En Ética para náufragos, el siempre brillante José Antonio Marina habla de “ética precaria”. Un concepto intranquilizador, eso está claro, pero que a tenor de experiencias personales recientes (¡socorro!) debo decir que se queda muy corto. Experiencias personales que se suman a estar ya instalada en la cuarenta, esa edad en la que, año arriba año abajo, una/uno empieza a descubrir el reverso del tapiz que conforma la vida, del que hasta entonces sólo había visto la cara (Schopenhauer).´
Está claro que esa ética precaria, sin duda reina del carnaval de la actualidad (con su apego al poderoso caballero don dinero, su afición a la diversión sin límites y su estrecha visión de la existencia), sustenta sobre sus frágiles patas las normas tácitas de una convivencia cada vez más ardua, que día a día debilita los lazos que debieran unirnos para hacer de los engranajes que son las sociedades máquinas de impecable, o cuanto menos correcto, funcionamiento. Esta ética descafeinada preside pues nuestras vidas y las “precariza” cada vez más, convirtiéndolas en un sucedáneo patético de lo que podrían ser y no son.
Desaparecida casi por completo la noción de fraternidad (término ya en desuso) y sustituida por una mal entendida tolerancia (que consiste en dejar respirar al que es distinto siempre y cuando no nos eche su pestilente aliento a la cara), mercantilizado el altruismo hasta la náusea, ahora que para muchos la supervivencia está garantizada, la lucha sin cuartel por salir airosos parece paradójicamente más encarnizada que nunca: dormimos bajo techo, comemos tres veces al día e incluso gozamos de vacaciones pagadas, pero no dejamos que nadie nos arranque ni un instante de felicidad, ni un momento de placer hedonista. ¡Viva el egoísmo sin límites, arriba el carpe diem!
Pensar en la posibilidad de hacer algún esfuerzo más allá de acudir al trabajo veinte días al mes nos pone los pelos de punta… ¿Dejar de ir a un concierto porque una amiga se haya separado y ande alicaída? ¡Eso nunca! ¿Perdernos una cena porque asiste la ex de un amigo con quien no se ha portado nada bien, es más, con quien se ha portado como una cerda? ¡Jamás! Nosotras/os estamos por encima de esas pequeñeces y no dejaremos de rellenar nuestra agenda ni aunque se hundan nuevamente las Torres Gemelas. Es más, ya pueden volver a hundirse que por nada del mundo le negaríamos el saludo a alguien que nos interese por mucho que haya sido acusado de pederastia, estafa o mismamente de terrorismo.
Adalides de esta nueva realidad cuajada de egoísmo, los individuos carpe diem no pertenecen sin embargo necesariamente a la cuadrilla de los yoístas (aquellos que cada dos palabras dicen yo y sólo hablan de sí mismos), sino que exhiben por lo general un perfil mucho más bajo en lo que al concepto de sí mismos se refiere. Ni siquiera hinchan el pecho cuando admiten tomar copas con maridos infieles o cenar con amigas que han traicionado descaradamente a sus mejores amigas. Mi reciente experiencia personal (¡les juro que para olvidar!) me dice que se trata de gentes mediocres a quienes la vida regala pocas emociones, que acaso en la subversión ética hallen instantes de heroísmo cutre y roñoso con el que distraer sus grises días. Tienen también otro rasgo en común: practican lo que yo llamaría “la realidad no va conmigo”, es decir, ejecutan más hábil o más torpemente la técnica del avestruz cuando entierra la cabeza en el suelo. Son criaturas pusilánimes que se tapan las orejas y tararean alguna canción para no oír lo que no quieren oír. Lamentablemente para ellas/os, la realidad les pillará con el culo al aire y no quiero ni pensar lo escocidas/os que saldrán. Tiempo al tiempo.
Debo añadir que la gente carpe diem se está convirtiendo en una epidemia. Cada vez son más y cada día que pasa defienden su inmediatez de una manera más descarada. Largos siglos de disimulo e hipocresía se han visto sustituidos como por ensalmo por una desfachatez que pone los pelos de punta: ¡si ya nos quedan ni las ganas de quedar bien, ya no nos queda nada!, se dice el Pepito Grillo que habita en mi conciencia… El desparpajo a la hora de putear al otro barriendo para casa alcanza cotas altísimas. Ya no son necesarios subterfugios como “es que tu ex me da pena…”, “yo por mí no quedaría, pero ha insistido tanto…”, “en realidad pienso igual que tú, pero claro, qué voy a hacer si me la encuentro en el gimnasio”… Ahora las jugarretas se hacen a la luz y sin disfraz, sin atisbo alguno de remordimiento.
Sucede que, como es lógico, dejándose mecer por la deriva solipsista, afiliado a la corriente del hedonismo psicológico y alejado de cualquier paideia, el individuo carpe diem no ve más allá de sus narices y sus intereses: alrededor se extiende un campo yermo donde las figuras de los demás se mueven como en la alegórica caverna de Platón. Carentes de cualquier capacidad de interpretación, dichos tipejos y dichas tipejas sucumben pues al más necio de los hoy y ahora y se refugian con altivez en el “que me quiten lo bailao”.
Ni que decir tiene que la ingratitud y la mala memoria son primas hermanas de este egoísmo llevado al paroxismo, y que en la falta de lealtad que estos individuos exhiben para con algunos anida en lo más hondo simplemente una incapacidad congénita para mirar las cosas de frente y actuar en consecuencia. Cobardes es lo que son, y no otra cosa, quienes actúan mal a sabiendas de que lo están haciendo mal y a cambio de un puñado de monedas (cenas, fiestas, excursiones y fines de semana en la nieve). Pan para hoy y hambre para mañana, eso está claro. Cobardía y vagancia a partes iguales, pues de haraganería hablamos cuando la necesidad de tomar posiciones (aunque sean incómodas) es sustituida por esa descansada opción de dejarse mecer por el viento más favorable. ¡Ah, que sabio aquel Pessoa que dijo: “El hombre es un egoísmo mitigado por una indolencia”!
Que nuestra realidad más inmediata, atacada por todos los flancos, se vea también acometida por la intranquilizadora actuación de estos individuos rastreros y medrosos (dedicados a infligir dolor, aunque sea en pequeña escala, a los individuos que no somos como ellos) no es más que una constatación más de su actual resquebrajamiento. NUEVO PROPÓSITO PARA EL 2012: ¡Huir como de la peste de la gente carpe diem, es contagiosa!