvano en su prólogo “Laberinto de microcosmos. Breve merodeo…”—, o vericuetos y recovecos del “Museo provincial de los c/olores” —parafraseando a Molina Foix—, esquinas y/o rincones de la almoneda de la vida en “La negra provincia de Vadutz” —por remedar a Sánchez Ostiz—, rastros y trastos del chamarilero del alma —acaso Andrés Trapiello—, sentando la cabeza en la evocación de la elegía “por un corazón solitario” (casilla 58); antes de anticipar, de forma virtual, las casillas de un futuro hipotético—éste desde el que leemos hoy, en el quicio entre 2012 y 2013, su escritura de anticipación—, las de la espuela —de propina, con la fecha caducada, reservorio para el porvenir—, el post y la post-data donde entonar el mea culpa —“el que tiene oca se equivoca”— y cantar la palinodia —“por la oca muere el pez”—, hacer el elogio de la aurea mediocritas y el inventario de lo que pudo haber sido y —no— se fue, en el desván de la 62 , ya “en las últimas” (casillas), en esas que cuela “de Matute” —topónimo del panteón de la oda a su vida retirada y afortunado golpe de dados (que jamais n´abolira l´hasard) del dado a dado y tiro porque me ha tocado—, superada la regresión al Cero de la casilla de la Muerte (58) por persona interpuesta, curándose en salud a base de no seguir dieta alguna —¡y que a la agenda la llamen los pedantes dietario!— y de beber más que un saludador —curandero por la palabra con receta propia: ¡Salud!—, post-scriptum a uno más de sus libros de artista en vísperas del viaje al Gran Humedal de la/los 63, al paraíso terrenal —de los campos elíseos—de la Oca, al cielo de los gansos capitalinos, remontándose hasta las fuentes —¡al agua, patos!— de la memoria y el olvido de los clásicos grecolatinos —sus dichosas Jornadas dichosas, cuando ya por esas cosas de la edad la prueba iniciática va quedándose solo en “-ciática”—, rumbo a la laguna Estigia en la barca de Caronte —¿o es en la patera del río Aqueronte? ¡lArga vida a Javier!—, el estanque de la oca que nada, vuela y anda, deslizándose en esos tres elementos —tierra, aire y agua: “siempre han respondido bien [los pies] al saltar y al correr, amén del nadar” (44)— a los que Javier Mina —que es la reoca: “Recuerdo haber perdido trenes, barcos y vuelos”— añade el desfogue del ardor guerrillero y la fogosidad del Fharenheit 451 —vade retro! contra la censura en el vademécum de Vadutz, territorio imaginario de ese catálogo de juguetería de casa Brentano que es “de boca a oca”—, en el definitivo golpe de dados —la anda/nada— que precede al estancamiento de la vida en la nada —de nada—, en la gloria —o glorieta— de la sabiduría, esa rotunda rotonda minada y grafitteada del 62 —¿modelo para armarla?—, el trampantojo de la C/ Astiz y Mina, 63, casilla de salida desde donde partir en la nueva partida de otra singladura.
LABERINTO DE FORTUNA: HAY MUCHOS LABERINTOS, PERO ESTÁN EN ÉSTE
“Me encontraba en un laberinto y, durante los primeros angustiosos minutos, llegué a pensar que no existía salida, que en su interior, todo eran pasillos, puertas cerradas, muros altos y esquinas ciegas que conducían a otras esquinas. […] Pero luego acudió a mi memoria la explicación que me dio el abuelo cuando caí en la casilla 42.
—¿Conoces la historia del laberinto?
—¿De qué laberinto? –pregunté.
—Ya veo que no… El laberinto de creta, el hogar del Minotauro, un monstruo que era mitad toro y mitrad persona.”
Marta Zafrilla, Mensaje cifrado
“Un laberinto es una casa hecha para perderse.”
Jorge Luis Borges
Laberinto humano individual —¿laberinto de pasiones? — dentro del laberinto social y urbano —¿el laberinto de las aceitunas?—, la oca —que busca encontrarse consigo misma— tiene su puesta en abismo en el Laberinto (casilla 42) —cuyo hilo de Ariadna fuera la revista BiTARTE, que acaba de expirar este año 2012 al alcanzar su casilla 54: callejón sin salida BiTARTE: Calle (,) BiTARTE, s/n, s/p (sin página/sin papel/ simpa)— que devuelve al jugador a la casilla 30 —previo al pozo de la docencia de Lengua en la Enseñanza Secundaria, “en mitad del camino de su vida”, y del que sólo lo puede saca a uno el nuevo sustituto —, De boca a oca constituye un seMINArio itinerante de estudios minoicos, el breve y lacónico laberinto de Minos —“Minos es más”, parafraseando al arquitecto minimal Mies van der Rohe—, almáciga o semillero de ominosa hybris —por cuanto tiene de exceso del héroe jugador trágico y de unos juegos hybri(s)dos de grafomanía e iconografía —¿iconografomanía?—, en el plano del falansterio de celdillas o zulos a/dos/a/dos en el tablero, alzado a montaña rusa en 3D y que se materializa en la helicodal del tiempo, en el serpentín del resorte de una creatura que asomara de esa caja de sorpresas de Pandora, en la montaña rusa —tirando ya a montañita suiza— de las vueltas que da la vida, en un juego de construcciones —de personas equívocas y demás rocas: puentes, pozo, posada, laberinto o cárcel—, en creación hologramática de la exposición portátil —cartapacio de imaginería y portafolio de confesiones en caligrafía castellana llana— que es esta miscelánea que llaman catálogo, tamaño pasatiempo —un rompecabezas en 4D— que va de casilla en casilla, desde el golpe de/dos dados del Nacimiento —los padres no son los Reyes, sino el cruce genético de unos cromosomas dados— , hasta el enésimo número —de circo— de ese salto mortal sin red que es quitar ya el cuidao, para volver a empezar —“vivir es ver volver”, dijo el hoy tan denostado Azorín—, de vuelta al “Jardín de las ocas” —a los verdes prados del Edén—, jubiloso, al Éter, Virgilio tras el Regreso de los infiernos —microcosmogónico viaje a la semilla de La muerte de Virgilio, de H. Broch—, otra peregrina fábula de un peregrino en su patria, estrenando de nuevo el palimpsesto del álbum de cromos en que ir dejando el reguero de sus huellas —pisadas, suelas (44)— , las marcas de agua de sus signos como ex libris de librepensador, en este renovado juego foucaultiano de “las palabras y las cosas”.