Hace casi cuarenta años un grupo de jóvenes nos agrupamos frente a una serie de imágenes que Fernell Franco mostraba al público en una casona colonial del centro de Cali llamada Ciudad Solar, para admirar su primera exhibición fotográfica.
Sobra añadir que quienes presenciábamos la ópera prima del gran fotógrafo colombiano andábamos a medio alucinar mirando sin poder comprender el alcance de lo que teníamos enfrente: una serie magistral de retratos de prostitutas a manera de retablos, de dípticos monocromáticos de indefinible tristeza. Aquello fue el inicio de una carrera que desde temprano dio muestras de una sobriedad artística que el tiempo habría de confirmar.
Las imágenes tomadas en la zona de tolerancia, La Pilota, del Puerto de Buenaventura, eran de una familiaridad sorprendente y sin embargo estaban retocadas por un claro sentido de historia.
Para quienes crecimos viendo prostitutas en los barrios del centro, vouyeristas a toda prisa, mientras íbamos y veníamos de la escuela en aquella época, éstas representaron la cara osada de algo que nuestros padres siempre nos advirtieron de evitar: las mujeres de la vida, las putas; seres intocables y que ahora el fotógrafo ponía en el pedestal de plata de la imagen para que las examináramos sin pudor o admiráramos secretamente.
No eran estos rostros los monstruos de la sífilis que teníamos a la vista, eran seres de carne y hueso que se dejaban fotografiar en el ambiente miserable de sus cuchitriles y se enfrentaban a la cámara, a nuestra mirada ávida, con una cierta ingenuidad que no dejaba de sorprender.
Las fotografías de esta serie (1972) son de una factura diferente a las ya famosas del fotógrafo norteamericano E.J. Bellocq, tomadas en Nueva Orleans a principos del siglo xx, pero están esencialmente emparentadas de origen. Las de Bellocq han sido mutiladas, en gran parte para enmascarar la vergüenza del pecado; las de Fernell miran de frente y se dejan fotografiar junto al artista con sincero desparpajo.
Es una lástima que Fernell Franco no haya visto en vida el triunfo total de su talento. El artista falleció el 2 de enero de 2006, justo cuando su obra había empezado a ser reconocida y exhibida por prestigiosas galerías en América y Europa. A pesar de la inmensa humildad que lo distinguió en vida, estoy seguro que ahora se sentiría orgulloso de ver su obra admirada en las paredes del Museo Nacional de Arte Reina Sofía en Madrid.
No es aventurero afirmar que la modernidad se establece en la fotografía colombiana de la mano de Fernell Franco. Nuestra historia artística fotográfica perteneció eminentemente al retratismo y a manifestaciones naturalistas que correspondían al coletazo de influencia con que había finalizado el siglo anterior.
Fernell Franco llega con una visión limpia y libre de prejuicios de academia a declarar patrimonio fotográfico aquello que nuestra inhabilidad de abstracción nos mostraba tan sólo como un montón de ladrillos derrumbados. Habíamos comenzado a ser atropellados por el paso avasallante de la supuesta modernidad urbanizadora que como una aplanadora gigantesca se yergue imponente en la segunda mitad del siglo xx.
Nuestras ciudades cambian de repente, la arquitectura colonial desaparece de los grandes centros urbanos y se producen las expansiones hacia la periferia, al tiempo que el narcotráfico se instaura paralelo a moldear otras facetas de una ya apaleada cultura.
Fernell Franco profundiza sobre lo cotidiano para demostrar esclarecido el significado de aquello que se nos escapaba de las manos: la realidad ignorada que él tuvo incalculable valor de preservar visualmente para la posteridad.
De su obra fotográfica rica en aspectos localistas en su ciudad, Cali, sobresalen la serie “Galladas”, definición en el habla local de pandillas de jóvenes; la serie “Bicicletas” y las de “Interiores” y “Billares”, antes que éstos fueran borrados para siempre de la cultura local.
“Galladas” es una exploración de ciertos aspectos de la vida de barrio en los años setentas, donde muchachos de clases populares aparecen en lo que semeja un eterno domingo en esquinas polvorientas, con sus mejores prendas, los pantalones de bota acampanada, los zapatos de plataforma estrafalarios y pobremente importados a su medio y la actitud en los rostros que dejan entrever la auto-suficiencia propia de la adolescencia y una timidez entre lánguida y dulce.
Son imágenes que pertenecen a un pasado olvidadizo en la memoria de una ciudad con una muy corta capacidad de mirada retroactiva.
Lo que ha causado gran impacto en Europa y Estados Unidos es indudablemente la serie llamada “Amarrados”, proyecto fotográfico realizado en los mercados locales de pueblos y ciudades que nos muestra la forma como los mercaderes amarran sus productos, sus cajas de mercancía, bien sea para guardarla en la noche o para transportarla con facilidad de un lugar a otro.
El leitmotiv recurrente es un intrincado patrón en el uso de lazos entretejidos protegiendo la mercadería, proyectando la ilusión de ser cuerpos amarrados envueltos en túnicas mortuorias. Tienen ellas un aire de cadáver insepulto, de cuerpo en reposo previo a la inhumación; nos hablan de una callada violencia en forma de símbolos de sumisión y dominio.
Son en su mayoría, como mucho en la obra de este gran artista, de una belleza lacónica; objetos fotografiados a la sombra de galpones o bodegas de almacenamiento. No hay en ello alarde ni el llamado a sustituir lo que hay por lo que puede haber: son cajas, bultos amarrados con lazos y cordeles, punto. Son fotografías que sin embargo poseen una fuerza narrativa rayana en lo solemne.
Como todo lo que define el legado creativo de Fernell Franco éstas y muchas otras imágenes nos dejan perplejos porque son de una estética envidiable, por lo simple de su concepción y lo profundo de su ejecución.
Su obra puede ser vista al visitar la página web de la Fundación Fernell Franco: http://fernellfranco.org/